Las imágenes tomadas por los satélites Landsat 8 y Sentinel 2 dejan poco margen a la duda. En la fronteriza provincia de Formosa, en el extremo norte del país, una topadora o bulldozer ignora la cuarentena forzada y aprovecha la soledad del monte para abrir “picadas”, trochas que superan los diez metros de ancho.
Los árboles derribados se encuentran apenas a 7 kilómetros de distancia del río Bermejo, exactamente frente al Parque Nacional El Impenetrable, en un territorio que funciona como la zona de amortiguamiento del área protegida pero que para la provincia tiene una categoría de baja protección, según el plan de Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos (OTBN).
“Lo que están haciendo es ilegal a todas luces”, se indigna Riccardo Tiddi, físico italiano que lleva muchos años radicado en el Gran Chaco argentino e integra la plataforma ciudadana Somos Monte, cuyo objetivo es la defensa de los ecosistemas y los habitantes de los bosques chaqueños. Lo explica con datos concretos: “No solo incumple la obligación de quedarse en casa por el coronavirus, sino porque según la Ley Provincial 1660 cualquier actividad que implique un cambio de uso de suelo debe superar una audiencia pública previa que resulta imposible que se haya efectuado con el país paralizado por cuestiones sanitarias”.
El predio forma parte de La Fidelidad, gigantesca finca que, hasta el asesinato en 2011 de su último dueño, ocupaba un total de 250.000 hectáreas a ambos lados del Bermejo. Dueña de una enorme riqueza en biodiversidad, el esfuerzo de varias organizaciones medioambientales logró que 128.000 hectáreas del sector sur, perteneciente a la provincia del Chaco, se convirtieran en Parque Nacional. Las 100.000 del sector norte, en cambio, quedaron desprotegidas y, en consecuencia, expuestas al trajín de las topadoras que vemos ahora.
Medidos desde el aire, los senderos abiertos recientemente en La Fidelidad suman 40 kilómetros lineales y enmarcan un perímetro de alrededor de entre 7000 y 8000 hectáreas de bosque nativo que lo más probable es que se conviertan, según lo observado y la tendencia de los últimos años, en campos de soja o maíz o se destinen a la explotación ganadera.
La tarea de las topadoras en las actuales circunstancias tal vez resulte indignante, aunque en ningún caso puede considerarse sorprendente. En el Gran Chaco argentino, la deforestación es un goteo que cae de manera constante sobre los bosques nativos y ni siquiera respeta las zonas que la Ley de Bosques sancionada en 2007 establece como espacios protegidos. El segundo pulmón más importante del continente concentra el 80 por ciento de la pérdida de ecosistemas originales en el país, unas 5 millones de hectáreas en las dos décadas del siglo XXI, según se desprende de sucesivos informes del Ministerio de Medio Ambiente de la Nación.
Que el pasado 20 de mayo la agencia espacial norteamericana NASA haya elegido dos fotografías de la región —una de diciembre de 2000 y otra de diciembre de 2019— como “imagen del día” da una pauta de la magnitud del desastre. Centradas en un área del Chaco salteño, las fotos permiten observar con claridad el alcance de la devastación.
En el caso específico de Formosa, 99.522 hectáreas de monte han sido barridas por las máquinas en los últimos cuatro años. Las restantes provincias que componen la ecorregión tampoco se quedan atrás.
Hacia el oeste, en Salta, entre septiembre y octubre del año pasado, las imágenes satelitales descubrieron el desmonte de dos fincas de 300 y 530 hectáreas respectivamente en los distritos de Anta y General San Martín.
El período de cuarentena obligatoria dictado por el Gobierno nacional debido a la pandemia de Covid-19 no ha mejorado esta situación. El último informe emitido por la organización Greenpeace indica que en el primer mes de aislamiento fueron deforestadas 6565 hectáreas en todo el Gran Chaco, la mitad de ellas en la provincia de Santiago del Estero.
Que el pasado 20 de mayo la agencia espacial norteamericana NASA haya elegido dos fotografías de la región —una de diciembre de 2000 y otra de diciembre de 2019— como “imagen del día” da una pauta de la magnitud del desastre.
“Existe en las provincias un entramado de poder —económico, político y judicial— que dificulta cualquier tipo de aplicación legal y facilita los desmontes”, explica Matías Mastrángelo, biólogo investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y experto conocedor de los intereses que se esconden en la intimidad de los bosques chaqueños.
Juan Cabandié, nuevo ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, sorprendió con una frase en una entrevista del 15 de mayo con el medio argentino Red/Acción. “Evidentemente hay cosas a modificar en la ley [de bosques] porque podría decir que la ley está avalando la deforestación. Donde no hay ordenamiento territorial no es ilegal y donde hay categoría 3 (zonas permitidas para la actividad productiva) tampoco es ilegal, pero son cuencas forestales importantes de nativos.”, dijo, en una sentencia que puede suscitar debate pero que encierra una verdad: el monte sigue perdiendo hectáreas.
El Gran Chaco argentino padece una amplia variedad de males, pero la deforestación es considerada la madre de todas las desgracias. Sus consecuencias van desde el fraccionamiento de hábitats hasta la acción directa contra las características naturales del suelo; de las alteraciones en las dinámicas hídricas y climáticas al derrumbe social y económico de los habitantes del monte. Y los hechos indican que este panorama no cambiará y que la frontera agrícola-ganadera seguirá expandiéndose.
Extracto de la nota publicada por Rodolfo Chisleanschi en Mongabaray
Nota completa: https://es.mongabay.com/2020/05/deforestacion-gran-chaco-argentina-bosques/