La relación humano-envase es más antigua de lo que pensamos, y su retroalimentación ha sido constante. El crecimiento de una parte impulsó a la otra, y viceversa. El origen de este vínculo no está definido, pero podríamos remontarnos al período Paleolítico, donde el estilo de vida pasa a ser sedentario.
En aquel entonces, la manipulación de los elementos de la naturaleza respondía a varios objetivos, entre los que estaban contener y transportar alimentos y agua. Los troncos de árboles, rocas, hojas y pieles, entre otros, fueron los primeros envases.
Con el tiempo, acrecentando su civilización, el hombre comenzó a crear envases mejorados con otros materiales (arcilla, madera o vidrio) y con un propósito más allá de la supervivencia. Los contextos se complejizan y las necesidades se diversifican.
En la Edad Moderna, la Revolución Industrial generó profundos cambios. La urbanización en los siglos XIX y XX hizo que los alimentos se trasladen desde el campo a la ciudad y deban estar más conservados. Ya no podían ser extraídos individualmente desde los barriles ni pesados en los mesones. El cartón y el papel sirvieron para contener cantidades pre-pesadas de café, cereales, sal y otros artículos básicos. Estos eran fáciles de apilar, etiquetar y mantenían alejados a los insectos y el polvo.
Poco a poco, los envases comenzaron a tener “personalidad” al dotarlos de ilustraciones y logotipos. Los fabricantes tenían el reto de ofrecer la mejor experiencia a sus clientes con un envoltorio. Pero la vida urbana pedirá mucho más, sentando las bases para el surgimiento de un nuevo material.
El plástico: un antes y un después
En 1907, Leo Baekeland encontró la fórmula química para imitar las resinas vegetales de forma artificial. Inspirado en los plásticos de la naturaleza, el inventor estadounidense marcó los primeros pasos con la “baquelita”.
Entre los 40 y 60, el plástico ya era imprescindible. Fue una de las causas para la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, y Estados Unidos ocupó dos tercios de su producción mundial. La industria del plástico se abrió camino hasta cruzarse con el envase.
En el 70, la cantidad de plástico aumentó considerablemente y llegó a 50 millones de toneladas (el doble que la década anterior). En ese momento, nace su símbolo máximo: la bolsa de plástico.
En 1975, Coca-Cola y Pepsi reemplazaron sus botellas de vidrio por las de plástico PET. Al ser más económicas, livianas y fáciles de elaborar, se convirtieron en las más populares. El material finalmente se extenderá por el rubro alimenticio y fuera de él. Esta introducción aligera la preparación de la comida, desde el refrigerador al horno y del horno a la mesa. Necesario para un ritmo de vida vertiginoso, donde la industria redefinirá la forma de consumir en los siguientes años, generando un combo mortal.
Desde 1955 se han generado 7.800 millones de toneladas de residuos. Lo que más impacta es que casi toda esa cantidad histórica existe aún hoy y está entre nosotros. Literalmente, estamos viviendo entre basura y plásticos desechados.
El consumo-descarte
En la actualidad, lejos del instinto por sobrevivir o incluso preservar la comida, concebimos los envases como herramientas de diseño y marketing que transmiten valores de marca e intentan posicionarla en un mercado extremadamente competitivo.
Mientras se siguen industrializando cantidades irracionales de plástico, se naturaliza para el consumidor la idea de comprar algo, utilizarlo y tirarlo sin tener conciencia de dónde va a parar y cuál es el impacto que genera.
Desde que se produce plástico en masa en 1955, se han generado 7.800 millones de toneladas de residuos. Lo que más impacta es que casi toda esa cantidad histórica existe aún hoy y está entre nosotros. Literalmente, estamos viviendo entre basura y plásticos desechados.
Como resultado, la contaminación plástica es una de las mayores amenazas ambientales que enfrentamos.
500 Millones de toneladas de bolsas de plástico se usan anualmente, según cifras de las Naciones Unidas.
El mundo en vilo
El compromiso con el reciclaje aún es internacionalmente bajo. Solo el 19.9 % de envases plásticos se recicla, mientras que el consumo crece. Los residuos no solo se entierran en vertederos (grandes depósitos donde se acumulan de forma indefinida); también están en los océanos.
Cada año, se vierten al mar entre 8 y 12 millones de toneladas de plástico. ¿Se imaginan tirar al mar un camión de basura por minuto? Feo, antihigiénico y letal. Como resultado, mueren más de 100 000 animales marinos y un millón de aves, con el tracto digestivo repleto de plástico. Y si mantenemos este ritmo, para el año 2050 habrá más plástico que peces en el mar.
El plástico también llega a nosotros. Así lo demuestran los estudios sobre nuestros desechos. En promedio, consumimos lo equivalente a un vaso descartable por semana. Estamos ingiriendo plástico de los alimentos, del agua e incluso del aire, donde también hay micro partículas. Su huella en el organismo está en plena investigación.
La realidad pide a gritos que actuemos rápido y coordinados.
Se necesitan soluciones
Varias iniciativas están logrando más visibilidad y se están multiplicando entre las empresas y personas. Las formas de envasar los productos se simplifican y se vuelven sustentables. Adidas, por ejemplo, está cerca de utilizar plástico 100 % reciclable en sus zapatillas. Amazon avanza en el reemplazo de sus empaques de acero y plástico por cajas de cartón reciclables. Por su parte, Colgate Palmolive desarrollará un tubo de pasta dental más sustentable, eliminando progresivamente el uso de policloruro de vinilo (PVC, derivado del plástico).
Hay proyectos incluso más radicales, que tienen como objetivo consumir el plástico que se fabrica a base de petróleo y que no se degrada en la tierra.
En sintonía con ello, se deberán encontrar nuevas y más amigables formas de producir lo nuevo. Los especialistas han empezado a experimentar en algas, semillas y cañas de azúcar para crear un nuevo tipo de plástico biodegradable y menos tóxico. Todos estos esfuerzos mancomunados pueden empezar a cambiar un panorama desalentador.
Ley de envases en Argentina
En nuestro país, uno de los proyectos más recientes para contrarrestar la problemática de la basura y el plástico de los envases es la Ley de Envases con Inclusión Social.
Se trata de una normativa que apunta a constituir una tasa ambiental que penalice a aquellas firmas alimenticias que coloquen envases no recuperables en el mercado y se recauden fondos para promover emprendimientos inclusivos, cooperativas de trabajo y movimientos sociales vinculados con la economía circular. Esto, a su vez, implicaría más puestos de trabajo relativos al reciclaje, en consonancia con la mejora de sus condiciones de trabajo.