¿Cuándo fue que Henry David Thoreau, aquel solitario filósofo que se resistía a pagar impuestos, ese empedernido diarista que anotaba desde el caer de las hojas hasta el último centavo gastado, fue descubierto por nuevas generaciones? A más de doscientos años de su nacimiento, el pensamiento de Thoreau se presenta más vivo que nunca.
Henry David Thoreau (Massachusetts, 1817-1862) naturalista, conferenciante y uno de los ensayistas más célebres de la literatura norteamericana. Para conmemorarlo, la editorial Errata Naturae, encargada de publicar su obra en castellano, presentó tres libros con las esencias de su vida y su pensamiento: Thoreau. Biografía de un pensador salvaje; una edición especial 200 aniversario de Walden, su obra más famosa; y un compendio de sus aforismos y pensamientos bajo el título de Todo lo bueno es libre y salvaje.
Para todo amante de la naturaleza se trata de tres libros indispensables. Pero Thoreau es mucho más que el mejor cronista de la naturaleza. Su pensamiento resulta más actual que nunca, ya que no sólo defiende la necesidad de respetar y proteger el medioambiente, sino el derecho a la insubordinación cívica ante gobiernos corruptos y leyes injustas, la lucha contra las grandes corporaciones que esquilman el planeta y el abandono del consumismo para abrazar la vida simple, basada en la colaboración mutua y la solidaridad con el entorno.
“Los hombres se han convertido en las herramientas de sus herramientas”. Más que escribir, lo que hacía Thoreau era hilvanar aforismos, engarzar reflexiones con el oficio de un orfebre para convertirlas en emociones. Por eso es tan difícil leer a Thoreau conteniendo el pálpito. Leer por ejemplo “la simplicidad es la ley de la naturaleza, tanto para los hombres como para las flores” y no pensar en la futilidad que nos rodea.
Thoreau es mucho más que el mejor cronista de la naturaleza. Su pensamiento resulta más actual que nunca, ya que no sólo defiende la necesidad de respetar y proteger el medioambiente, sino el derecho a la insubordinación cívica ante gobiernos corruptos y leyes injustas, la lucha contra las grandes corporaciones que esquilman el planeta y el abandono del consumismo para abrazar la vida simple, basada en la colaboración mutua y la solidaridad con el entorno.
Nació y vivió la mayor parte de su vida en Concord, Massachusetts, estado ubicado en el Noreste de Estados Unidos, en esa región también llamada Nueva Inglaterra. Henry David Thoreau (1817-1862), estudió en Harvard y después de graduarse, en 1837, regresó a Concord.
Por entonces tuvo su primer acercamiento con el Trascendentalismo, aquella corriente de pensamiento según la cual cada alma humana es idéntica al alma del mundo (es decir: todos somos el mundo y que el mundo es a su vez cada uno de nosotros). Se volvió especialmente cercano del escritor, filósofo y poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson (quien más adelante pagaría la fianza para que Thoreau saliera de la cárcel).
El 4 de julio de 1845 Thoreau se mudó a la cabaña que había construido en el lago Walden, donde permaneció hasta el 6 de septiembre de 1847. No fue demasiado tiempo (veintisiete meses), pero le bastó: aquella experiencia se transformó en Walden, la vida en los bosques.
Publicada en 1854, aquella es su gran obra, un híbrido entre ensayo y diario de vida, un cuidado tratado sobre la naturaleza y la vida interior en el cual Thoreau le da vueltas a la pregunta que —de alguna manera— define su obra: ¿cómo se debe vivir?
Y la respuesta de Thoreau para aquella duda existencial se puede resumir así: “Simplifica, simplifica“.
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñarme, no fuera que, al llegar el momento de morir, descubriera que no había vivido la vida, pues vivir es algo maravilloso”.
La experiencia de Thoreau en su cabaña del bosque, junto al lago, pegado a la tierra, al cielo y al agua, sintiendo el pulso de las estaciones, hermanado con las criaturas y las plantas, lo impusó a escribir: “debido a mi intimidad con la naturaleza, me encuentro cada vez más retirado del hombre”, o a preguntarse por qué tantas personas buscaban entretenimiento, cuando el mejor show posible lo tenemos frente a nuestras narices: el ciclo de la vida y la muerte reflejado en las plantas y animales. “Todas las cosas buenas son salvajes y libres“.