Mientras un macá tobiano surca una laguna santacruceña con su pichón en andas, en los Esteros del Iberá el agua refleja el algodón de las nubes y el brillo de juncos y amapolas del agua. Ahora, en el instante exacto en que leés estas líneas, cientos de millones de formas de vida, aquí y allá, en cada rincón del planeta, despliegan su existir precioso soportando la cada vez más opresiva presencia humana.
¿Por qué, si al fin y al cabo somos “animales racionales”, nos cuesta tanto pensarnos parte de la naturaleza amenazada? ¿De dónde salió la instaladísima antinomia economía-cuidado ambiental? ¿Qué violencias se ocultan en la metáfora de la naturaleza entendida como mujer? ¿Cuándo fue que nuestras excepcionalidades humanas se volvieron un argumento válido para arrasarlo todo?
Para reflexionar sobre estas cuestiones, en Qi magazine entrevistamos a Gabriela Klier, Paula Gabriela Núñez y Pablo Pachilla, tres referentes de la filosofía argentina que vienen investigando, desde diversas perspectivas, los modos en que habitamos nuestros entornos y nos relacionamos con ellos, y los nuevos ambientalismos que se pueden promover.
“Es importante repensar la idea de naturaleza, las naturalezas, porque nuestro entorno se habita y se interpreta de muchas maneras en contextos diversos”, propone la doctora en Ciencias Biológicas Gabriela Klier, quien actualmente vive en Bariloche y trabaja como investigadora CONICET en la Universidad Nacional de Río Negro. Hacia el final de la carrera, Gabriela se sumó al Grupo de Filosofía de la Biología de la UBA, lo que decantó en su investigación doctoral sobre ciertos aspectos filosóficos de la biología de la conservación. En esa búsqueda, fue analizando diversos temas, tales como la manera en que la biología entiende la biodiversidad, y las relaciones que se construyen entre prácticas científicas, los modos de habitar y las éticas ambientales.
“Dentro de las corrientes teóricas, algunas que piensan mucho estas relaciones son los ecofeminismos. En la antropología hay un debate muy extenso sobre la supuesta separación naturaleza-cultura, y sobre cómo comprenden estas cuestiones otras culturas diferentes a la occidental, capitalista y hegemónica. Somos muchas las personas que nos planteamos que el bienestar no pasa por este sistema de consumo, explotación y producción. Desde América Latina, los movimientos indígenas aportan conceptos como el ‘buen vivir’, algo que recuperan los feminismos para dar cauce, desde el cuidado y los afectos, a otras maneras vinculares entre especies. No hay un solo camino hacia la toma de conciencia”.
Para Gabriela, es significativa la manera en que el discurso humanista se ha encargado de ocultar sus contradicciones ante la crisis ambiental, “diciendo, por un lado, ‘la Humanidad destruye la naturaleza’, pero olvidando la responsabilidad de ciertos actores en esta crisis, ya que no es lo mismo una empresa sojera o megaminera que una comunidad rural. Por otro lado, cuando decimos ‘salvar la naturaleza para la Humanidad’, también nos olvidamos de quiénes disfrutan de esta naturaleza ‘virgen’. Hay una correlación directa entre clases sociales y espacios más o menos habitables ambientalmente. ¿Quién vive cerca del Riachuelo y quién en los bosques llamados prístinos?”.
“Cuando decimos ‘salvar la naturaleza para la Humanidad’, también nos olvidamos de quiénes disfrutan de esta naturaleza ‘virgen’. Hay una correlación directa entre clases sociales y espacios más o menos habitables ambientalmente. ¿Quién vive cerca del Riachuelo y quién en los bosques?”, Gabriela Klier.
El Antropoceno y después…
Pablo Pachilla, doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires e investigador asistente del CONICET, señala que la principal contribución que puede hacer la filosofía es pensar modos que no dividan a los seres vivos entre humanos y medioambiente: “Justamente eso me llevó a estudiar estas problemáticas: el rechazo a todos los dualismos que vienen aparejados con la separación de lo humano respecto de la naturaleza: naturaleza/cultura, naturaleza/historia, naturaleza/política”.
En el marco de su beca, Pablo viene investigando el concepto “Antropoceno”, un término de la geología que comenzó a usarse hace dos décadas para aludir a la época actual (entendida a partir de la Revolución Industrial), en la cual el homo sapiens se ha convertido en la fuerza geológica preponderante.
“Pero este concepto pasó rápidamente a las humanidades, porque a pesar de ser ‘la época del hombre’, paradójicamente también es la época en que el hombre se deshace, dado que se problematiza la distinción misma entre humano y medioambiente. Ahora, lo que considerábamos el escenario para nuestras acciones, también se mueve y reacciona -desarrolla Pablo-. Se nos hace imposible ignorar que la naturaleza no es mero paisaje o trasfondo para las acciones humanas, sino que el ambiente es una multiplicidad enorme de la cual formamos parte. Y la metamorfosis es mutua, porque la antropización del sistema Tierra, es decir, la transformación que ejerce el ser humano sobre el medio, también determina el devenir geológico de la Humanidad.”
