No es un agujero delimitado y estático y tampoco es, de hecho, un agujero propiamente dicho: es más bien un afinamiento o disminución de la capa de ozono que rodea al planeta en determinadas regiones. No obstante, “agujero de ozono” es el nombre con que se conoce a este drástico fenómeno desde que se lo observó por primera vez, en 1985, a la altura del continente antártico. La capa de ozono es la encargada de filtrar los rayos ultravioletas (UV) del sol, y por ende de proteger de sus efectos nocivos a todas las especies que habitan la Tierra. Cuando se supo que su pérdida se debía al uso de ciertos gases contaminantes utilizados en la actividad industrial, principalmente los llamados clorofluorocarburos (CFC), comenzaron las acciones para frenar y revertir el daño. En este sentido, la herramienta más concreta ha sido el Protocolo de Montreal, vigente desde 1987 y ratificado por 165 países, que básicamente prohíbe o controla las emisiones de distintos compuestos perjudiciales para la atmósfera. A 35 años de aquel hito, las evaluaciones científicas son auspiciosas y muestran buenos niveles de recuperación de la capa de ozono.
“Las mediciones alrededor del mundo estiman que la recuperación total se alcanzaría en 2030 para el hemisferio norte y entre 2050 y 2065 para el sur. Pero más allá de que las sustancias prohibidas no se utilicen más, la mayoría de ellas tiene una vida media de 100 años, entonces siguen actuando y por eso vemos que el agujero se forma todos los años”, señala Facundo Orte, investigador del CONICET en la Unidad de Investigación y Desarrollo Estratégico para la Defensa (UNIDEF) perteneciente al Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas para la Defensa del Ministerio de Defensa de la Nación (CITEDEF, MINDEF-CONICET). Según explica el especialista, la formación del agujero de ozono está mediada por una corriente de aire llamada vórtice polar, “una especie de remolino gigante que se forma en las latitudes polares todos los inviernos principalmente en la estratósfera, la capa de la atmósfera en la que se concentra mayor cantidad de ozono”. En primavera, cuando llegan los primeros rayos de sol, la radiación UV rompe las moléculas de los gases como el CFC y estos liberan cloro atómico, un compuesto capaz de destruir las moléculas de ozono.
Las mediciones estiman que la recuperación total se alcanzaría en 2030 para el hemisferio norte y entre 2050 y 2065 para el sur. El problema, más allá de que las sustancias prohibidas no se utilicen más, es que la mayoría tiene una vida media de 100 años, entonces siguen actuando y por eso el agujero se sigue formando todos los años.
“Como el vórtice no permite el intercambio de masas de aire entre el exterior y el interior, toda la destrucción de ozono que se produce adentro y queda confinada por sus paredes, de ahí que las imágenes satelitales lo muestren como un hoyo o una mancha. Ya para fines de noviembre o diciembre comienza a diluirse”, añade Orte. ¿Y por qué, si los gases derivan de la acción humana, el agujero se sitúa justo encima de la Antártida, una región remota y prácticamente despoblada? “Por la combinación de ciertas condiciones únicas presentes en su atmósfera, como temperaturas extremadamente bajas en la estratósfera que no se dan en otras partes del planeta. De hecho, en el norte también se forman agujeros de ozono pero muchísimo más chicos y de menor intensidad”, apunta el experto. Asesor técnico del Servicio Meteorológico Nacional, Gerardo Carbajal Benítez agrega que “al haber menos continente y más océano que en el norte, en esta parte del mundo el movimiento es más libre o menos caótico, y por eso los gases se dirigen hacia aquí”.
Respecto al Protocolo de Montreal, ambos coinciden en calificarlo como el instrumento más importante y eficiente en cuanto a la preservación de la capa de ozono, y el principal responsable de la clara tendencia hacia la recuperación que viene mostrando en los últimos años. “Lo que ha avanzado mucho desde la firma del acuerdo es el estudio de la capa: se ha mejorado la tecnología y se ha profundizado el monitoreo desde tierra y satélites, lo que da información precisa sobre su estado. Y lo mismo con el desarrollo de modelos que predicen su restablecimiento, algo esencial para corroborar que efectivamente el agujero siga retrocediendo, y también para controlar que los países cumplan”. Sin ir más lejos, en 2017 se detectó la presencia de CFC en la atmósfera y se determinó que provenían de una empresa china que estaba emitiendo ilegalmente. Las observaciones sirvieron para avisar al gobierno de ese país, adherente al protocolo, y pedir la sanción de la firma.
En materia de investigación científica sobre el tema, Argentina se encuentra bien posicionada. “Tiene un rol importante, en gran parte, por su ubicación geográfica única en el mundo: está en el hemisferio sur muy próxima a la Antártida, al igual que Chile. Aquí la formación del agujero de ozono es recurrente en cada primavera austral, y eso posibilita realizar mediciones muy valiosas”, relata Carbajal Benítez, y continúa: “Hay instrumentos emplazados en La Quiaca, Buenos Aires, Comodoro Rivadavia, Ushuaia y en algunas bases antárticas, que se complementan con las observaciones en satélites. Hay grupos de investigación muy bien formados con buena presencia en congresos, simposios y revistas científicas”. Desde 2005, además, existe en Río Gallegos el Observatorio Atmosférico de la Patagonia Austral (OAPA, CITEDEF), ubicado en Base Aérea Militar de la Fuerza Aérea Argentina, “un sitio que ha despertado el interés de hasta el momento más de cinco instituciones internacionales que instalaron allí sus instrumentos de medición para tomar datos”, añade Orte.
Los especialistas son categóricos sobre las consecuencias de su desaparición: seríamos una especie de planeta muy parecido a Marte, sin atmósfera, sin oxígeno, absolutamente sin vida.
Cada 16 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono y, para que no queden dudas sobre la importancia de continuar los esfuerzos globales para completar su recuperación, los especialistas son categóricos sobre las consecuencias de su desaparición: no existiría la vida. “O al menos, no como la conocemos. Sin ella, probablemente la vida habría evolucionado de otra manera, pero no lo sabemos”, reflexiona Orte, y agrega: “La capa de ozono actúa como un filtro natural de la radiación UV que alcanza a la Tierra, y por lo tanto es un protector solar para las plantas, animales y personas de los daños que pueden causar esos rayos. Entre los más leves que conocemos figura el eritema o enrojecimiento en la piel producto de la exposición al sol, pero hay otros más severos como cáncer o cataratas, por ejemplo”. Pensando en un eventual escenario sin capa de ozono, Carbajal Benítez enfatiza: “Seríamos una especie de planeta muy parecido a Marte, sin atmósfera, sin oxígeno, absolutamente sin vida. La capa aísla a la radiación UV de tipo C y gran parte de la B, que son las más potentes y que, de lograr penetrar, directamente nos quemarían por completo”.