Parque Nacional Yasuní, Ecuador – En una frondosa franja de la selva amazónica en esta región, cerca de donde viven algunas de las últimas poblaciones indígenas del mundo en aislamiento voluntario, hace poco un equipo de trabajadores terminó la construcción de una nueva plataforma petrolera erigida en plena jungla.
Los equipos están perforando en uno de los ecosistemas más importantes de la Tierra en términos ambientales porque alberga enormes cantidades de carbono, un elemento que contribuye al calentamiento del planeta. Se acercan cada vez más a una zona restringida que está destinada a proteger a los pueblos indígenas. Pero resulta que algunos de los mayores yacimientos petroleros del país también se ubican ahí.
Ecuador es un país carente de fondos y asediado por deudas. El gobierno considera que la extracción de petróleo es la mejor solución a sus problemas. La historia de este lugar, el Parque Nacional Yasuní, brinda un ejemplo práctico de cómo las fuerzas financieras globales siguen arrinconando a los países en desarrollo para que exploten algunas de las regiones con mayor biodiversidad del mundo.
Los países como Ecuador están “contra las cuerdas”, comentó María Fernanda Espinosa, diplomática ecuatoriana y expresidenta de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Extraer petróleo en esta zona de la selva amazónica no fue la primera opción de Ecuador. En 2007, Rafael Correa, quien en ese entonces era el presidente del país, propuso una alternativa novedosa que habría mantenido las reservas petroleras nacionales, que en aquella época se calculaba que equivalían a alrededor de mil millones de barriles, en una parcela designada como Bloque 43, bajo tierra.
El petróleo de Ecuador está debajo del bosque tropical de la Amazonía. Más de un tercio de los ingresos del país provienen del petróleo
Este plan habría requerido que los países crearan un fondo de 3600 millones de dólares, la mitad del valor estimado de su petróleo, para compensar a Ecuador por preservar sus reservas intactas. Los partidarios de la idea dijeron que habría favorecido al medioambiente, la biodiversidad y los derechos de las comunidades indígenas. Afirmaron que, además, habría sido una victoria moral que habría sentado un precedente: una pequeña nación en desarrollo habría sido remunerada por renunciar a un recurso que ayudó a que lugares como Estados Unidos y Europa fueran muy ricos.
Sin embargo, tras las fanfarrias iniciales, solo llegaron contribuciones insignificantes. Ecuador recurrió a China para solicitarle préstamos, unos 8000 millones de dólares en el transcurso del gobierno de Correa, algunos de los cuales se pagarían con petróleo.
El fracaso del plan inició la expansión de la extracción en el Bloque 43.
“Ahora que la tendencia mundial es el abandono de los combustibles fósiles, llegó el momento de extraer hasta la última gota de provecho de nuestro petróleo para que llegue al servicio de los más pobres, respetando el medioambiente”, declaró el año pasado el actual presidente, Guillermo Lasso.
Otras naciones también están en busca de nuevos desarrollos de petróleo, aunque la Agencia Internacional de la Energía ha declarado que los países deben frenar todos los nuevos proyectos para evitar un escenario catastrófico de cambio climático. Los países en desarrollo afirman que deberían permitirles seguir usando combustibles fósiles porque, en términos históricos, son los que menos han contribuido al cambio climático. Pero suelen ser estos mismos países los que albergan los ecosistemas más valiosos para los esfuerzos por detener el cambio climático y el colapso de la biodiversidad. La República Democrática del Congo, por ejemplo, ha comenzado a subastar bloques petrolíferos que incluyen zonas de selva tropical, turberas y partes de un santuario para gorilas de montaña.
En Ecuador, la industria petrolera insiste en que pueden desarrollarse nuevos proyectos de extracción sin provocar tantos daños, pero los científicos indican que, hasta ahora, incluso los mejores casos han derivado en deforestación inesperada y otras presiones para el medioambiente.
