Es licenciado en Biología y en Filosofía. También es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y docente en la misma casa de altos estudios. Combina sus dos profesiones como investigador del CONICET en el Instituto de Filosofía “Dr. Alejandro Korn”, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, dedicado al estudio de la relación entre las dimensiones epistémica y tecnológica en diferentes campos de la biología. Formó parte del Grupo de Reflexión Rural (GRR) y actualmente integra el Grupo de Filosofía de la Biología, en el que se abordan y discuten numerosas problemáticas socio-ambientales. En esta entrevista, Guillermo Folguera reflexiona sobre las percepciones y reacciones de las y los argentinos frente a la crisis ambiental global y sus diversas manifestaciones.
¿Qué nivel de compromiso observás en la sociedad argentina respecto a las grandes problemáticas medioambientales como el cambio climático, calentamiento global, acumulación de residuos, las consecuencias de la agroindustria o la mega minería?
En nuestro país podemos encontrar antecedentes de la lucha ambiental aproximadamente desde la década del 1960. A comienzos de los ‘70 hay varias menciones del tema ambiental en la sociedad argentina, inclusive un documento de Perón que hace alusión, pero lo que pasó en los años siguientes provocó la desaparición de muchas de estas temáticas del ámbito público. Asociado a los temas productivos, al menos en los últimos 20 años lo ambiental fue tomando cada vez más presencia y vigencia. Pero es cierto que aparece con mayor estado público y extensión más recientemente de la mano de las nuevas generaciones y del movimiento feminista, que impulsaron muchísimo estas luchas. Y hay que sumar también en este período luchas sostenidas de determinadas comunidades territoriales que no claudicaron, y en este sentido tenemos enormes antecedentes: Esquel contra las mineras, Gualeguachú y los reclamos por las papeleras, o la agrupación Madres de Ituzaingó contra los agroquímicos en Córdoba, entre otros ejemplos. Lo que me parece que ha mostrado la cuestión ambiental es un nivel de urgencia y gravedad que requiere mayores niveles de compromiso, que se observa en distintos lugares y organizaciones de resistencia a pesar de que en general no tienen foco en el epicentro de grandes centros urbanos y los medios de comunicación tampoco lo han reproducido ni multiplicado. Creo que lo que habría que repensar es cómo dialogan las necesidades urgentes respecto a estas temáticas con colectivos sociales que no han logrado todavía tener la suficiente presencia y visibilidad como para poder enfrentar con éxito estos nuevos escenarios que están en juego, tanto a nivel local como regional y global.
«Lo ambiental aparece con mayor estado público y extensión más recientemente de la mano de las nuevas generaciones y del movimiento feminista, que impulsaron muchísimo estas luchas. Y hay que sumar también en este período luchas sostenidas de determinadas comunidades territoriales que no claudicaron».
¿Considerás que hay un verdadero entendimiento de estos temas como crisis actuales o en el fondo se perciben más bien como riesgos futuros?
Es una buena pregunta, pero no es fácil de responder. Por un lado, diría que hay una mirada creciente en cuanto a que muchos de los efectos que se habían alertado en determinados grupos en el pasado ya están empezando a observarse: olas de calor, inundaciones, falta de precipitaciones, menor capacidad productiva de la tierra, incendios, sequías. Y sin embargo, a pesar de este registro, también hay una idea de que no hay nada en juego porque ya están sucediendo. El problema es que se pueden intensificar y multiplicar, como de hecho sucede, y en algunos casos esto sí se percibe con mayor claridad, como las marcas climáticas históricas, por ejemplo. Pero no todos los fenómenos se observan con la misma claridad: un caso es, a mi entender, la multiplicación de enfermedades asociadas a los efectos productivos; me refiero a la prevalencia del cáncer y su relación con el uso de agentes químicos en el ambiente. Otro caso es el denunciado por la Sociedad Argentina de Apicultores, sobre la pérdida de la mitad de las colmenas que supo haber en el país. Este juego entre presente y futuro muy probablemente tenga novedades en los próximos años en la medida en que más sectores sociales se vean directamente damnificados por fenómenos de este tipo que los obligue a introducir cambios de vida profundos como migrar, por ejemplo: ahí va a dejar de ser solo un tema informacional de terceros sino que se va a palpar directamente en la vida cotidiana. Los temas ambientales han llegado para quedarse y traen aparejada una degradación en las condiciones de vida. Lo único que queda, entonces, para las comunidades que no solo lo saben, sino que lo viven, es nombrarlo de esa manera y poder empezar a incidir sobre las causas. Precisamente, una parte importante que queda de nuestro lado es empezar a nombrar a los fenómenos, no solo como un acontecimiento de mucho impacto, sino como consecuencias de las formas de producción y de consumo de las sociedades, porque evidentemente van a tener más temprano o más tarde una conexión directa con problemas de salud, ambientales y de desigualdad social que muchos sectores de hecho ya están viviendo actualmente.
