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ucede en todo momento: cada paso que damos, cada producto que consumimos, cada cosa que tiramos, cada botón que apretamos genera una estela muchas veces imperceptible, pero siempre medible. Una radiografía, no de nuestro cuerpo, sino de nuestro comportamiento con el planeta: una huella ecológica.
La huella es, lógicamente, compleja y diversa, y no se circunscribe solo a personas. También –o sobre todo– refleja el daño que empresas y países le ocasionan al planeta, algo que en los últimos años, a pesar de anuncios, tratados y promesas, se ha intensificado hasta el límite de lo tolerable.
Es eso lo que nos ubicó en el lugar en que estamos hoy, en esa bifurcación a la que llegó nuestro mundo, un yin y yang cada vez más explícito y explicitado: entre el desastre ecológico y la búsqueda de sustentabilidad.
Y si bien es cierto que algunas pequeñas acciones individuales y aisladas no moverán el amperímetro de un sistema en colapso, también es cierto que muchas pequeñas acciones coordinadas podrían marcar un camino, acaso mostrar alguna luz en ese punto de fuga que nos propone el horizonte.
La huella personal
El diagnóstico es lo primero. Saber dónde y cómo estamos. O mejor dicho: saber lo que consumimos y lo que tiramos, para luego calcular cuánto le demandamos a nuestro planeta, a nuestros recursos naturales. Hay cuatro casilleros para medir la huella ecológica –energía, agua, transporte y residuos–, y sobre esos casilleros una serie de preguntas que podrían resumirse así:
- Cómo nos calefaccionamos y qué tipo de electrodomésticos utilizamos.
- Cuánta agua consumimos para cocinar, para higiene personal, cómo regamos nuestras plantas.
- Cuántos kilómetros y con qué medio viajamos periódicamente a nuestro trabajo.
- Qué cantidad de basura generamos en nuestro hogar.
De acuerdo a esos aspectos, se obtiene un resultado expresado en “hectáreas globales”: cuántos planetas necesitaríamos para vivir del modo en el que lo hacemos.
Cuando la huella ecológica no excede la biocapacidad existe un “crédito ecológico”; por el contrario, cuando la huella calculada es mayor que nuestra biocapacidad el resultado es una “deuda”, “sobregiro” o “déficit ecológico”. En las últimas décadas, lo que era crédito a favor se convirtió en una deuda gigantesca, casi como la que algunos países periféricos tenemos con diferentes entidades crediticias internacionales.
Hay cuatro casilleros para medir nuestra huella ecológica. Son una serie de preguntas sobre energía, agua, transporte y residuos. De acuerdo a usos y consumos, el resultado dará un “crédito” o una “deuda”.
De acuerdo a un estudio de Global Footprint Network se estima que en 1961, a nivel global, la huella de la humanidad era de 7.035 millones de hectáreas globales (equivalente a 2.3 ha/hab), mientras que la biocapacidad ascendía a 9.611 millones de hectáreas globales (3.13 ha/hab). Esto significaba que la humanidad tenía un crédito ecológico de 2.576 millones de hectáreas globales (0.7 ha/hab). Nueve años después, en 1970, las magnitudes de la huella y de la biocapacidad se igualaron. Y en 2014, la huella ecológica alcanzó 20.602 millones de hectáreas globales (2.8 ha/hab), mientras que la biocapacidad sumaba 12.221 millones (1.7 ha/hab). Esto dio como resultado un déficit ecológico de 8.381 millones de hectáreas (1.1 ha/hab). ¿Qué significa? Que la humanidad superó, en alrededor del 60%, la capacidad del planeta para mantenerlo de forma sustentable.

Una reparación
“Estamos ante la amenaza de una extinción y la gente ni siquiera lo sabe”, repite el sociólogo Jeremy Rifkin (Denver, Estados Unidos, 1945), acaso uno de los activistas más escuchados que pide y promueve la reconversión de la actual sociedad industrial, basada en el petróleo y otros combustibles fósiles, hacia modelos más sostenibles.
Por sus advertencias y las de un sector de la sociedad cada vez más grande y consciente de que casi no hay tiempo para concretar esta transformación, en abril de 2020 –mientras el mundo se sorprendía porque la pandemia y el freno económico global habían logrado una mejora en la calidad del aire, que los animales se pasearan por algunos pueblos y las aguas turbias se volvieran cristalinas– se lanzó un programa, desarrollado por Sistema B Argentina, Seamos Bosques y GMF Latinoamericana, que permite a más de 60 empresas medir las emisiones de carbono que generan con su actividad, para luego poder mitigarlas y finalmente compensarlas. El objetivo es alcanzar la neutralidad antes de 2030.
Como sucede con la huella ecológica, la huella de carbono es un indicador ambiental que refleja la totalidad de gases de efecto invernadero emitidos por una organización.
Entre esas empresas se encuentra Dar Sentido, una pyme que desde 2016 produce artículos de librería y papelería para empresas con materiales reciclados que realizan organizaciones sociales y cooperativas como La Juanita. “Al principio no teníamos mucha noción de lo que era la huella de carbono –cuenta Sergio Novikov, de Dar Sentido–. Por eso encaramos la certificación B, que es un proceso donde te certifican buenas prácticas laborales y ambientales. Una vez que terminamos de certificar, nos embarcamos en el desafío de entender la huella que hicimos desde 2016 hasta aquí para neutralizarla”.
La huella histórica de Dar Sentido demostró que habían emitido 31,25 toneladas de dióxido de carbono (CO2). Ahora, el objetivo es neutralizarla. ¿Cómo? Primero, reduciendo esa emisión. Segundo, con la compra de bonos de carbono (a través de un sistema especialmente creado por la ONU) y la reforestación de bosque nativo en la Selva Misionera.
Una acción que debería ser replicada, a gran escala, por otras empresas, organizaciones y países. Antes de que sea demasiado tarde.

HUELLA ECOLÓGICA/ BIOCAPACIDAD
Fuente: Global Footprint Network
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Ilustración: Costhanzo