Este incremento de la extracción de petróleo en los bosques sucede durante uno de los peores momentos para el planeta. Los científicos advierten que la Amazonía, debilitada por la deforestación y el cambio climático, está por alcanzar un punto en el que comenzaría a degradarse hasta convertirse en un pastizal. Algunas áreas ya emiten más carbono del que almacenan, lo cual representa una bomba de tiempo de gases de efecto invernadero.
“La riqueza más grande que tiene el Ecuador es su biodiversidad”, afirmó Carlos Larrea, profesor de la Universidad Simón Bolivar en Quito, la capital del país, que ayudó a diseñar el fondo fallido. Para Larrea, la destrucción de Yasuní “es un suicidio”.
‘Siempre pierde la naturaleza’
El área protegida de Yasuní está llena de vida. Trina, grazna y aúlla. Los monos más pequeños del mundo, llamados titíes pigmeos, corren deprisa por las ramas y los roedores más grandes del planeta, los capibaras, se tumban en las riberas.
Yasuní es uno de los lugares con más biodiversidad del planeta.
Tan solo en una parcela de 25 hectáreas, los científicos han documentado unas 1000 especies de árboles nativos, más o menos la misma cantidad que existe en todo Estados Unidos.
Esta región, donde la Amazonía sube por las faldas de los Andes, contiene más biodiversidad que cualquier otra área terrestre del mundo, según los científicos. La diversidad genética es un recurso vasto e inexplorado que podría develar curas para enfermedades y abrir puertas a innovaciones tecnológicas. Pero la fragmentación en este lugar ya comenzó.
“Siempre pierde la naturaleza”, sentenció Renato Valencia, ecologista de bosques de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador que ha estudiado esta región desde hace décadas. “En relación al tema económico, esa es la regla”.
Incluso con las mejores prácticas de la industria, el ecosistema ha sufrido.
Los dirigentes ecuatorianos señalan que no pueden simplemente rechazar ese dinero en un país donde hasta uno de cada cuatro niños sufre de malnutrición.
En la década de los noventa, cuando comenzó la producción de petróleo cerca de esas 25 hectáreas, los ejecutivos hicieron grandes esfuerzos para proteger a la naturaleza, según afirmaron algunos científicos. Procuraron mantener al mínimo la deforestación, además de que contrataron a científicos para que estudiaran la biodiversidad local.
“Siempre tuvimos la esperanza de que esto sirviera para demostrar que la explotación petrolera podía coexistir con un bosque silvestre y su biota”, relató Robert S. Ridgely, ornitólogo que lideró el estudio sobre aves. “Pero, al final, no fue así”.
Los científicos señalaron que el peor daño ambiental no vino de la contaminación del petróleo, sino del camino que abrieron estas empresas. Pese a los controles estrictos, este atrajo a nuevos ecuatorianos indígenas a la zona, quienes talaron árboles y sembraron cultivos. Los cazadores locales empezaron a matar más animales para venderlos, incluidas las especies amenazadas. La tala ilegal es un gran problema.
The New York Times se comunicó con los autores de los estudios financiados por empresas petroleras. Seis de los siete respondieron y todos ellos expresaron una profunda preocupación sobre los nuevos proyectos de extracción en el Bloque 43.
“Va a ser otro completo desastre”, advirtió Morley Read, biólogo que lideró el estudio sobre anfibios y reptiles.
También hay personas en riesgo. En Yasuní, un número desconocido de hombres, mujeres y niños viven en lo que se conoce como aislamiento voluntario, pues rechazan el contacto con el mundo exterior. Se les denomina los tagaeris y los taromenanes.
Su reserva y una zona de contención están fuera de los límites para la perforación, pero las autoridades han discutido la reducción de esa zona de protección para poder extraer más petróleo.
“Ahí lo puso la naturaleza”, declaró Fernando Santos, el ministro de Energía, en una entrevista en noviembre. “Y de ahí tenemos que sacarlo, pero con cuidado”.
Una nación ‘dependiente del petróleo’
Ecuador ha exportado petróleo de su parte de la Amazonía durante medio siglo, desde que las empresas estadounidenses lo descubrieron ahí. En 1972, el ejército desfiló con un primer barril simbólico por las calles de Quito. “El pueblo no puede contener su emoción”, decía el narrador que describe las escenas de filmadas ese día.
