Si nos conmovieron el alma los recientes incendios en Corrientes o en Punta Tombo, por contar sólo algunos de los últimos eventos trágicos acelerados por el cambio climático, lo que le espera a la Argentina en un escenario de mayor acumlación de emisiones de carbono en la atmósfera es todavía más sombrío, con sufrimiento multiplicado para los territorios, la vida animal y vegetal que contienen, las personas y, obviamente, la economía.
Esta información sobre Argentina se desprende del nuevo informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático -el famoso IPCC-, un grupo de científicos que reúne las Naciones Unidas para estudiar las transformaciones que produce el aumento de la temperatura. Esta última edición se ocupó de los impactos, la vulnerabilidad y la adaptación necesaria a una atmósfera totalmente transformada por la quema de combustibles fósiles.
El cambio climático ha convertido a América del Sur en una de las zonas más vulnerables del planeta, lo que en un tiempo medido apenas en un puñado de años podrá provocar sed hambrunas, enfermedad y muerte por el efecto del aumento de la temperatura global.
Hoy la atmósfera está “cargada de esteroides», indicó Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial, mientras que el jefe de la ONU, Antonio Guterrez, responsabilizó a las compañías petroleras por llevar a la humanidad a un callejón sin salida. “Quienes sigan financiando el carbón en el sector privado deben rendir cuentas por ello. Los gigantes del petróleo y el gas, y sus garantes, también quedan avisados”, advirtió.
El IPCC alerta que algunas zonas del planeta serán directamente inhabitables si las emisiones siguen aumentando, aunque queda todavía la opción de frenar la acumulación de carbono en la atmósfera, marchando rápidamente a una transición energética y restaurando ecosistemas devastados como el del Gran Chaco. La ventana de tiempo para actuar se está cerrando rápidamente. Pero matemáticamente es posible todavía salvar al mundo.
Las señales del mundo real, sin embargo, siguen siendo desalentadoras. Si se cumplen al pie de la letra los planes de reducción de gases de efecto invernadero presentadas ante la ONU, cosa que de por sí está en duda, la temperatura igual seguiría subiendo hasta 2,7C. Pasada la barrera de 1,5C, habrá pérdidas irreversibles no sólo para los ecosistemas sino para los seres humanos, y en muchos casos, no podremos adaptarnos.
El cambio climático ha convertido a América del Sur en una de las zonas más vulnerables del planeta, lo que en un tiempo medido apenas en un puñado de años podrá provocar sed hambrunas, enfermedad y muerte por el efecto del aumento de la temperatura global.
Para la Argentina, un escenario de altas emisiones dificultará la forma en que producimos alimentos, pondrá en jaque la disponibilidad de agua, agravará inundaciones, transformará profundamente sus territorios, e incluso, complicaría la vida diaria, haciendo muy difícil actos que hoy tomamos por nimios, como movernos o ir a trabajar y afectaría nuestra salud mental. La alarmante situación de pobreza que tenemos nos hace también más vulnerables.
Cuanto más contaminada esté la atmósfera con gases que retienen la radiación del sol y la calientan, peor será para nuestro país. Por ejemplo, se prevé que la cantidad de gente afectada por las inundaciones se multiplique por cuatro en los próximos años, sobre todo a los que viven en la cuenca del Plata y en la provincia de Buenos Aires. Las inundaciones tienen un efecto directo en el incremento de la pobreza. El año pasado, un informe del Banco Mundial había indicado que el impacto del desborde de las aguas hace muy difícil que las personas puedan recuperarse de las pérdidas y daños, perpetuando sus necesidades a través del tiempo, incluso, de las generaciones.
Lo que hace el cambio climático es alterar fundamentalmente el ciclo de agua, lo que a su vez, redefine las dinámicas de los territorios. Eso ya se experimenta, por ejemplo, en la física de los glaciares, cuya pérdida de masa tiene consecuencias directas en el caudal de los ríos.
El informe subraya la situación del glaciar Eucharren Norte, que perdió el 65 por ciento de superficie entre 1955 y 2015, o sea, entre el fin del primer gobierno de Perón y la presidencia de Cristina. También señala el proceso desatado en el glaciar Upsala, una de las masas congeladas paradigmáticas del Parque Nacional Los Glaciares, cuya pérdida de hielo puede desestabilizar al Lago Argentino. De ahí fluye el Río Santa Cruz, donde se están erigiendo dos mega represas, cuestionadas por los científicos por esta misma razón.
