La búsqueda de una alimentación más saludable, una mayor disponibilidad de tiempo dentro de las casas y la crisis económica por la pandemia, impulsan a cada vez más personas a comprar verduras agroecológicas directamente a sus productores, o armar sus propias huertas en balcones, patios o terrazas. Estos fueron algunos de los tantos cambios de hábitos que provocó la irrupción del Coronavirus.
“Con el aislamiento, la gente se puso a reflexionar acerca de cómo nos estamos alimentando, de dónde vienen y cómo se producen nuestros alimentos: con enormes cantidades de agroquímicos en el caso de las verduras y hortalizas, y un gran hacinamiento de los animales”, apunta Javier Souza Casadinho, docente de la cátedra de Extensión y Sociología Rurales de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA). Y destaca que desde que comenzó la pandemia, aumentaron las consultas de las personas sobre cómo cultivar sus propios alimentos y tener una huerta. “La crisis puso en jaque el actual sistema productivo. Tenemos que avanzar hacia un sistema agroecológico, que sea respetuoso del ambiente y la salud de productores y consumidores”, afirma.
Modelo extractivista
El modelo de agronegocios que hoy predomina en Argentina y gran parte de Latinoamérica, impulsa la pérdida incesante de bosques, pastizales y humedales naturales, en busca de extender la frontera agropecuaria para el cultivo de soja y la ganadería intensiva. El desmonte de más de 7 millones de hectáreas en los últimos 20 años (a razón de 30 canchas de fútbol por hora, según cálculos de Greenpeace), se suma el descomunal vertido de más de 300 millones de litros de agroquímicos por año (según la Alianza Biodiversidad latinoamericana), que envenenan el suelo, el aire y el agua.
Por otra parte, la industria alimenticia no sólo es responsable del 30 % de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, sino que es una de las mayores generadoras de desperdicios. El Ministerio de Agricultura y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en sus siglas en inglés) estiman que un tercio de la producción local de alimentos se tira sin ser consumido, en un país donde aún prevalecen el hambre y la malnutrición. El desperdicio se genera tanto en las etapas de producción, como transporte, almacenamiento y en hogares de todos los niveles socioeconómicos.
Siete millones de hectáreas fueron desmontadas en los últimos 20 años (a razón de 30 canchas de fútbol por hora), para extender la frontera agropecuaria.
Frente a este esquema que arranca con la sobreexplotación y culmina con el descarte, la agroecología “es un paradigma en el que buscamos restablecer lazos entre nosotros y con la naturaleza. No es solo un modo de producción sin agroquímicos, sino que implica un cambio en la forma de relacionarnos, y el respeto por la biodiversidad, el trabajo humano y la equidad de género”, explica Souza Casadinho. “En la producción agroecológica no hay monocultivos ni dependencia de insumos externos ni se usan plaguicidas. En esto se asemeja a la agricultura orgánica, aunque no requiere certificación”, detalla el docente.
De la lucha a la organización
Surgida en 2010 en los alrededores de La Plata, la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) es una de las organizaciones pioneras en la implementación de la agroecología. “Empezamos cinco productores, -cuenta Elías Amador, uno de los fundadores-. Hoy somos unos 18.000 en todo el país, incluyendo algunas cooperativas”.
“Para nosotros la agroecología es un cambio radical. Nos permitió liberarnos de la compra de químicos y semillas, lo que nos reporta mejores ingresos, aunque no seamos dueños de las tierras”, reflexiona.
Otra integrante del mismo colectivo, Daniela Carrizo, destaca el proceso que están haciendo: “Impulsamos un cambio en la forma de producir, pero también en la forma de comercializar, a través de compras comunitarias, nodos de consumo organizados por grupos de vecinos, centros culturales y otras entidades”. “Porque de otra manera, los productores siguen dependiendo del camión que busca su mercadería y les paga un precio ínfimo”, agrega.
Se estima que un tercio de la producción local de alimentos se tira sin ser consumido, en un país donde aún prevalecen el hambre y la malnutrición.
Hoy la UTT cuenta con ocho almacenes en la ciudad y provincia de Buenos Aires y un mercado mayorista agroecológico en Avellaneda. En los últimos años comenzaron a implementar feriazos y verdurazos, donde se dona mercadería o se vende a precios accesibles. A partir de la pandemia, se intensificaron las donaciones a comedores populares y también la venta de bolsones. “Muchas personas empezaron a organizar nodos de consumo como una salida laboral. Y restaurantes y comercios que no podían abrir por las medidas de aislamiento, comercializan los bolsones como alternativa”, cuenta Carrizo.
Cambio de conciencia
Para Angie Ferrazzini, fundadora de Sabe la Tierra, una red de mercados de productores y consumidores que priorizan el cuidado de la naturaleza y el comercio de cercanía, “la agroecología es una forma de vida. Tiene que ver con una filosofía de producir y consumir cuidando la tierra y la salud, priorizando los productos locales y pagando un precio justo”.
Angie creó su emprendimiento hace 10 años, en el patio de su casa, convocando a 16 emprendedores. Hoy son más de 350 emprendimientos, que brindan empleo a unas 1.200 personas. Este año, a partir de las medidas de aislamiento, la red de mercados tuvo que “reinventarse” al formato virtual, armando pedidos de frutas, verduras y artesanías en cajones, que se encargan a través de la web.
Con la irrupción del Coronavirus, se empezó a revalorizar el consumo de productos sanos y naturales. ¿Por qué armar una huerta en una casa? “Para alimentarnos, para que nuestra casa quede más linda, para aprovechar el tiempo libre. También para tener algún rédito económico, porque se puede vender parte de lo que se produce”, dice Souza Casadinho. El aislamiento impuesto por la pandemia puede ser un buen momento para empezar.
FOTOGRAFÍA: PEPE MATEOS