En los siguientes 50 años, el producto interno bruto casi se duplicó, un ritmo algo más veloz que en el resto de América Latina. Muchos le atribuyen esto al petróleo.
“Ha habido un cambio de un Ecuador muy atrasado a un Ecuador de un progreso no de primer mundo, pero mediano: un gran avance”, manifestó Santos el ministro de Energía.
Sin embargo, a medida que ascendieron los ingresos del petróleo, los mercados globales le permitieron al gobierno solicitar préstamos más cuantiosos.
“Lo que se ve en Ecuador es que, siempre que hay auges petrolíferos en el país es cuando la deuda pública se dispara”, explicó Julián P. Díaz, profesor de Economía en la Universidad de Loyola Chicago.
Los economistas afirman que los países pobres pueden ser presas fáciles de este tipo de trampas de endeudamiento porque, para empezar, tienen economías e infraestructuras menos robustas y suelen pedir préstamos con tasas de interés mucho más elevadas porque se les considera prestatarios más riesgosos.
“Obviamente estamos con una deuda monstruosa”, admitió Santos. Pero, aunque reconoce que el petróleo contribuyó a crear el problema, también considera que el petróleo es la solución. Con un mayor desarrollo minero y de extracción, “el país podrá salir de su deuda”, afirmó.
No obstante, los beneficios económicos apenas han llegado a las comunidades que desde hace décadas han vivido cerca de desarrollos petroleros. Más de la mitad de las personas que viven en la región amazónica de Ecuador, de donde proviene la gran mayoría del petróleo del país, son pobres.
Ramiro Páez Rivera, un ejecutivo que ha trabajado para varias empresas petroleras en la zona, dijo que era tarea del gobierno hacer buen uso de los impuestos que pagan las petroleras.
“Pagamos millones de dólares y la gente no tiene agua potable”, señaló.
Una comunidad, Yarentaro, está a una corta distancia a pie de un cúmulo de pozos de aguas residuales de operaciones petroleras. Incluso después de tres décadas de producción petrolífera, no existe un sistema de saneamiento y toda el agua se recoge de un río cercano.
El año pasado, miles de indígenas ecuatorianos participaron en un paro de 18 días que frenó gran parte de las operaciones petrolíferas del país. “No queremos petróleo”, expresó Leonidas Iza, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, organización que ayudó a liderar las protestas.
Pero si bien los manifestantes exigieron que se detuvieran los planes del presidente de redoblar la producción de petróleo, también insistieron en que el gobierno redujera los precios de la gasolina, una medida que suele incrementar la demanda de combustibles.
“Hay una cruda realidad: que en estos 50 años volvieron nuestras economías dependientes del petróleo”, reconoció Iza.
‘El mundo nos ha fallado’
En 2007, la propuesta de dejar el petróleo en el subsuelo fue un intento de trazar un camino distinto. Una figura sorprendente respaldó la propuesta: el ministro de Energía, Alberto Acosta.
Se trataba del “ministro de Petróleo proponiendo no extraer petróleo”, recordó Acosta. Cuando era más joven, había aceptado como verdad absoluta el hecho de que el petróleo era la clave para sacar a Ecuador de la pobreza. Pero, después de décadas de producción, los mayores efectos que veía eran la contaminación y la deforestación.
Así que Ecuador le pidió al mundo 3600 millones de dólares, la mitad de lo que predecía que generaría con la venta del combustible. Al principio, hubo señales positivas. Naciones Unidas accedió a gestionar el fondo. Alemania e Italia se comprometieron a contribuir con recursos.
Sin embargo, algunos gobiernos no confiaban en el presidente Correa, un populista que había incumplido a propósito el pago de la deuda externa. Muchos se quedaron perplejos ante la idea de pagarle a un país para que no hiciera algo. Correa fue acusado de extorsión porque planeaba seguir extrayendo petróleo si no llegaban los recursos monetarios.
