Se produjo la Cumbre de Líderes por el Clima convocada por el líder de la Casa Blanca, Joe Biden. El presidente norteamericano anunció un nuevo objetivo para 2030: reducir en forma sensible las emisiones de carbono de su país.
En la reunión Brasil presentó el Plan Amazonía 2021/2022, elaborado por el Consejo Nacional del Amazonas y las críticas no demoraron en llegar. Para los expertos, el plan “es muy escaso en ambiciones”, dado que la nueva promesa brasileña es reducir la destrucción amazónica a 8.700 kilómetros cuadrados anuales en 2022. Si bien eso implica disminuir la explotación vandálica de la selva registrada en 2020, su impacto real es el de retornar a las cifras de deforestación de 2018, antes inclusive del triunfo de Bolsonaro en las elecciones de octubre de ese año.
Con todo, la reacción de la Casa Blanca frente al anuncio brasileño fue diplomáticamente cortés. El demócrata John Kerry, enviado del gobierno norteamericano para los asuntos climáticos, escribió en un twitter: “El compromiso del presidente Bolsonaro de eliminar la deforestación en 2030 es importante. Pero esperamos acciones inmediatas y un pacto con las poblaciones indígenas y la sociedad civil, de modo que el anuncio pueda generar resultados tangibles”. En verdad, desde febrero hay conversaciones entre Brasil y Estados Unidos para coordinar iniciativas. Pero el ministro brasileño de Medioambiente, Ricardo Salles, juzgó que hay dudas sobre la posibilidad de avanzar en negociaciones en esta cumbre online. Estados Unidos le demanda a Brasil que ya a final de este año se reduzca la deforestación, algo que de ninguna manera contempla el Plan Amazonía. Al mismo tiempo, un grupo de 15 senadores demócratas le pidió a Biden, a través de una misiva, que condicione cualquier ayuda al gobierno brasileño para temas amazónicos. En la visión de los parlamentarios, solo podría ofrecerse auxilio financiero si el gobierno de Bolsonaro pone un límite drástico a la destrucción selvática, termina con la impunidad de los delitos ambientales y de violencia contra los pueblos aborígenes.
En total, entre agosto del 2019 y julio del año pasado desaparecieron 11.088 kilómetros cuadrados de la frondosa arboleda selvática, lo que equivale a la mitad del territorio de la provincia de Tucumán o 55 veces la superficie de la Capital Federal.
Para empresarios, políticos y diplomáticos de Brasil, “si el país quiere ser parte de la nueva coyuntura internacional, tendrá que apresurar” sus metas y objetivos. Así lo señaló el ex presidente del Banco Central Arminio Fraga, uno de los miembros más activos del grupo de grandes empresas brasileñas que buscan proteger el ambiente. Fraga definió que el centro de los desafíos climáticos brasileños está en el Amazonas, “una región que genera menos del 8% del Producto Bruto Interno, pero aporta 42% del total de emisiones”. Y eso tiene una única explicación: los altos niveles de deforestación de la selva tropical.
El desmonte de esa floresta única alcanzó un récord en marzo pasado, considerados los últimos 10 años. Con 810 kilómetros cuadrados devastados en apenas 30 días, es el peor índice de la década para ese mes. En total, entre agosto del 2019 y julio del año pasado desaparecieron 11.088 kilómetros cuadrados de la frondosa arboleda selvática, lo que equivale a la mitad del territorio de la provincia de Tucumán o 55 veces la superficie de la Capital Federal. Los datos proceden del Sistema de Alerta de Deforestación (SAD) que mediante satélites monitorea el territorio amazónico, de 5.000.000 de kilómetros cuadrados.