Comenzaron a finales de enero pasado y se extendieron durante casi dos meses. Llegaron a tener cerca de 3.500 focos de calor activos y el saldo final fue más de un millón de hectáreas arrasadas por el fuego; nada menos que el 12 por ciento de la provincia. Los incendios en Corrientes durante el verano 2022 fueron lo más triste del momento, y sus consecuencias no solo quedan en el terreno y la memoria; también en el horizonte, cuando falta menos de seis meses para la próxima temporada estival. Por si fuera poco, las noticias de drásticas olas de calor azotando a distintos países del hemisferio norte plantan el interrogante de si algo similar podría replicarse en esta parte del planeta. Lo cierto es que los incendios forestales como los del Litoral no se producen por un único motivo, y es necesario evaluar la situación en su contexto y con todos los factores en juego para tener un panorama más claro sobre este tipo de fenómenos que destruyen mucho, y duelen más.
Desde la Fundación Rewilding Argentina, una organización que persigue la recuperación de ecosistemas y especies en peligro, Sebastián Di Martino comienza por evitar demonizar el fuego: “Para empezar, no es un elemento ajeno al Iberá ni malo per sé; de hecho es importante para la vida de los pastizales subtropicales que conforman ese ambiente y un montón de especies amenazadas que los necesitan para sobrevivir, por ejemplo aves como el Yetapá de collar, corbatitas y monjitas, o el aguará guazú y el venado de las pampas entre los mamíferos”. Si los pastizales no se queman cada cierto tiempo –explica el experto– se robustecen y son reemplazados por un arbustal bastante pobre en diversidad biológica. Históricamente, esos incendios se producían por la caída de un rayo durante una tormenta eléctrica y afectaban solamente a una porción acotada del terreno gracias a la cantidad de agua que hay en el Iberá, incluso en el mismo suelo.
“La situación actual es muy diferente, y esos incendios no se limitan a la caída esporádica de un rayo, sino que principalmente son provocados por la actividad ganadera que, para hacer rebrotar la pastura como alimento de sus animales, quema el terreno con mucha mayor frecuencia”. Di Martino
Innegable en este escenario es el rol de la prolongada sequía que venía afectando a la zona desde hacía más de dos años, con una bajante histórica del Río Paraná, un factor que no colaboró con la extinción del fuego. Entonces, el problema no fueron los incendios de por sí, sino la dimensión e intensidad que alcanzaron, y el tiempo en que se prolongaron hasta poder ser controlados. Prueba de ello es la recuperación que muestra hoy, medio año después, gran parte del ambiente, y su correlato en la industria turística, que viene arrojando números positivos.
“El pastizal volvió a brotar, quizás no tiene aún una estructura tan compleja pero el restablecimiento va a continuar a lo largo de los años. Como allí el turismo está basado en la observación de la fauna y, al igual que la flora, ambas están bastante adaptadas a hacer frente al fuego, afortunadamente no les ha costado recuperarse y las actividades se pueden realizar sin problemas”, apunta el director de conservación de la fundación. Distinto es el caso de otros espacios como montes y bosques, mucho más verdes, húmedos y sombríos y que, por eso mismo, en condiciones normales impiden la entrada del fuego. Esta vez, la extraordinaria falta de lluvias jugó una mala pasada y las llamas dominaron esos ambientes mucho más vulnerables: la situación allí es crítica, con pérdida de árboles centenarios que costará mucho volver a tener.
Debido a su naturaleza, los pastizales están acostumbrados a la dinámica del fuego y, si bien lo que pasó este verano no es usual, la resiliencia de este ambiente se dejó ver casi desde el momento en que los incendios se extinguieron del todo.
Otro aspecto interesante que menciona el especialista, biólogo de profesión, es el daño a la infraestructura, que también impacta directamente sobre el ambiente. En concreto, al menos en el Parque Nacional Iberá, lo más afectado en este sentido fueron los alambrados perimetrales, que cumplían la fundamental misión de impedir la entrada del ganado de los campos vecinos. “Aunque se están reponiendo paulatinamente, hoy lo más grave es la invasión de animales domésticos, especialmente vacas y búfalos, que se verifica en el parque, y que impide o retarda la recuperación del pastizal, además de competir y desplazar a los herbívoros nativos”, describe Di Martino. Completar el cercado del predio es una medida necesaria para acompañar la restauración de la vegetación del lugar, con todos los beneficios ambientales que eso trae aparejado.
Aunque se considera que aproximadamente el 50 por ciento de los incendios de enero y febrero fueron responsabilidad de personas que iniciaron focos ígneos por distintas razones a pesar de estar prohibido en época de sequía–incluso hubo condenas–, Di Martino resalta otro tipo de medidas para evitar volver a sufrir una emergencia similar el próximo verano. “Es fundamental realizar quemas controladas ahora, en invierno. Si uno quema sectores limitados del pastizal aplicando cortafuegos, se regenera la dinámica natural del ambiente”, apunta el experto, y continúa: “Este procedimiento se puede hacer de manera segura cuando hace frío, porque se elige un día con poco viento o previo a lluvias, y ayuda reduciendo la masa de pastizales, que entonces no se van a quemar en cualquier época bajo condiciones mucho más desfavorables”. También, apunta a la importancia de asignar mayores recursos y equipamiento para hacer frente a esos fuegos que, aunque no se repitan con la misma magnitud, “igual se van a seguir produciendo, porque la tendencia debido al cambio climático es ir hacia sequías más frecuentes, con lo cual los fuegos también lo van a ser”, dice para concluir.