Los primeros registros de animales silvestres en circos en Argentina datan de mediados de los ’90, de la mano del avance de la legislación que prohibía este tipo de espectáculos y que se iba replicando en distintas ciudades, ya que por entonces las normas no eran provinciales sino municipales. De esta manera, los circos y exposiciones con animales debieron comenzar a tramitar un certificado por cada ejemplar en su poder al mismo tiempo que se iban quedando sin sitios donde poder actuar, y entonces dio comienzo a un proceso de entrega de especies a zoológicos y otras instituciones, aunque también predominaron el abandono y la venta ilegal a particulares. De acuerdo a la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA), con el rescate en 2015 de 9 tigres de Bengala en estado deplorable de un circo en Chaco, se celebró el final de la tenencia de especies salvajes por parte de estas compañías. Pero además, en paralelo –y de la mano de reclamos de organizaciones proteccionistas– se iban desatando las reconversiones de los zoos en bio o ecoparques, espacios respetuosos de la fauna con un paradigma muy diferente al que reinaba hasta entonces.
Un caso actual y representativo de estas transformaciones es el Ecoparque Ciudad de Buenos Aires, ex jardín zoológico cuya conversión se anunció en 2016. Bajo el nuevo concepto, hoy el espacio funciona como un corredor de biodiversidad junto con el Jardín Botánico, que promueve la educación ambiental con énfasis en la importancia de la conservación de especies y ambientes naturales. Los 1500 animales que lo integraban están siendo paulatinamente trasladados a santuarios o reservas, y solo ingresan ejemplares exóticos o nativos heridos o rescatados del tráfico ilegal que permanecen de manera transitoria. Otros ejemplos de zoológicos reconvertidos son los de Mendoza y La Plata, actualmente denominados bioparques, con menos de la mitad de los animales que supieron tener y el acento puesto en diversos proyectos de conservación y reinserción de especies sobre los que se basan las visitas del público. En cuanto a la reubicación de animales, no es una tarea sencilla y mucho menos rápida: no solo hay que encontrarles un destino adecuado y cumplimentar las gestiones y trámites pertinentes, sino sobre todo prepararlos para su nueva vida con un estricto programa adecuado a sus necesidades biológicas que se extiende durante varios años.
En 2014, la declaración de la orangutana Sandra como primera “persona no humana” por parte de la jueza Elena Liberatori fue noticia mundial. La mona nacida en 1986 vivía desde hacía veinte años en el zoo de Buenos Aires, donde el deterioro de su estado de salud era evidente y se había convertido en objeto de múltiples denuncias. El inédito fallo obligó al gobierno porteño a garantizarle “las condiciones naturales del hábitat y actividades necesarias para preservar sus habilidades cognitivas”, y el feliz desenlace fue su traslado en el 2019 al Centro para Grandes Simios en Florida, Estados Unidos, donde aún vive. Estos refugios –popularmente llamados santuarios– son ambientes de grandes dimensiones que permiten a los animales que ya no pueden ser devueltos a sus hábitats naturales, transitar dignamente lo que les resta de vida junto a otros individuos en similar situación y cuidados permanentes. ¿Lo mejor? Lejos de las personas, el bullicio de la ciudad y los barrotes. Si bien en Argentina hay algunos, todos albergan animales de granja y aves, pero ninguno se dedica a especies salvajes.
Los santuarios son ambientes de grandes dimensiones que permiten a los animales que ya no pueden ser devueltos a sus hábitats naturales, transitar dignamente lo que les resta de vida junto a otros individuos en similar situación, lejos de las personas, el bullicio de la ciudad y los barrotes.
