Limpio, económico, seguro, ecológico. Todo eso y más es el método conocido como control biológico, que básicamente consiste en la utilización de organismos vivos para eliminar o frenar el avance de plagas, enfermedades y malezas sobre cultivos y otras especies que se quiere proteger. Y, si bien el empleo de estos “enemigos naturales” no es soplar y hacer botellas, sino que requiere muchísimo conocimiento y desarrollo de estrategias, el interés en ellos crece a medida que se conocen los efectos perjudiciales del uso de productos químicos.
En la Argentina, el empleo de métodos de control biológico tiene más de un siglo de historia, período en el que atravesó varias etapas, la primera de ellas centrada en la implementación de programas importados del exterior. De esta manera, si aparecía en nuestro territorio una plaga invasora llegada desde otro país, la solución era traer a la especie o agente que la atacara en su lugar de origen, reproducirla e insertarla en el medio ambiente en cuestión para que la naturaleza –ya manipulada– hiciera su trabajo.
El problema de estas medidas sobrevino cuando esos agentes importados comenzaron a atacar no solo a la plaga que había causado el problema inicial, sino también a especies locales. Esta situación generó una crisis que dio paso a un nuevo paradigma en el estudio y la implementación del control biológico: la búsqueda de enemigos nativos. De esta manera, la investigación científica se concentró en estudiar y seleccionar insectos, hongos, virus, bacterias y nematodos –gusanos microscópicos– que pudieran servir como agentes de control biológico para eliminar o, al menos, “mantener a raya” a ciertas especies perjudiciales.
El estudio de los hongos es uno de los más desarrollados, especialmente en lo que refiere a la protección de los cultivos, los favoritos de múltiples plagas, enfermedades y malezas que causan enormes pérdidas económicas y, también en ocasiones, daños al medio ambiente.
En el Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores (CEPAVE), perteneciente al CONICET, la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CICPBA), funciona el Laboratorio de Hongos Entomopatógenos, un espacio con gran trayectoria en el tema. Como su nombre indica, allí se estudia la acción de hongos para emplearlos como agentes de control biológico. “Nosotros precisamente nos dedicamos a buscar y desarrollar hongos que crezcan a partir de insectos plaga de la agricultura y vectores de enfermedades. Se trata de organismos que se encuentran en la naturaleza y pueden causar la muerte de los insectos si penetran en su organismo y se desarrollan allí dentro”, explica Claudia López Lastra, investigadora del CONICET y directora del laboratorio.
Entre las principales ventajas de este tipo de estrategias, se puede mencionar el hecho de que los hongos afectan únicamente a los organismos –en este caso insectos– que están causando daños, y no a otros, como sucede con los productos químicos convencionales, que matan a plagas y a agentes benéficos –como los polinizadores– por igual. Vale destacar que el CEPAVE cuenta con una colección propia de cultivos de hongos patógenos y simbiontes (simbiosis) de insectos y de otros artrópodos, cuyo objetivo es preservar los hongos para estudios actuales y futuros, además de funcionar de manera abierta como consultoría y servicios a terceros. Producto de resultados de diferentes investigaciones, la colección alcanza alrededor de 500 cepas de unas 20 especies de hongos.
Otro espacio destacado en la investigación en este terreno es el Instituto de Fisiología Vegetal (INFIVE), también perteneciente al CONICET y a la UNLP, donde se desarrollan distintos proyectos de investigación para atacar a un enemigo implacable de casi todos los cultivos, pero especialmente el morrón, la berenjena y el tomate: un gusano microscópico llamado Nacobbus aberrans. Este agente parasita la planta ingresando por la raíz y formando unas bolitas muy pequeñas que parecen nudos llamadas agallas, dentro de las cuales se instalan las hembras para poner huevos. Además de robar el alimento, quiebran los tejidos de conducción de la planta por los que viajan el agua y los nutrientes, con lo cual sus efectos son realmente devastadores.
En un trabajo codo a codo con productores locales, que son los más perjudicados por la acción de N. aberrans ya que dentro de los invernáculos el microorganismo encuentra condiciones de temperatura y humedad óptimos, un equipo de científicos y científicas estudia la acción de dos hongos que podrían ser, el día de mañana, el principio activo de un insecticida completamente natural. El primero se llama Funeliformis mosseae y es una micorriza, es decir que vive dentro de las raíces. Allí, sus filamentos crecen y prolongan los conductos de la planta por los que absorbe agua y nutrientes, contrarrestando los quiebres que produce el gusano.
“Como el hongo compite por el espacio con el gusano, es importante que llegue a la planta antes para dificultarle el acceso: comparativamente, entre dos plantas parasitadas, la que está micorrizada tiene un 50 por ciento menos de huevos en sus raíces que la que no”, explica Sebastián Garita, uno de los científicos involucrados con la investigación. Gracias a los resultados positivos obtenidos en esta línea, F. mosseae está cerca de empezar a producirse a mayor escala en la Biofábrica Escuela de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la UNLP, con la idea de que se pueda capacitar a los usuarios. “El proyecto incluye enseñar a los productores a multiplicar el hongo en sus propios campos, un poco para hacerlos parte, pero sobre todo para que no dependan siempre de comprarlos sino que los microorganimos se vayan estableciendo en esos lugares”, agrega Garita.
Otro proyecto que el mismo laboratorio lleva adelante tiene que ver con Pleurotus ostreatus -las gírgolas comestibles-, una especie que no ingresa al cultivo sino que vive en el mismo suelo, creciendo en forma de hilitos blancos. “En determinado momento de su desarrollo, aparece en la superficie el sombrerito, la parte visible del hongo, que justo en esa instancia despide una toxina que afecta al gusano inflamándole glándulas del aparato digestivo que no lo mata pero afecta sensiblemente su reproducción”, describe el especialista. En este caso, además de los buenos resultados que vienen arrojando los ensayos, se añade que recientemente el grupo se ha asociado con un productor de gírgolas que les donará el residuo que deja la producción –lo cual supone un problema porque se acumula en grandes volúmenes– para que lo utilicen en sus investigaciones.