También se advierte sobre el peligro de incremento de aludes, como el que experimentó Tartagal, en el año 2009, o como el que acaba de sufrir hace unos días la ciudad de Petrópolis, en Brasil. Y esto es porque caen lluvias extraordinarias, como las registradas también en Comodoro Rivadavia de 2017, que se llevaron puestas al cerro Chenque. La atmósfera más caliente está tan hinchada de humedad que vomita con furia estos diluvios.
Si la ola de calor de enero nos pareció insoportable y sentimos por momentos que nos abrazaba el fuego, piensen en este concepto: el bulbo húmedo. Esta es una medida de calor y humedad, que se toma con un termómetro cubierto por un paño empapado en agua. Los 35 grados de temperatura húmeda es el límite que un cuerpo humano es capaz de soportar, ya que el organismo no puede enfriarse con el sudor. A más emisiones, más días de bulbo húmedo de 32 grados tendremos. Esto es una amenaza para la vida de las personas.
Con una temperatura de bulbo húmedo de 28 grados, en Europa, en 2003, murieron miles. En Chicago, pasó lo mismo en 1995. De repente, los camiones refrigerantes se tuvieron que convertir en improvisadas morgues, como sucedió después con la pandemia.
Los animales salvajes y los de cría también sufrirán situaciones de estrés térmico durante más de la mitad del año, una sensación que hoy prácticamente no conocen. La situación será peor en zonas que fueron desmontadas en el Gran Chaco, donde se instalaron gigantescos feedlots en donde antes había bosque nativo. Pero esto vale no sólo para el ganado vacuno sino también para los productores más pequeños de cabras, cerdos o pollos. Los animales crecerán menos, las aves de corral pondrán menos huevos cuanto más calor haga.
Los cultivos industriales también sufrirán en los rindes, en algunos casos, de forma dramática. Ya lo vemos con la sequía. Pero no sólo aquí. A nivel global también. El volumen de pesca podría caer en el mar argentino en las próximas dos décadas hasta el 76%.
El informe es un llamado de atención para los modelos de desarrollo, sobre todo en América del Sur, donde el paradigma de los cultivos industriales se tomó como sinónimo de desarrollo, en menosprecio de las poblaciones indígenas, que fueron expulsadas de su territorio. El IPCC hace un llamamiento al rescate de esas culturas ancestrales como forma de mitigar los peores efectos del cambio climático. No sólo en Argentina, sino también en Paraguay, Brasil y Bolivia, donde ecosistemas prístinos fueron destruídos por codicia.
También advierte sobre las consecuencias negativas de lo que llama “mala adaptación”. La aforestación, es decir, el cultivo de árboles exóticos en ecosistemas como pastizales, es una de ellas. Un ejemplo de esto son las plantaciones de pino y eucalipto, como vemos en la Argentina, ya sea en la provincia de Corrientes, Misiones o la Patagonia. No cualquier árbol funciona para paliar el cambio climático.
Es difícil hablar de todo esto sin sonar como el agorero del infierno, pero no podemos rehuir de estos datos porque hay que determinar políticas ya. Entre ellas, cómo diseñar un sistema de prevención del fuego en todo el territorio nacional para evitar que se propaguen grandes incendios como los que se acaban de comer Corrientes, pero antes también las sierras de Córdoba, La Pampa y Chubut. O sea, que estamos hablando del presente.
La Patagonia es uno de los territorios más golpeados por el aumento de la temperatura. Reducción de glaciares, sequías, subas del mar y tormentas inesperadas son el combo. Habrá una auténtica competencia por el agua para la alimentación de ganado, la fauna silvestre, la agricultura y proyectos fósiles como Vaca Muerta, que siempre tiene mucha sed. La caída de la producción ovina ya es real y palpable y afecta a miles de productores.
América Latina ya es testigo de impactos irreversibles del cambio climático. Uno de ellos, es la extinción de la rana dorada de los bosques nubosos de Costa Rica. La especie no se ha visto desde los años 90, cuando un evento de sequía terminó con las últimas poblaciones. Esto es solo una advertencia sobre lo que puede pasar con otras formas de vida, de la que dependemos, aunque encerrados en grandes urbes, no nos demos cuenta.
Marina Aizen pertenece a Periodistas por el Planeta.