Otra discusión actual, explica, “es si no sería más correcto hablar de ‘Capitaloceno’, puesto que las transformaciones en curso no se pueden atribuir a la Humanidad en general, sino a las sociedades capitalistas en particular, especialmente a la industrialización que fue de la mano con la expansión del capitalismo europeo”.
Despertares de conciencia
Para Paula Gabriela Núñez, doctora en Filosofía por la Universidad Nacional del La Plata y actual investigadora del CONICET y la Universidad Nacional de Río Negro, la cuestión pasa también por abandonar los antagonismos: “Más allá de decir ‘que no existan más industrias’, se trata de dar voz a otras lógicas y sumar, a la pregunta por la producción y el consumo, la conciencia del desgaste ambiental vinculada a cada actividad”.
Por otra parte, Paula aclara que es tramposa la idea de que solo los intereses económicos obstaculizan el abordaje de la crisis ambiental: “También hay movimientos ambientalistas que adhieren a la desigualdad social como un destino y argumentaciones que propician la concentración de riqueza como estrategias; me refiero a la apropiación de grandes territorios para cuidarlos, sacando de allí a todo el mundo, como si la persona que concentra esa riqueza fuera un/a humano/a especial”, explica esta académica, que desde hace años investiga el desarrollo norpatagónico en clave ecofeminista.
-Los vínculos con la naturaleza están mediados por cuestiones culturales, de clase, de género… ¿Qué lugar le cabe a las mujeres e identidades feminizadas en los actuales frentes de reflexión ambiental?
–Paula: En los 70, comenzó a percibirse una metáfora estructuradora de desigualdades: la mujer como imagen de la naturaleza. Las cualidades desde las que se edifica el vínculo varón-mujer, justificando el dominio del primero, apelan a términos como “pasiva”, “irracional”, “caprichosa”, “dependiente” y demandante de un control que en sí misma no encuentra. Esta idea de mujer reforzó la noción de naturaleza que se iba edificando en la Modernidad, justificando un vínculo instrumental. El ecofeminismo muestra cómo un imaginario patriarcal sesga el mapa de comprensión del problema de la naturaleza.
“En los 70, comenzó a percibirse una metáfora estructuradora de desigualdades: la mujer como imagen de la naturaleza. Las cualidades desde las que se edifica el vínculo varón-mujer, justificando el dominio del primero, apelan a términos como ‘pasiva’, ‘irracional’, ‘caprichosa’, ‘dependiente’, justificando un vínculo instrumental. El ecofeminismo muestra cómo un imaginario patriarcal sesga el mapa de comprensión del problema de la naturaleza», Paula Gabriela Núñez.
-Prevalece la creencia de que no existen alternativas serias y eficientes que reemplacen los actuales modelos de explotación de recursos naturales. ¿Cómo se desarma ese discurso que descalifica todo aquello que no emana de las élites dominantes?
Pablo: Un gran problema en países como el nuestro es la falsa oposición economía-ecología. Con altísimos niveles de pobreza, creemos que el extractivismo es un mal menor porque genera trabajo y dólares para pagarle al FMI. Basta tomar distancia un segundo para ver lo ridículo de estar contaminando ríos para pagar estafas, o estar arrasando tierras y pueblos con monocultivos y herbicidas patentados por multinacionales, que bien sabemos que no son viables a mediano plazo. Para que los discursos ecologistas no sean tildados de ingenuos, hay que tener un proyecto planificado que sea más serio y eficiente.
“Un gran problema en países como el nuestro es la falsa oposición economía-ecología. Con altísimos niveles de pobreza, creemos que el extractivismo es un mal menor porque genera trabajo y dólares para pagarle al FMI. Para que los discursos ecologistas no sean tildados de ingenuos, hay que tener un proyecto ambicioso y planificado que sea más serio y eficiente”, Pablo Pachilla.
–Gabriela: Siempre aparece esta discusión falaz de “¡Ah! A vos no te gusta la megaminería, pero querés un celular”. Pero se pasan por alto cuestiones de fondo, como la obsolescencia programada de los artículos tecnológicos: tenemos que estar comprando cosas porque están diseñadas para durar poco, en el marco de un cambio tecnológico que no posibilita una menor extracción; se pasan por alto los debates sobre la distribución, sobre qué personas se benefician y quiénes se ven afectadas. Por otro lado, tenemos muchas herramientas para crear o abrazar otras culturas alimentarias, tecnológicas y científicas. No se trata de asumir una postura antitecnológica, sino de contribuir a la construcción colectiva de mundos habitables.