Seguro que alguna vez escuchaste decir que los tomates cada vez tienen más pinta pero menos sabor. Son redondos, perfectos y con gusto a nada. Esto se debe a que los procesos de producción tienen en cuenta aspectos referidos a nuevos hábitos de consumo como, por ejemplo, que haya tomates todo el año, en todos los mercados, que sean redondos y colorados. De esta forma el tomate fue perdiendo su sabor original y sus propiedades nutritivas.
Hace más de un año, la Cátedra de Genética de la Facultad de Agronomía de la UBA, se propuso recuperar el sabor original de los tomates cosechados en Argentina durante el siglo pasado. Así surgió el programa de Rescate y Mejoramiento Participativo del Tomate Criollo que ya consiguió importantes avances en materia de mejoramiento del producto local.
Para lograrlo recurrieron a bancos de germoplasma en los que accedieron a 160 colecciones de semillas, de las cuales 120 provienen de Alemania y Estados Unidos. “Son variedades que se habían sembrado en Argentina en el siglo pasado y que se fueron perdiendo”, explica el ingeniero Gustavo Schrauf, titular de la cátedra que lleva adelante el proyecto. Y agrega: “Se industrializó la forma de producir los alimentos y esto incluyó la demanda de que el tomate tenga cierta forma, que sea fácil de transportar, que se pueda comercializar a distancia, entre otras. Así se fue sesgando el mejoramiento productivo hacia esas características pero, de esa manera, se perdió el gusto y el valor nutritivo del tomate”.
Con el objetivo de testear los sabores de los tomates producidos, la cátedra realizó una degustación en la que participaron más de quinientas personas. Allí se expusieron los frutos obtenidos con las semillas de los bancos de germoplasma y también otros comprados en verdulerías. Éstos últimos, fueron los peores rankeados. Sin embargo, para sorpresa de los investigadores, el tomate que se llevó la mejor puntuación del público fue un material silvestre. “El resultado nos demostró que en la naturaleza había mucho sabor y que parte de eso lo perdimos”, asegura Schrauf.
La forma de producir los alimentos fue cambiando a un modo más industrial y con eso se perdió el gusto y el valor nutritivo del tomate.
El paso siguiente consistió en entregar semillas a quienes quisieran multiplicarlas, ya sea productores o aficionados, con la promesa de que devolvieran semillas a la investigación. “Debido a la cuarentena no pudieron hacerlo todos. Entonces, acordamos que nos den información sobre el producto: que nos cuenten si les gustó o no y que manden fotos de lo producido. Y recibimos 180 evaluaciones, todo un récord”, cuenta el ingeniero con entusiasmo.
Las opiniones de los productores demostraron que las semillas recuperadas fueron más resistentes a enfermedades e insectos, además de presentar notables mejoras en el sabor y en el valor nutricional del tomate. El entusiasmo de todos los que participan en el proyecto, hizo que la cátedra creara una plataforma online (https://www.bioleft.org/) en la que los productores pueden hacer un seguimiento de las acciones y compartir sus evaluaciones.
Incentivados por los productores y consumidores, los investigadores se propusieron encontrar una variedad de tomate, que además de cumplir el objetivo principal del proyecto, pueda ser producido con menos agroquímicos. “La genética condiciona al uso de agroquímicos y tenemos un modelo productivo donde estas sustancias resultan imprescindibles. El desafío es lograr una genética de plantas que no requieran de tantos insumos para producir”, cuenta Schrauf.
El proyecto despertó interés en el Ministerio de Desarrollo Agrario de la Provincia de Buenos Aires y de otras universidades que se sumarán al programa para devolverle al tomate criollo su sabor original. Mientras tanto, la cátedra evalúa nuevas formas de repartir las semillas obtenidas para que nuevos productores y huerteros se sumen a esta iniciativa que no para de crecer.
Para contactarse con el proyecto:
https://www.bioleft.org/
gschrauf@agro.uba.ar
cultivodelsur@agro.uba.ar