Desde hace varios años, gracias al aumento de la investigación en torno a la contaminación y la explotación de recursos naturales en ciertas industrias, sumada a una mayor circulación de la información, la ganadería intensiva fue ganando cada vez peor prensa. Por caso, las cuestiones relativas a la explotación y el maltrato animal se han expuesto y denunciado por muchos años desde sectores proteccionistas, pero hay otros aspectos que van tomando más posición en el debate a medida que crece en el mundo la preocupación por las grandes problemáticas ambientales como el cambio climático y la deforestación. Uno de ellos es la contribución de la ganadería vacuna a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), particularmente el metano, un gas incoloro, inflamable y no tóxico que tiene un potencial de calentamiento superior al dióxido de carbono (CO2), aunque con una presencia en la atmósfera mucho menor. ¿Y cómo se relaciona con las vacas? A través de sus eructos en el 90 por ciento de los casos, y de sus flatulencias en el resto, teniendo en cuenta que una de las fuentes de origen del metano es el proceso fermentativo del alimento en los rumiantes.
Si bien las estimaciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPPC) indican que la actividad ganadera es responsable de casi un 5 por ciento de las emisiones globales de GEI, desde la Fundación Vida Silvestre, el Ing. Agr. Pablo Preliasco no sitúa a este factor como el más preocupante. “El principal daño de la ganadería tiene que ver con la conversión de los ecosistemas: la pérdida de pastizales y sabanas es dramática e irreversible”, señala el especialista en ganadería sustentable, y da como ejemplo la ecorregión pampeana, “que ya se ha extinguido en un 80 por ciento debido a la agricultura, pero también por el avance de tecnologías ganaderas que prometen mayor producción a cambio de comprar herbicidas y semillas de pastos exóticos que son tremendamente invasores”. En esta línea, Preliasco va más allá de las vacas y refiere que “a nivel mundial, la ganadería de distintos animales tracciona una demanda enorme de granos para alimentarlos, entre ellos la soja y el maíz, que justamente representan la mayor superficie agrícola del país, y así es como indirectamente contribuye al avance sobre los ecosistemas naturales propio de la agricultura”.
Respecto a las emisiones de GEI por parte de la ganadería más allá del metano, Preliasco explica que una porción importante se genera por el movimiento de suelos, la remoción de pastizales y la deforestación. En este sentido, destaca la importancia de diferenciar entre los distintos compuestos químicos y sus consecuencias: “Cuando enciendo el auto, empiezo a quemar combustible fósil y eso emite CO2 que hacía millones de años que estaba bajo tierra. En cambio cuando una vaca eructa metano, ese gas es producto de la fotosíntesis de una planta que capturó CO2 de la atmósfera, fue comida por la vaca y vuelve a la atmósfera en forma de metano, donde dura 10 años y luego se convierte nuevamente en CO2. Después de ese lapso, una vaca ya no agrega nuevo gas de invernadero, a diferencia de un auto que lo hace todo el tiempo”, describe el experto, y continúa: “Entonces, para analizar esta cuestión, si un país no incrementa su stock de vacunos, no agrega nuevo metano a la atmósfera, y la Argentina tiene el mismo stock desde hace medio siglo. Nuestras vacas aportan mucho más al calentamiento global por arar pastizales, echar glifosato y degradar los suelos”.
“A nivel mundial, la ganadería de distintos animales tracciona una demanda enorme de granos para alimentarlos, entre ellos la soja y el maíz, que justamente representan la mayor superficie agrícola del país, y así es como indirectamente contribuye al avance sobre los ecosistemas naturales propio de la agricultura”. Ing. Agr. Pablo Preliasco
En cuanto a las estrategias que se pueden poner en práctica para reducir todas estas emisiones, Preliasco menciona algunas enmarcadas en la producción sustentable, como por ejemplo una combinación entre lograr la máxima calidad posible en la dieta de los vacunos para que las emisiones no sean altas y aumentar los índices reproductivos, para evitar tener animales eructando metano sin producir terneros. También –añade– se puede fomentar la captura de carbono en el suelo y aumento de la materia orgánica, algo que se logra con pastizales en buenas condiciones. En esta línea, menciona distintos proyectos que el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) tiene en Sudamérica, especialmente en Colombia, Paraguay, Brasil y Argentina, con énfasis en la producción de carne libre de deforestación y reconversión. La realidad, señala, no obstante, es que son medidas que se van implementando a pequeña escala. “Lo esencial en cualquier línea de ganadería sustentable, no importa cuán ambiciosa sea, es el punto de partida, porque no es lo mismo actuar en un ambiente sano que en otro muy transformado”, apunta.
Sea por metano u otros GEI, queda claro que sí es posible implementar cambios en la actividad ganadera intensiva que pueden tener impacto en la mitigación del daño ambiental. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), esto puede ser o bien a través de la reducción de la producción o mediante el consumo responsable. Y es desde este punto que se entiende que la idea de comer menos carne –o dejar de hacerlo del todo– suena como una alternativa concreta. Para quienes se inclinen por estas opciones, es importante consultar a especialistas en nutrición para modificar la dieta de manera saludable y no caer en informaciones falsas o erradas que puedan poner en riesgo su salud. “Los principales mitos con que llegan las personas que quieren comenzar a llevar una alimentación libre del consumo animal son: que les va a resultar más cara y que les va a producir una deficiencia nutricional porque no es posible reemplazar la proteína animal y las proteínas vegetales no son completas”, relata la nutricionista Antonela Lamenza (MP 3298).
Como profesional de la nutrición deportiva, Lamenza explica que a la hora de sacar las carnes o todos los productos de origen animal “tengo que tener en cuenta que a mi cuerpo no le va a pasar nada extraño, como perder masa muscular o tener déficit de proteínas siempre y cuando el reemplazo sea por alimentos de buena calidad”. Este punto es fundamental, ya que “muchas veces sucede que el o la paciente deja las carnes pero sigue comiendo ultraprocesados, galletitas, facturas o pizza y fideos, y en ese caso claramente no está teniendo una buena alimentación pero no por ausencia de carnes”, según sus palabras. “Hay que diferenciar entre alimentarnos y nutrirnos, y la clave en este caso es reemplazar los nutrientes de las carnes, que será a través de alimentos ricos en proteínas como legumbres, tempeh, soja texturizada, tofu, levadura nutricional, frutos secos, maní”, enumera la profesional. Por último, subraya la necesidad de sustituir la vitamina B 12 –a menos que la persona tenga un buen aporta de lácteos y huevo– ya que no está presente en los vegetales y cumple una función en la formación de glóbulos rojos en la sangre y en el mantenimiento del sistema nervioso central.