“Los temas ambientales han llegado para quedarse y traen aparejada una degradación en las condiciones de vida. Lo único que queda, entonces, para las comunidades que no solo lo saben, sino que lo viven, es nombrarlo de esa manera y poder empezar a incidir sobre las causas”.
Países en desarrollo como la Argentina tienen cuestiones socioeconómicas profundas y muy urgentes que atender, y dan menos prioridad a las políticas y medidas respecto a la reparación ambiental en comparación con ciertos países del primer mundo. ¿Esto significa que nuestro compromiso es menor?
En principio, en todo caso, habría que atender qué se entiende por crisis climática o ambiental en los países desarrollados y qué en los que están en vías de desarrollo. En nuestra región, la crisis climática irrumpe directamente como una manera de incrementar las desigualdades sociales y la violencia sobre cuerpos, territorios y condiciones de vida. Eso ya se vive, independiente de que se lo perciba o no como parte de una cuestión ambiental. Me resulta difícil cuantificar cómo es percibido el tema en unos países y en otros. Muy probablemente en el caso del llamado primer mundo, la construcción toma una simbología global y bastante considerada a la cuestión, por ejemplo, del aumento de temperaturas. En Latinoamérica, ese fenómeno ha estado muy fuertemente asociado a una pérdida brutal de la cobertura vegetal y de grandes procesos migratorios. Entonces, el mismo fenómeno nos impacta de una manera distinta, porque está atravesado por cuestiones geopolíticas muy vigentes. Lo mismo podemos pensar en cuanto a las empresas vinculadas a la forestación, a los agronegocios, a la extracción de litio, digo, firmas que están directamente incidiendo en estas problemáticas y en muchos casos son de capitales del primer mundo, con lo cual otra vez; el modo en el que se percibe ese registro de crisis climática no es el mismo. Los efectos son fuertemente desiguales en cada región, y eso tiene que ser discutido cuando se habla del rol y el compromiso de cada país.
«En nuestra región, la crisis climática irrumpe directamente como una manera de incrementar las desigualdades sociales y la violencia sobre cuerpos, territorios y condiciones de vida».
Quizás una situación que lo refleja tiene que ver con los índices permitidos de ciertas sustancias o gases por ejemplo, cuyos límites aceptables son mucho más bajos en el exterior que en nuestro país, una situación que recibe muchas críticas cada vez que se da a conocer o sale a la luz.
Yo creo que en un caso como ese hay dos elementos que van juntos y que expresan esa diferencia entre los denominados primer y tercer mundo. Por un lado, la hipocresía norteamericana y europea por la cual sus empresas hacen fuera lo que en sus territorios no permiten. Dos ejemplos brutales son las mineras canadienses que operan en nuestro país, y la fusión Bayer-Monsanto, que vende químicos prohibidos en Europa a otras partes del mundo. Y por otro lado, en el caso argentino, el hecho de que la lógica la impone el consumidor. En una entrevista, desde SENASA me lo dijeron expresamente: “No nos regimos según el principio de precaución sino por el de costo-beneficio”. El número de sustancias tóxicas que tienen prohibiciones afuera y que aquí se utilizan está por encima de cien. Es una locura, y efectivamente ese doble juego es un elemento clave no solo para entender la actitud desenfrenada del territorio argentino a favor de cualquier cosa que permita rápidamente el ingreso de dólares y de toneladas de exportación, sino también con la lectura geopolítica en un contexto en donde tanto EEUU como Europa en mayor o menor medida cuidan de sus territorios pero no tienen reparos en que sus empresas avancen y multipliquen la destrucción en otros lugares.
«Existe una gran hipocresía norteamericana y europea por la cual sus empresas hacen fuera lo que en sus territorios no permiten».