En una reacción química, los átomos no desaparecen: solo se ordenan de manera diferente. La ley, que debe su nombre al francés Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794), logró con el tiempo trascender ampliamente el terreno científico y transformarse hoy –valga la redundancia– en una metáfora aplicable a múltiples situaciones de la vida cotidiana.
Entonces, podemos estar seguros y seguras de que un papel no desaparece por el simple hecho de arrojarlo por la ventanilla del auto, ni que las bolsas de basura se evaporan como por arte de magia una vez que las sacamos a la calle. Perduran, se quedan, continúan su camino y se transforman –si todo sale bien– en algo mejor.
De ese espíritu nacen las postales plantables, un producto a base de papel reciclado que no solo es el resultado perfecto de la transformación de la pasta de celulosa en un nuevo y noble material, sino que además propone una mutación más a partir de su mezcla con semillas pequeñas de fácil germinación. Se trata de tarjetas rígidas que guardan en su interior semillas de lechuga, zanahoria, rúcula, entre otras, lo cual las convierte en un regalo perfecto para dar a las personas que queremos.
La invitación que hace es de ensueños: se escribe en ella un mensaje, un deseo, una ilusión, y se coloca en una maceta o directo a la tierra, sin más esfuerzo que algo de agua y mucha luz por las siguientes semanas. Con el paso de los días, esas palabras cristalizarán en brotes que primero serán plántulas, luego plantas más grandes y, finalmente, un rico, sano y gratuito alimento.
¡Tiembla el plástico con ideas como esta!