La fecha se estableció en 1992 por iniciativa de la Sociedad Internacional de los Derechos de los Animales (ISAR, por sus siglas en inglés) con el objetivo de instalar la problemática y concientizar a la población en la búsqueda de soluciones. Así, cada 17 de agosto llega el Día Internacional de los Animales sin Hogar y los mensajes y campañas de adopción responsable, vacunación y castraciones masivas toman más impulso que nunca.
Sobre el nivel de compromiso y entendimiento que se observa en general en las y los argentinos respecto a los derechos animales, el director institucional de El Campito Refugio, Sergio Moragues sostiene que “en la sociedad moderna conviven múltiples sentidos respecto al tema: hay quienes los consideran sujetos de derecho y quienes, por el contrario, los toman como una cosa”. En la vida diaria –continúa el activista– el animal es de compañía pero también de trabajo, doméstico, jauría salvaje, “y así como se destaca su importancia por sus cualidades de seres sintientes, también coexisten como objetos comerciales; de recreación, que se regalan y se abandonan; o máquinas de trabajo con la tarea de cuidar un lugar hasta que son viejos”. De acuerdo a su punto de vista, estas situaciones abarcan un amplio rango de comportamientos humanos que va desde la empatía hasta la violencia, el abuso, la crueldad y el delito.
Desde El Paraíso de los Animales, un santuario ubicado en la localidad bonaerense de General Rodríguez creado hace 30 años y donde viven unos 850 animales de granja, Roxana Escudero señala “como no tenemos especies consideradas mascotas, por un lado es difícil valorar el compromiso de la gente en ese sentido, pero por el otro sí podemos, precisamente por lo mismo: por ejemplo, sucede con frecuencia que compran chanchitos bebés para la casa, y cuando crecen no los pueden tener más, entonces nos lo traen a nosotros. Pero los chanchos necesitan mucho espacio, entonces no siempre los aceptamos, y ahí algunas personas se enojan; en este punto, se quieren sacar el problema de encima”. El Paraíso es un espacio de una hectárea y media que tiene mayormente animales rescatados de la explotación y el maltrato, como gallinas ponedoras con el pico cortado, caballos utilizados para la tracción a sangre, o cabras y ovejas entregadas por gente que solía tener campo pero que en un momento no pudo mantenerlo más. Muchos casos están judicializados, es decir que llegan allí a partir de alguna denuncia, y otros tantos han sufrido accidentes y ya no pueden regresar a la vida natural. Perros también tienen; son alrededor de una treintena, viejos, la mayoría ciegos y enfermos. “A los que abandonan en la puerta los damos en adopción”, relata.
Al pensar en los principales motivos que llevan a alguien a abandonar a un animal –y retomando el abanico de conductas humanas al que alude Moragues–, desde la agrupación Los callejeritos de Flores son contundentes: “Falta de empatía, de recursos y de educación en general. Pero sobre todo, para ser capaz de dejar a un animal al costado de una ruta, lo que hace falta es maldad”. Más allá de los factores que se combinan para devenir en una situación de desatención, negligencia o crueldad por parte de las y los ciudadanos, las agrupaciones apuntan con mayor énfasis al Estado, resaltando en esta fecha –y siempre– todo lo que resta por hacer. “Rescatar animales no es negocio, por eso nadie se quiere ocupar. Nosotros no queremos que el Estado nos regale nada; solo que nos facilite algunas cuestiones”, señalan desde este grupo de vecinos y vecinas surgido hace 10 años, aunque, agregan: “En realidad sí consideramos que la cuestión de los animales en la calle es un problema de salud pública, por ejemplo si pensamos en los casos de rabia, que estaba erradicada y comenzó a reportarse nuevamente”. En este sentido, cabe recordar el caso de una mujer oriunda de Coronel Suárez, provincia de Buenos Aires, que en mayo de 2021 murió a causa de esta enfermedad luego de ser mordida por un gato callejero al que quiso alimentar.
Las agrupaciones exigen al Estado mayor responsabilidad en el tema, pero tampoco pretenden que haga todo el trabajo; más bien piden que facilite algunos caminos y destrabe la burocracia.
Así, mediante esa “facilitación” de tareas, se refieren a la necesidad de más turnos para castraciones gratuitas a cargo del gobierno de la ciudad (CABA). “Se entregan diez por semana, una cifra insignificante teniendo en cuenta que en un mes nacen 300 cachorros más”, expresan. Del mismo modo, “tampoco es completa la atención que ofrecen ya que, si bien la vacuna antirrábica es la única obligatoria, hay otras importantes como aquella que previene moquillo y parvovirus que también deberían estar al alcance de manera masiva”. Sobre este punto, Moragues sostiene que “la respuesta estatal es un péndulo que va de la indiferencia disfrazada de tolerancia hacia la matanza y desde allí un retorno al extremo opuesto: perreras, registros, multas, nula o escasa oferta de castraciones forman parte de este paquete”. Entre las principales medidas que los y las proteccionistas exigen a los organismos responsables figura, además de las campañas de esterilización, desparasitación y vacunación, una modificación urgente a la ley de maltrato animal. “La legislación tiene un enfoque prohibitivo: el perro en situación de calle es parte de los riesgos ambientales y se lo regula bajo la misma lógica que otros como el tabaco, el alcohol o las drogas ilegales, es decir, se los confina o se los suprime. Pero, a diferencia de las políticas de salud, se vigila y se castiga a los humanos con multas por su ‘falta de cultura y de conciencia’”, describe Moragues.
En este sentido, Moragues subraya la necesidad de un nuevo enfoque social que contemple lo que acontece verdaderamente en la interfaz entre animales, ambiente y salud. “Es urgente trabajar en educación, algo que solemos escuchar como la ‘única herramienta para el cambio social’. Pero no se reduce a transmitir hábitos de higiene y responsabilidad: con un 50 por ciento de la población en situación de pobreza, ¿qué clase de educación necesitamos? Evidentemente no es un proceso de una sola vía desde la academia hacia los ‘ignorantes’, sino un diálogo de saberes en donde quizá la academia tiene más que aprender de lo que parece”, opina el referente de El Campito, un refugio de Monte Grande, provincia de Buenos Aires, en el que viven 550 perros bajo el cuidado de 12 cuidadores y cuidadoras permanentes, 50 voluntarios y voluntarias, 3 veterinarios, y 8 mil padrinos y madrinas, la figura de quienes aportan dinero regularmente para solventar los gastos del refugio. El Paraíso de los Animales también subsiste fundamentalmente gracias al programa de apadrinamiento, imposible de sostener de otra manera ya que, al ocuparse de especies grandes, los gastos de alimento y tratamientos son también superiores. Los Callejeritos de Flores, por su parte, se mantiene con donaciones de particulares, ferias de platos y venta de productos. “Consideramos que el Estado debería ocuparse más y de muchas maneras, pero mientras tanto las agrupaciones proteccionistas no vamos a desaparecer”, concluyen.