Desapareció a comienzos del siglo XX, y con él se fue también el valioso rol que cumplía en su biodiversidad: la dispersión de semillas de palmeras en su hábitat natural. Su plumaje era color azul turquesa pálido y variaba con la incidencia de la luz. El guacamayo glauco o violáceo, cuyo nombre científico es Anodorhynchus glaucus, habitó el noreste de Argentina, Uruguay, sur de Brasil y este de Paraguay hasta que la acción humana lo borró del mapa literalmente.
Las hipótesis de esa desgracia son varias: según los relatos del naturalista francés Alcide d’Orbigny luego de sus viajes por esta región a mediados del 1800, las comunidades locales los cazaban para utilizar sus plumas y también para comerlos, aunque también los capturaban para tenerlos como mascotas. Algunos estudios indican que las modificaciones en su hábitat seguramente hayan afectado su reproducción, como probablemente también lo haya hecho algún virus patógeno propio de las aves de corral. Aunque su condición de especie extinta impide volver a verlo en vida, una técnica conocida como reemplazo ecológico podría ser la clave para recuperar, al menos, el importante rol ecológico que llevaba adelante.
“Se trata de una herramienta de conservación extrema: cuando ya no hay posibilidades de recuperar a la especie original, entonces se introduce una similar desde el punto de vista taxonómico, es decir que estén emparentadas; o bien ecológico, quiere decir que cumplen la misma función a nivel de biodiversidad, con el objetivo final de resguardar las interacciones ecosistémicas que esa especie ejercía”, explica Sebastián di Martino, director de Conservación de la Fundación Rewilding Argentina, una organización creada en 2010 para enfrentar y revertir la extinción de especies y la degradación ambiental resultante.
El reemplazo ecológico es una herramienta de conservación extrema: cuando ya no hay posibilidades de recuperar a la especie original, se puede introducir una similar con el objetivo final de resguardar las interacciones ecosistémicas que esa especie ejercía.
El guacamayo violáceo comía frutos de palmeras yatay y pindó y contribuía a la dispersión de sus semillas, una tarea vital para la subsistencia de los bosques y otro tipo de ambientes. Actualmente, el mejor candidato para pensar su reemplazo es el guacamayo azul de Lear, un ave que también ha estado en grave peligro de extinción pero que, gracias a diversas campañas, hoy goza de poblaciones silvestres saludables y otras en cautiverio en Brasil.
“Tan parecidos son, que incluso existe literatura que asegura que en realidad se trata de la misma especie con una distribución disyunta o dividida”, señala di Martino. Para avanzar en un proyecto de reemplazo ecológico en este caso, continua el experto, “sería necesario realizar un análisis de factibilidad de las distintas partes del proceso de reintroducción, entre ellas de dónde provendrían los ejemplares para crear esta nueva población, cuáles serían los sitios indicados para la liberación de los animales, teniendo en cuenta que deben ser ambientes habitados con las palmeras de las que se alimentan, árboles y barrancos de ríos para que nidifiquen y establezcan sus colonias”.
El reemplazo ecológico cuenta con varios ejemplos exitosos en distintas partes del mundo. Uno de ellos, según describen desde Rewilding, es el de la tortuga de Mauricio, una especie herbívora de las Islas Mascareñas, al sudeste del Océano Índico, que forrajeaba, pastaba, pisoteaba y dispersaba semillas, moldeando la comunidad vegetal y por lo tanto el hábitat de invertebrados, reptiles y aves marinas. Extinta por causas humanas, en 2007 se introdujeron tortugas Aldabra, similares en genética y morfología. Desde entonces, se observan mejoras en la germinación de especies vegetales nativas y una reducción de la abundancia de especies vegetales exóticas invasoras, favoreciendo además a las especies animales que dependen de ellas.
Ilustración: Aldo Chiappe