La tecnología LED propicia un ahorro de energía eléctrica de entre un 40 y un 60 por ciento. Sin embargo, su implementación en las ciudades hace que las noches sean cada vez más brillantes y los humanos veamos cada vez menos estrellas.
Numerosos estudios demuestran el enorme impacto que está teniendo tanta luz en el resto de los seres vivos: los pájaros cantan a destiempo, las hojas duran más en los árboles o las tortugas no encuentran el camino del mar.
Un grupo de científicos ha revisado más de un centenar de estudios sobre el impacto de la luz artificial en la vida animal. La mayoría se centraban en una especie o área geográfica. Con este trabajo, publicado en Nature Ecology & Evolution, reúnen todo lo que sabe la ciencia. Han comprobado que la iluminación humana está alterando patrones de la actividad diaria tan básicos como el momento en el que se despiertan unas especies o se van a dormir otras. Algunos impactos son tan profundos que alteran la producción hormonal o los propios genes. Otros son muy complejos y con consecuencias aún por determinar, como la interacción entre presas y depredadores en una noche tan iluminada.
Los seres vivos, incluidos los animales, al haber evolucionado a lo largo de miles de años con los ciclos naturales de luz y oscuridad, que son el día y la noche, se ven alterados con la presencia de altas cantidades de luz nocturna.
La iluminación afecta su reloj biológico interno, entonces ya no migran de la manera en que solían hacerlo, pierden rutas donde solía haber comida a su paso natural y los tiempos de reproducción se descontrolan.
Un caso particular del impacto en los animales es el de las tortugas marinas, cuyas crías nacen en la playa e instintivamente avanzan buscando el reflejo de la luna y de las estrellas en el mar para regresar al agua.
Sin embargo, si nacen en una zona contaminada lumínicamente pueden verse distraídas de su camino y, entonces, no llegar al mar. Es el caso de la costa de Woongarra, en el sur de Australia, donde las crías de tortuga que nacen en las playas más cercanas a las ciudades tienden a irse tierra adentro. Solo en las noches de luna llena, giran hacia el mar.
Ciudades cada vez más brillantes
Según datos obtenidos desde satélites, la mayoría de los países del mundo son cada vez más brillantes a partir de la llegada de los LED.
El LED tiene muchos beneficios, entre ellos una duración de 10 a 12 años y su ahorro económico a largo plazo. Sin embargo estas ventajas, especialmente la económica, crean el riesgo de sobreiluminación.
Es un mito el que a mayor iluminación hay mayor visibilidad. La realidad es que en cierto límite ya no obtenemos beneficio, sino un deslumbre que minimiza la visibilidad. Además, la luz LED obliga a enfrentarse con otro problema, ya que no todas las lámparas de este tipo son iguales, existiendo diferencias en el tono de blanco.
Por un lado está el blanco frío con tendencia al color azul y por otro el blanco cálido con un tinte anaranjado. Ambos afectan de forma distinta a la biología de los seres vivos.
La luz más azul dispara la señal química a nuestro organismo de que todavía es de día, por lo que el cerebro, al interpretar esa señal, no asimila de igual forma que ya oscureció y es hora de descansar. «Hay trastornos de sueño, cada vez nos vamos a dormir más tarde, la falta de descanso se va acumulando y nuestro cuerpo es una fábrica de químicos natural. Este disparador de que es hora de dormir ya no está presente, eso va desquiciando nuestra fábrica y empieza a haber problemas», comentó Fernando Ávila, del instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Ensenada. El científico recomienda que para minimizar la contaminación lumínica «es más aconsejable el blanco que va al color cálido porque se dispersa menos en la atmósfera».
La contaminación lumínica tiene otra afectación al ser humano y al entorno, esta última, ligada a su tradición ancestral de observar el cielo para entenderse a sí mismo.
Las altas cantidades de luz que emanan las ciudades casi invisibilizan los acontecimientos astronómicos entre 100 y 150 kilómetros a la redonda, motivo por el cual, desde hace más de 50 años, los astrónomos fueron los primeros en advertir los problemas de este tipo de contaminación.
La ciudad de Tucson (EE UU), con más de medio millón de habitantes, cambió a LED sus casi 20.000 luminarias en 2018. Como esta tecnología permite graduar la intensidad lumínica, fijan su intensidad al 90% en las primeras horas de la noche y la rebajan al 60% a las 00:00.
El año pasado, rebajaron su intensidad aún más, hasta el 30% a partir de medianoche. Además de que nadie se quejó, pudieron determinar qué porcentaje del exceso de luz se debía a las luminarias municipales. Para su sorpresa, apenas el 20% de la contaminación lumínica procede de la luminarias públicas. El resto viene de un sinfín de otras actividades humanas: carteles publicitarios luminosos, las luces de las casas, las de los campos deportivos y los parques, las de los coches, etc.
Numerosos estudios demuestran el enorme impacto que está teniendo tanta luz en los seres vivos: los pájaros cantan a destiempo, las hojas duran más en los árboles y los humanos descansamos mal.
Como dato adicional, un estudio reciente comprobó que durante los peores días de la pandemia, las ciudades recuperaron su noche. Estudios del cielo de Berlín o Granada mostraron que la contaminación lumínica se redujo hasta la mitad. Sin embargo, la recuperación de la oscuridad no se debió a un apagón generalizado de las luces, que siguieron encendidas, en especial las del alumbrado público. La mejora vino de la reducción del tráfico (también el aéreo) casi a cero. Al haber menos coches y aviones, hubo menores emisiones que limpiaron la atmósfera, dejando que la luz escapara al espacio.
El verdadero cambio se ve a primeras horas de la noche, donde la contaminación lumínica es un indicador de la actividad económica.
“Observamos que se redujo la contaminación lumínica en la primera parte de la noche”, dice el investigador del IAA Máximo Bustamante, principal autor de la investigación. En concreto, la emisión directa de luz desde las últimas horas de la tarde hasta las 12 de la noche bajó en un 20%. Un porcentaje que se elevó hasta el 40% en la banda del azul, la que emite la mayor parte de la tecnología LED desplegada. Pasada la medianoche, la baja respecto a los mismos días de los años anteriores apenas llegó al 10%.
La diferencia entre franjas horarias y por banda del espectro lumínico da pistas de qué luces se apagaron y cuáles no. “El alumbrado privado, como el de los hoteles o los rótulos, pero también el del tráfico protagonizaron el descenso”, comenta Bustamante. El cierre de toda la actividad no esencial y el confinamiento redujo al mínimo la presencia de coches en las calles. Pero, más que la ausencia de sus faros, los vehículos dejaron de emitir partículas a la atmósfera y eso fue clave para reducir la contaminación lumínica.
A partir de estas problemáticas aparecen inicitativas como Slowlight, cuyo lema, la noche es necesaria, basta para explicar su objetivo. Entienden que la tecnología ya permite recuperar la nocturnidad. Reducir el brillo nocturno sale más económico, tiene un menor impacto en los animales y la salud humana y hasta permite volver a ver las estrellas en las ciudades donde ya nunca es de noche y hay un crepúsculo constante.