Aunque nos parezcan feas o peligrosas, las criaturas raras, pequeñas o poco carismáticas importan, desempeñan funciones fundamentales en los ecosistemas.
Parece un animal aterrador, vicioso. En su mirada, creemos percibir maldad. Pero el murciélago de la especie Centurio senex -que se traduce como “hombre de 100 años”- o “murciélago de cara arrugada”, un diminuto mamífero de potente mordida que habita en los bosques que se expanden de América Central hasta Venezuela, solo se alimenta de frutas. Y ocasionalmente de insectos. Nada más.
¿Por qué, entonces, juzgamos a este y a otros animales que consideramos “feos” con criterios de belleza y fealdad o bondad y maldad, estándares construidos durante siglos y adoptados casi inconscientemente? Y más importante: ¿Influye nuestra apreciación estética de especies de animales e insectos que nos parecen horribles -de topos dientudos a cucarachas voladoras, monos narigudos, buitres pelirrojos, serpientes supuestamente maléficas, reptiles monstruosos como el dragón de Komodo- en su conservación?
Osos polares, leopardos de las nieves, magníficos elefantes y gorilas, rinocerontes, tigres blancos, ballenas y delfines, focas bebés suelen desfilar como “especies modelo” a la hora de hablar de la importancia de proteger la biodiversidad del planeta. Con sus ojos grandes y colas tupidas, aparecen en campañas de conservación, en pósters, exhibiciones de museos y zoológicos, dominan los libros de historia natural y los programas de televisión. Nos parecen animales tiernos, elegantes, gráciles, dignos de cuidar y proteger. Aunque haya poco de tierno y noble en la naturaleza.
“El criterio que usamos para juzgar el valor de un animal todavía se basa abrumadoramente en los valores humanos”, advierte el biólogo canadiense Ernest Small. “Para la mayoría de las personas, los criterios emocionales son los que cuentan y probablemente no sea tan diferente del consumismo en general, el tipo de cosas que compramos”.
A la mayoría de las especies en peligro de extinción se las ignora.
La Tierra es hogar de millones de especies pero se suele retratar o hablar de solo unas pocas docenas de animales. Por ejemplo, el oso panda: se ha convertido en un símbolo nacional de China y las organizaciones benéficas se pelean por ayudar en su reproducción. A estos animales emblemáticos o celebridades no humanas se las suele denominar “megafauna carismática”, es decir, grandes vertebrados que se pueden emplear para potenciar una campaña de conservación porque despiertan en el público interés y simpatía. Y porque también exponen lo que se llama el “efecto Bambi”: nuestra reacción adversa cuando en un documental, por ejemplo, vemos que una criatura “linda” es perseguida y devorada por un depredador.
Muchos conservacionistas se defienden diciendo que las acciones destinadas a preservar una especie con un mayor peso simbólico para la sociedad puede tener un “efecto paraguas” y ayudar a salvar especies menos glamorosas que prosperan a su sombra. Pero eso no siempre ocurre. La mayoría de las especies en peligro de extinción no tienen la suerte de contar con el amor del público: se las ignora, se las desprecia, no se las tiene en cuenta.
“Algunas especies pueden ser víctimas de su carisma, especialmente los invertebrados que no son considerados por el público como importantes”, explican los biólogos franceses Frédéric Ducarme, Gloria M. Luque y Franck Courchamp.
Desigualdad animal
En un estudio realizado en 2017, el investigador portugués Diogo Verissimo de la Universidad de Oxford descubrió que las especies más atractivas son las que atraen más donaciones, al menos en la recaudación de fondos de dos de las más importantes organizaciones benéficas de conservación, la World Wildlife Fund y la Zoological Society of London. La comunidad científica está fuertemente influenciada por la financiación de la investigación y las políticas científicas que, a su vez, siguen preferencias sociales más amplias, como la apreciación de tal o cual especie. Ante este panorama desalentador, biólogos como el británico Simon Watt han impulsado la creación de la Ugly Animal Preservation Society (Sociedad para la Preservación de Anima-les Feos), un evento itinerante de comedia que busca alertar sobre los peligrosos efectos de esta indiferencia. “Al ser cegados por hermosos animales, no solo nos perdemos la alegría de escuchar acerca de algunas criaturas fantásticamente extrañas y maravillosas, sino que en realidad podríamos estar dañando nuestro planeta”, explica. “Debemos ser conscientes de los sesgos que tenemos dentro del movimiento de conservación”. Se trata de un sesgo taxonómico, también conocido como chauvinismo taxonómico. Durante los últimos 25 años, la investigación sobre la biodiversidad se ha expandido, impulsada por las crecientes amenazas al mundo natural. Sin embargo, la cantidad de estudios publicados está fuertemente inclinada hacia ciertos animales, como los vertebrados (aves y mamíferos), mientras que se descuidan los invertebrados (particularmente arácnidos e insectos). A pesar de constituir el 79 % de todas las especies en la Tierra, la investigación sobre estas especies representa solo el 11 % de la literatura científica sobre conservación.
«El criterio que usamos para juzgar el valor de un animal todavía se basa abrumadoramente en los valores humanos, Ernest Small.
Un giro perceptual
Aunque nos parezcan feas o peligrosas, las criaturas raras, pequeñas o poco carismáticas importan: desempeñan funciones fundamentales en los ecosistemas. Las avispas, por ejemplo, usualmente despreciadas, temidas por miles de personas y consideradas una molestia, controlan la cantidad de plagas potenciales -como la mosca verde y muchas orugas- en un ambiente. Además, son valiosas polinizadoras y muchos de nuestros cultivos no sobrevivirían sin ellas. En Madagascar, un lémur nocturno conocido como aye-aye luce enormes orejas y ojos, dedos muy largos y dientes puntiagudos que nunca dejan de crecer. Es nocturno, solitario y se comunica mediante una serie de vocalizaciones. La ignorancia y el miedo ha provocado que mucha gente lo considere un signo de mala suerte y lo mate al verlo. Pero es fundamental pues ayudan a dispersar semillas de árboles frutales y mantiene el equilibrio del bosque al comer las larvas de escarabajos perforadores de madera.
A pesar de constituir el 79 % de todas las especies en la Tierra, la investigación sobre las especies de invertebrados representa solo el 11 % de la literatura científica sobre conservación.
La historia ofrece algo de esperanzas: nos muestra que nuestras actitudes y percepciones sobre el mundo animal no son estáticas. En el pasado, los grandes animales marinos se representaban como criaturas mitológicas fantásticas, como monstruos peligrosos, rasgos que justificaban su aniquilación. Sin embargo, desde la década de 1970, campañas ambientales, documentales y un creciente interés por la vida silvestre han promovido un considerable cambio en nuestra visión de los habitantes de los océanos.
Es hora de lograr lo mismo con los animales considerados “feos”: solo la educación nos ayudará a sacudirnos nuestros prejuicios y nos permitirá comprender su verdadero valor y así protegerlos.