Nacido como proyecto apenas tres años antes, en 2019 el Filtro de Arena Lento (FDAL) para saneamiento de escuelas desconectadas de la red pública de agua potable atravesaba su mejor momento: ya eran siete los municipios bonaerenses que firmaban convenio para contar con este método ecológico, barato, sencillo y seguro de descontaminación. Era diciembre y esta iniciativa de un científico del CONICET también celebraba la declaración de interés general otorgada por el Consejo Deliberante de La Plata, capital provincial. Nadie imaginaba por entonces que tres meses después sobrevendría una pandemia que obligaría a un duro y prolongado aislamiento social que marcaría el final de muchas actividades. Afortunadamente, en este caso fue más bien una pausa: tras dos años de parate, en 2022 los proyectos de filtros potabilizadores caseros comienzan de a poco a volver al ruedo.
Los FDAL constituyen un sistema de remoción de microorganismos patógenos en el agua. Se trata de un artefacto que funciona básicamente dejando pasar el líquido a través de una capa porosa de arena con ayuda de reguladores de velocidad. Si bien es una tecnología sencilla que la Organización Mundial de la Salud (OMS) promueve desde hace más de 40 años y de hecho está ampliamente extendida en muchos países del mundo, en Argentina prácticamente no hay experiencias. Pablo Arnal, investigador del CONICET en el Centro de Tecnología de Recursos Minerales y Cerámica (CETMIC), se basó en ella para armar en 2016 un proyecto de desarrollo e instalación de filtros en escuelas con problemas de contaminación biológica. La sustentabilidad en el tiempo era el concepto base: solo requería una única inversión inicial, casi nada comparada con los miles de pesos que las instituciones gastan por mes en bidones de agua mineral.
Como la propuesta apuntaba a establecimientos escolares, su implementación incluía tres etapas bien determinadas que debían cumplimentarse en cada uno de los lugares que quisieran ponerla en práctica: relevamiento y diagnóstico de las escuelas desconectadas de la red pública; análisis de la calidad del recurso para evaluar si el FDAL sería la solución; y, por último, la construcción y prueba del equipo en aquellos que registren niveles altos de agentes infecciosos. El primer municipio interesado en la provincia de Buenos Aires fue Magdalena, que firmó convenio con el CONICET en febrero de 2017 y enseguida comenzó a sondear la situación de los eventuales candidatos a instalar el dispositivo. En los siguientes dos años, le siguieron 9 de Julio, Bragado, Gral. Lamadrid, Gral. Belgrano, La Plata y Trenque Lauquen, más otras ciudades que manifestaron su interés aunque no llegaron a formalizar el acuerdo.
El promedio de escuelas desconectadas de la red de agua potable en cada distrito se ubicaba entre 20 y 50, aunque no todas sufrían problemas de contaminación biológica. Un hallazgo que arrojaron los relevamientos fueron que el problema no estaba necesariamente en las napas; a veces, la deficiencia estaba en la limpieza de los tanques. Además de Arnal y su equipo científico y técnico, que se trasladaron a todas las ciudades que adhirieron al proyecto, lo destacable fue el grado de participación e involucramiento de actores locales que su implementación exigía: además de autoridades provinciales y municipales, referentes de la comunidad, docentes y personal de los colegios, e incluso alumnos y alumnas de escuelas técnicas de cada ciudad, nada menos que las manos encargadas de construir los filtros propiamente dichos, que para la etapa de muestreo y análisis comenzaba instalándose uno por distrito.
Como sucede con muchas soluciones ecológicas que no ofrecen más que ventajas, el principal enemigo que tienen es uno solo pero muy grande: la ignorancia.
“Como los convenios tenían una duración de tres años, en todos los casos el final cayó justo en pandemia, y por obvias razones no fue posible renovarlos, así que los proyectos fueron quedando suspendidos”, cuenta Arnal, y enfatiza que “lo más complicado, vemos ahora en perspectiva, es la desconexión que provocó esta etapa de emergencia sanitaria, ya que muchas de las personas involucradas en el monitoreo diario del funcionamiento de los filtros, incluso docentes y auxiliares, fueron afectados a otras tareas urgentes y de hecho después nunca más volvieron a cumplir aquel rol”. Más allá de las interrupciones abruptas que provocó el COVID-19, el paso del tiempo también fue paulatinamente permitiendo lentas reactivaciones, y el hecho de tener los filtros construidos e instalados en las escuelas es un factor muy positivo en la senda por reflotar cada uno de los proyectos, retomando poco a poco las conversaciones en cada sitio a medida que se recupera la presencialidad y otras rutinas perdidas.
“En todos los casos, a nivel técnico los filtros demostraron su eficiencia: el agua entraba contaminada y salía limpia y con todos los parámetros de sabor, olor y color aprobados. El desafío que viene ahora es conseguir apoyo y voluntad para hacer extensiva esta sencilla tecnología”, afirma el científico, y se entusiasma contando que Coronel Pringles, última ciudad en sumarse al proyecto, acaba de instalar el primer FDAL en su escuela agrotécnica, con plena participación de las y los estudiantes, que se apropiaron del equipo y siguen de cerca su funcionamiento. Precisamente, entre las principales ventajas de estos dispositivos –famosos por su rol en el tratamiento de agua para prevenir enfermedades gastrointestinales en Gran Bretaña y resto de Europa durante 150 años–, resaltan el hecho de poder construirse con materiales disponibles en la zona y ser operados por mano de obra no calificada.
Un barril con tapa superior, arena gruesa y fina, grava o piedra picada, tela geotextil, tubos de PVC, un grifo, adhesivo y poco más son los insumos necesarios para fabricar el filtro de manera casera. Resulta altamente efectivo en la eliminación de patógenos, turbidez y trazas de hierro. Por si fuera poco, el filtrado se produce por gravedad, con lo cual no requiere energía, como así tampoco la aplicación de productos químicos. Como sucede con muchas soluciones ecológicas que no ofrecen más que ventajas, el principal enemigo que tienen es uno solo pero muy grande: la ignorancia. Para imponerse, este tipo de métodos precisan de un trabajo minucioso y sostenido de difusión, acompañado de políticas que apoyen y eduquen en los beneficios para el planeta, la salud y el bolsillo que debe situarse en la vereda de la sustentabilidad.