En el inmenso galpón de la Cooperativa ‘El Ceibo’, un antiguo predio ferroviario en la ciudad de Buenos Aires, Cristina Lescano (60) tiene su oficina. Está rodeada de plantas en macetas hechas con neumáticos pintados, y su teléfono no para de sonar.
“Empecé a cirujear en el 89. Con la hiperinflación me había quedado sin trabajo, sin vivienda, sin nada. Me fui a una casa tomada con mis hijos. No teníamos para comer, y salíamos con otros vecinos a revolver bolsas y comíamos de ahí, de la basura”, cuenta quien hoy encabeza esta cooperativa en la que trabajan 290 personas.
Jackie Flores (52) también empezó a cartonear a finales de los 80. Nació en Córdoba, y a los nueve llegó sola a la Capital para buscar a una hermana mayor, huyendo de un hogar donde el alcohol y la violencia eran costumbre.
“Al principio, ni carro tenía”, cuenta. Me uní a la cooperativa El Ceibo, pero no en la cinta (donde se transportan los materiales para su separación mecánica) ni enfardando (envolviendo los materiales), sino en la descarga”, un trabajo considerado “de hombres”.
Una historia similar vivió María Castillo (43). Nacida en Villa Fiorito, un suburbio al sur de Buenos Aires, la misma barriada humilde de Diego Armando Maradona, a los 22 tuvo que salir a cartonear, abandonando su sueño de estudiar Psicología. Hoy es la titular de la Dirección Nacional de Reciclado y desde esta función pública, articula el trabajo de las cooperativas de recicladores, con los distintos municipios del país y el sector privado.
“Empecé en el 2000, en plena crisis. Mi marido se había quedado sin trabajo y teníamos dos hijos chiquitos -recuerda-. Toda la familia de él ya cartoneaba y como lo que pagaban no alcanzaba, me sumé yo. Mi idea siempre fue estudiar, y cuidar a mis hijos… pero mi vida cambió completamente”, cuenta.
En ese tiempo y hasta 2007, el cirujeo era considerado una contravención. “Si te veían con el carro y pasaba la policía, te lo sacaba…”, recuerda María. Todas esas condiciones precarias llevaron a estas mujeres y muchas más a organizarse.
El primer reto hacia la organización: el machismo
Como Cristina, Jackie y María, muchas otras mujeres cayeron de golpe a vivir de los desechos urbanos, como resultado de crisis económicas durante las últimas cinco décadas. Sin embargo, su lucha no empezó por la comida o las condiciones de trabajo sino por la píldora anticonceptiva, que por sus escasos recursos no podían comprar.
“Encontramos un médico en el barrio que nos daba las pastillas. Y pensamos: ‘si conseguimos esto, ¿por qué no seguir avanzando?’”, recuerda Cristina Lescano. Pero uno de los primeros golpes con la realidad fue el machismo que regía (y sigue rigiendo) buena parte de la estructura en el manejo de desechos.
Siendo joven y mujer, no era fácil lidiar con el “hola mamita”. Fue ahí cuando Jackie empezó a visualizarse, además de cartonera, como feminista. “Yo les respondía con respeto, y aprendí que si dejaba que me borren la sonrisa, era como que me imponían algo que yo aceptaba”, explica con su voz ronca, y sin dejar de sonreír.
Para María -delgada, de rasgos finos pero voz firme- tampoco fue sencillo. Sin haber estudiado leyes, aprendió de memoria las normativas que obligan a las empresas a gestionar sus residuos y logró convencerlas de que las organizaciones de recicladores están capacitadas para hacerlo.
“En las cooperativas hacemos mucho más que separar, enfardar y valorizar residuos. En el trabajo del día a día también se abordan otras problemáticas: la violencia de género, el trabajo infantil, las adicciones… Muchas de las compañeras son mamás solteras. Al principio traían a sus hijos, no a cartonear sino a acompañarlos porque no tenían con quién dejarlos”, relata María.
Es por esto que hoy en día muchas de estas organizaciones cuentan con jardines de infantes, así como escuelas de oficios y bachilleratos populares para que los recicladores y recicladoras terminen su educación formal. Actualmente hay 12 cooperativas de cartoneros que trabajan en Buenos Aires, emplean a unos 6 500 recolectores en la ciudad capital y más de 15 mil en todo el país, pero solo el 10% está formalizado.
“En las cooperativas hacemos mucho más que separar, enfardar y valorizar residuos. En el trabajo del día a día también se abordan otras problemáticas: la violencia de género, el trabajo infantil, las adicciones…»
La Federación Argentina de Cartoneros y Carreros calcula que hay más de 150 mil recolectores a nivel nacional, de los cuales Jackie Flores calcula que hasta un 65% son mujeres, lo que representa una importante presencia femenina y supera al promedio latinoamericano para el sector del reciclaje. Según la organización WIEGO, dedicada a empoderar a mujeres que trabajan en la informalidad, cerca de un 55% de las cooperativas de recicladores urbanos en la región están conformadas por mujeres.
“Hasta el día de hoy, este rubro sigue siendo muy machista”, dice Cristina. “A la hora de negociar y vender el material, se sigue buscando la figura del hombre. Pero se encontraban con nosotras, que no sé si somos mejores peleadoras o negociadoras, pero no nos podían pasar por arriba”, afirma.
Las organizaciones que cuentan con equilibrio de género o una mayoría femenina “tienden a ser más horizontales en el ejercicio del liderazgo; propician mayor participación de sus integrantes en la toma de decisiones y un mejor flujo de la información”, destaca la especialista de WIEGO en género y reciclado Sonia Dias, coautora del manual ‘Género y Reciclaje: de la Teoría a la Acción’. Agrega que las mujeres suelen tomar mayores precauciones en cuanto a la seguridad, la higiene y la salud de las personas.
Nada fue fácil en el camino para organizar y fortalecer a la comunidad recicladora en Buenos Aires. “Es muy bravo el rubro de la basura, hay muchos intereses en juego”, dice Cristina Lescano.
Sin embargo, los logros están a la vista: “se crearon oficios y relaciones con los vecinos y las empresas. Tenemos comercios, restaurantes y hoteles que separan y nos llaman para que retiremos sus reciclables. Empezamos con plástico y cartón. Hoy trabajamos todos los materiales. Acá recuperamos materiales pero también nos recuperamos como personas”, afirma la fundadora de El Ceibo.
Jackie también reconoce un cambio en la forma en la que valora su papel como recicladora. Ella es creadora del primer cuerpo de promotoras ambientales. “Somos las que hablamos con los vecinos para que separen los residuos, les contamos cómo es la ruta que siguen los materiales que ellos tiran”.
Es el primer programa de reciclado de Argentina con perspectiva de género, porque “las mujeres, en el mundo cartonero, somos mayoría, aunque estemos invisibilizadas”, dice.
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Ilustración de portada: Andrea Paredes
*Este artículo forma parte de la serie de publicaciones resultado de la Beca de producción periodística sobre Reciclaje Inclusivo, ejecutada con el apoyo de la Fundación Gabo y Latitud R.
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