“Lo novedoso de este fallo es que, más allá de las leyes de nuestro país, esta jueza determinó que se trata de un sujeto y no de un objeto”, señala Lorena Pérez, abogada y delegada de AFADA en Chaco, y continúa: “Por el hecho de estar exhibida en un zoo, no se estaban garantizando sus derechos fundamentales, como sí sucedería si la comparamos con otro sujeto, y de ahí la relevancia”. Para Pérez, además, su importancia como antecedente en sí mismo es que sirvió para impulsar otros reconocimientos similares “porque hizo reflexionar a los jueces con respecto a los pedidos de libertad legítima de estos sujetos, y en definitiva son todas sentencias adelantadas a las propias normas vigentes”. Por último, la profesional estimó que la repetición de este tipo de episodios sirve eventualmente para la modificación de la legislación cuando se hace evidente que está desactualizada o desfasada de la realidad. “Como nuestro Código Civil, que a pesar de ser de 2016, ya es antiguo teniendo en cuenta el devenir histórico de nuestro país. Necesita modificaciones, algunas de ellas muy urgentes, como esta consideración de los animales como sujetos de derechos fundamentales”, puntualizó.
A Sandra le siguieron la chimpancé Cecilia y la elefanta Mara, también declaradas sujetos de derecho no humanos. La primera fue llevada en 2017 del zoo de Mendoza al Santuario Natural de Chimpancés en Sorocaba, Brasil, mientras que la segunda habita desde 2020 otro espacio similar en el mismo país. Aunque su último “hogar” en Argentina fue el zoo porteño, previamente había formado parte de los circos Sudamericano y Rodas. Más reciente es el caso de las elefantas Pocha y Guillermina, madre e hija de 56 y 23 años respectivamente, que en mayo último partieron de la provincia cuyana y se unieron a Mara en el albergue brasileño. Otro caso de rescate exitoso fue el de Baguira, una leona nacida en 2008 en La Rioja y que hasta 2015, momento en que fue rescatada tras repetidas denuncias de maltrato, vivió en una jaula de circo de dos metros cuadrados. Luego de muchas gestiones y un tratamiento para que tolerara las comidas –estaba casi consumida por parásitos y no podía caminar–, en 2017 viajó al santuario Panthera, en Sudáfrica, especializado en la reinserción a la vida salvaje de felinos lastimados o en cautiverio.
“Lo novedoso de este fallo es que, más allá de las leyes de nuestro país, la jueza Elena Liberatori, determinó que se trata de un sujeto y no de un objeto”
Menos suerte tuvo Pelusa, la estrella del zoo de La Plata, que en 2018 falleció con 52 años mientras esperaba su viaje al santuario brasileño Chapada dos Guimarães. Si bien se encontraba en preparación para ese destino, su salud se había deteriorado notablemente en los últimos años. Desde 2014 sufría pododermatitis crónica en las patas traseras, una enfermedad común en animales en cautiverio causada por no desplazarse grandes distancias. Luego de haber permanecido más de dos años parada, un día se recostó para no volver a levantarse. Conscientes de su irreversible sufrimiento y con autorización de la justicia, el cuerpo de especialistas a su cargo junto con la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y representantes del santuario que la esperaba decidieron su sedación definitiva. Todas las personas involucradas y presentes en los últimos días de la elefanta coincidieron en que el triste desenlace graficaba las consecuencias de 50 años de cautiverio. El ex zoo no volvió a abrir como tal y desde entonces, y en línea con su transformación a bioparque, se han liberado centenares de especies.
Con la justicia de por medio, últimamente el caso más resonante ha sido el de Toti, un chimpancé de 32 años alojado desde hace casi una década en el zoo de General Roca, Río Negro, y por el cual la Defensa Pública de esa provincia y organizaciones proteccionistas presentaron recientemente un habeas corpus para el cese de su “privación ilegítima de la libertad” y traslado al santuario de Sorocaba, donde habita la mona Cecilia. Desde que nació en el año 90, el primate estuvo siempre en cautiverio, primero en Buenos Aires y luego en Córdoba. La realidad es que, pese a casos como este, la cantidad de animales que han sido liberados o trasladados a sitios que dignifican su existencia alcanza los centenares, mientras otro tanto aguarda por lo mismo –como los nada menos que 57 felinos del clausurado zoo de la localidad bonaerense de Luján–. Pasaron décadas y mucho sufrimiento en el medio, pero finalmente el cambio social y cultural que se necesita para transformaciones de este tipo parecería haber llegado y estar dando sus frutos.