A comienzos de los ochenta, los índices de estrés que se registraban en la sociedad japonesa habían encendido todas las alarmas del gobierno: el trabajo en exceso se estaba por convertir en la principal causa de muerte en el país. En el interior de una cultura construida sobre la base de que la competencia laboral era el mejor camino hacia la superación personal, la adicción al trabajo tenía consecuencias devastadoras en la salud pública.
La respuesta surgió de un movimiento instintivo: volver a los orígenes. En 1982, la Agencia Forestal de Japón creó una práctica centrada en el poder restaurador del contacto con la naturaleza para reducir el estrés, ordenada por los principios budistas. La llamaron Shinrin-yoku, que significa “absorber la atmósfera del bosque”. La respuesta al estrés, para los japoneses, estaba flotando en el viento.
“La terapia de entornos naturales está basada en la exposición a espacios donde predomina el verde, los árboles y quizás algún espacio líquido como lagunas o mares”, explica el psicólogo argentino Martín Reynoso, coordinador de Mindfulness en el Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y autor del libro Mindfulness. La meditación científica (Ed. Paidós). “La calma, la paz, la tranquilidad, la pureza, son los factores que intervienen en esos espacios, a los que llamamos natural settings, que influyen en nuestro organismo. Y luego está la cuestión central que es la intención, la motivación de encontrar un bienestar, que tienen que llevar las personas al hacer la experiencia”.
La terapia desarrollada por la Agencia Forestal de Japón proponía largos paseos –de al menos dos horas– por zonas boscosas y arboladas, con un objetivo claro: los cinco sentidos tenían que estar enfocados en captar todo lo que pudiesen de los entornos naturales. El perfume de las flores y los cedros, las texturas de las distintas cortezas, el sonido de las aves y de las ramas crujiendo bajo los pies, la humedad de cada hoja, los infinitos tonos verdosos en las copas de los árboles. En todos ellos estaba la cura. “Todavía se está estudiando cómo funciona la combinación de los factores presentes en la naturaleza: ¿cómo influye cada uno en ese bienestar al que se llega estando en la naturaleza?”, se pregunta Reynoso, quien se interesó en esta práctica como potenciadora de las experiencias de mindfulness. “Lo que sí sabemos es que es una terapia que ofrece excelentes resultados para bajar los niveles de estrés, donde lo que sucede es que se reconstruye la parte natural del ser humano”.
En 1982, la Agencia Forestal de Japón creó una práctica centrada en el poder restaurador del contacto con la naturaleza para reducir el estrés, ordenada por los principios budistas.
En la actualidad, la terapia de entornos naturales en Japón reúne cada año más de dos millones y medio de personas, afectadas por cuadros de estrés, hipertensión y ansiedad. La Agencia Forestal designó para esto sesenta y dos centros oficiales en bosques de toda la isla, y esperan aumentar el número a por lo menos cien en esta década. La terapia, que se expandió por todo Oriente y recaló principalmente en Estados Unidos –donde hoy es posible formarse como “guía de terapia de bosque”, para ayudar a encender los sentidos durante la terapia–, ya tiene sus primeros desarrollos en Europa y Latinoamérica. Según los estudios realizados por científicos japoneses a lo largo de casi cuarenta años, el impacto de los “baños forestales” reduce la presión arterial, fortalece el sistema inmunológico, reduce la incidencia de infartos y también las hormonas relacionadas al estrés. “Lo que creo que vale resaltar es esto de que nos conecta con algo que necesitamos y que es la naturaleza, que vamos perdiendo en muchos sentidos con la vida en las ciudades”, dice Reynoso. “Tomar contacto con la tierra, los árboles, un aire limpio, los animales. Esto es una renovación interna, sobre todo de la percepción mental, que está asociada a los autos, los ruidos, los viajes, los estresores diarios de la ciudad. Esta terapia es una posibilidad de renovar la mente percibiendo algo más original del ser humano, una vuelta, una ligazón con la naturaleza, que vamos perdiendo en la vida moderna”.
¿En qué casos resulta más beneficiosa la terapia de entornos naturales?
El impacto más fuerte es en situaciones de un estrés muy alto. El paciente que más se beneficia con una terapia de entornos naturales es el que está en una situación que llamamos de burnout. Un estrés muy intenso que tiene que ver con el impacto de las tensiones, que se experimenta en forma de desregulación del sistema corporal. Tu cuerpo se empieza a desregular: el sistema digestivo, el cardíaco, las emociones, una sensación de fatiga profunda e intensa. A eso se suma una autopercepción invalidante. Se siente la autoestima baja, incapacidad para valorarse a uno mismo. Un estresazo. Lo que sucede hoy con los internistas de un hospital por ejemplo, por el exceso de trabajo al que están sometidos. Entonces un choque fuerte con la naturaleza, que baja enseguida el nivel de tensión, de estrés, es muy importante para esos casos.
¿Tiene objeciones la terapia?
En principio que es una herramienta a corto plazo, no la podés utilizar después. Tiene un efecto como el de las vacaciones. Volvés relajado, con una mirada nueva, otro chip. Pero después, cuando entrás de nuevo en tu habitualidad, eso se va perdiendo. Por eso es interesante lo que sucede cuando se complementa con otras terapias. Uno de los postulados principales de mindfulness dice que no es lo externo a la persona lo que define las situaciones, sino cómo se para frente a eso que me pasa. Esta terapia es totalmente distinta, se trata de modificar el exterior. La suma de los dos factores, del entorno natural y una terapia de manejo de estrés, es lo que hace más potente toda la experiencia.
Una caminata de una hora en el parque, por ejemplo, ¿podría ser considerada como parte de esta terapia?
Sí, los efectos son similares. Es también una forma de revincularte, religarte a la naturaleza. Si estás encerrado continuamente, con todas pantallas, trabajo y cosas que tienen que ver con el indoor, y tenés la posibilidad de ver árboles, verde, eso puntúa como exposición natural. Quizás no es prolongada ni hecha bajo un protocolo, pero funciona de la misma manera. Te permite esa desconexión con todo lo que se genera en la mente con el encierro. La mente está en una dinámica de estímulo continuo de todo tipo: virtual, digital, vincular en casos de convivencia. Es una situación de sobrecarga.
En el contexto actual, donde se está abriendo de forma escalonada el aislamiento en casi todo el mundo, ¿qué implicancias puede tener la terapia de entornos naturales?
Este efecto pandémico de indoor, de encierro, de confinamiento, de toda la exacerbación de cuestiones mentales como la ansiedad, pueden conducir a un gran experimento que es la vuelta a la apropiación de los espacios naturales. Ese regreso va a poder medirse, en sus efectos, en su impacto, en los niveles de regeneración del cerebro. Vamos a poder tener una cantidad de valores con los que todavía no contamos, para cuantificar los efectos de esta terapia.
____
La escuela de Miyazaki
El antropólogo y vicedirector del Centro de Medio Ambiente, Salud y Estudios de Campo de Chiba University, Yoshifumi Miyazaki, ha realizado desde 2004 estudios con más de 600 personas en los bosques. Sus trabajos demostraron que los baños forestales lograron bajar en un 12,4% los niveles de la hormona del estrés cortisol y en un un 1,4% en promedio la presión arterial. La incidencia de infartos también se redujo en un 5,8%.