Conforme la propuesta de Yasuní perdió fuerza, China adquirió cada vez más influencia en Ecuador, pues intervino con miles de millones de dólares en préstamos, alguno de los cuales se pagarían en petróleo.
Al final, la propuesta de Yasuní solo recaudó unos 13 millones de dólares. “El mundo nos ha fallado”, le dijo Correa a la nación en agosto de 2013.
Ahora, Correa vive en Bélgica y corre el riesgo de ser detenido a causa de una condena por corrupción.
En busca de ‘otro tipo de economía’
Tras el fracaso del proyecto de Yasuní, una petrolera estatal que ahora es parte de Petroecuador, empezó a tocar las puertas de las comunidades indígenas en todo el Bloque 43, ofreciendo dinero, viviendas y proyectos de saneamiento.
En la actualidad, hay 12 plataformas a lo largo del bosque, conectadas por un camino de grava.
En cada plataforma, los trabajadores perforan decenas de pozos, torcidos en distintas direcciones para evitar una mayor deforestación. Cientos de trabajadores se afanan por turnos, las 24 horas del día.
“Estamos en esa campaña agresiva dentro de los límites de actividad que se pueda hacer ahí”, dijo Hugo Aguiar, el gerente general de Petroecuador.
No obstante, no está claro por cuánto tiempo valdrá la pena seguir invirtiendo en el petróleo del Bloque 43. El petróleo pesado es menos valioso y emite más dióxido de carbono que el crudo liviano. Más del 90 por ciento de lo que se bombea es agua tóxica que debe tratarse, y eso encarece las operaciones.
Se han estudiado muchas alternativas económicas, como proyectos de compensación de carbono y el desarrollo de mercados para productos locales como las nueces.
Sin embargo, el petróleo es una de las industrias más lucrativas del mundo. Según los investigadores, para competir con ella, se requieren políticas gubernamentales y cooperación internacional.
Una de las ideas que está cobrando impulso tiene que ver con los “canjes de deuda por naturaleza”. Ecuador está considerando un gran acuerdo en los próximos meses, con lo que lograría que los bancos renegocien una parte considerable de su deuda a cambio de inversión en una nueva reserva marina en la costa de las islas Galápagos.
Están cobrando impulso los “canjes de deuda por naturaleza”. Ecuador está considerando un gran acuerdo en los próximos meses, con lo que lograría que los bancos renegocien una parte considerable de su deuda a cambio de inversión en una nueva reserva marina en la costa de las islas Galápagos.
Es posible que otro país intente iniciar su propia versión de la propuesta de Yasuní. Las Seychelles, una nación insular en el océano Índico que está bajo amenaza por el aumento del nivel del mar, están promoviendo la exploración de petróleo que podría aprovecharse como ventaja al momento de pedirles a las naciones ricas que ayuden a financiar proyectos de energía renovable.
La presión contra el petróleo se sigue incrementando en Ecuador. Tras años de obstáculos jurídicos, un referendo para definir si el gobierno debe dejar las reservas de crudo del Bloque 43 en el subsuelo al fin podría someterse a votación.
“Vamos a acabar con todos los bloques petroleros, vamos a acabar con todos los ecosistemas, pero no vamos a resolver el problema de la economía de Ecuador”, sentenció Iza, el líder indígena. “Estamos obligados a pensar en otro tipo de economía”.
Catrin Einhorn informa sobre biodiversidad para la sección de Clima y Medioambiente en The New York Times. También ha trabajado en la división de investigaciones, donde fue parte del equipo del Times que recibió el Premio Pulitzer por Servicio Público de 2018 por sus reportajes sobre acoso sexual. @catrineinhorn
Manuela Andreoni es escritora del boletín informativo Climate Forward, actualmente reside en Brasil. Antes fue miembro de la Red de Investigaciones de la Selva Tropical, donde examinó las fuerzas que impulsan la deforestación en la Amazonía. @manuelaandreoni
Erin Schaff es fotógrafa del Times y vive en Washington.