Los robles son los árboles preferidos de Richard Deverell, director del Jardín Botánico Real de Londres. Dice que son fuertes, viejos y que sus ramas y frutos albergan y protegen a muchas especies del reino animal. Las flores que más le gustan son las iris, porque están en todos los jardines de Inglaterra y son “muy bonitas y delicadas”. Siente una fascinación especial por las orquídeas. Se pasa la vida entre un banco de conservación con más de dos millones de semillas salvajes y un herbario con siete millones de plantas. Actualmente, trabaja en la identificación de especies que ayuden a mitigar los efectos del cambio climático y puedan satisfacer las necesidades humanas.
¿Cómo es el Jardín Botánico Real de Londres?
El Kew Garden tiene más de 250 años de historia. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2003 por su valor histórico y natural, su belleza y la biodiversidad vegetal que alberga. Tiene 121 hectáreas y es uno de los centros de investigación de referencia mundial en el estudio de plantas y hongos. Tenemos un herbario con más de siete millones de especímenes, un laboratorio dedicado a trabajos de conservación y el Millenium Seed Bank, que alberga dos millones de semillas. Hay, además, 14.000 árboles de más 250 años de vida y una colección de orquídeas muy extensa.
¿Cuál es el rol de los jardines botánicos en la sociedad contemporánea?
Los jardines botánicos juegan un papel muy importante a la hora de enfrentar tres grandes retos globales: el primero es la extinción, la pérdida de la biodiversidad. Los ecólogos estiman que del 20 % al 50 % de las especies naturales se pueden perder en este siglo si los humanos no cambiamos la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno.
El segundo desafío es cómo alimentar a una población global creciente. Las Naciones Unidas consideran que en los próximos treinta años habrá tres mil millones de personas más y la comida que producimos no alcanza. El tercer reto es la urbanización. Cada vez más gente está abandonando el campo y llegando a vivir a las ciudades. Este fenómeno hace que las personas se desconecten de la naturaleza y si se desconectan de ella no la valoran ni la cuidan como lo merece y lo necesita.
En concreto, ¿cómo pueden ayudar los jardines botánicos a prevenir y mitigar estos riesgos?
Para prevenir la extinción de las especies, nosotros tenemos que proteger y cuidar las plantas que están en peligro. Ayudamos a conservar los ecosistemas vulnerables y, además, recolectamos, estudiamos y guardamos semillas salvajes para garantizar su reproducción. Este trabajo funciona como una póliza de seguros contra la extinción.
¿Y con los otros dos retos?
Los jardines botánicos del mundo también pueden contribuir en la investigación de especies vegetales nuevas que se adapten al cambio climático y ayuden a que los cultivos sean más eficientes. Pueden, además, enseñar a la ciudadanía la importancia de la siembra de plantas y del cultivo de hortalizas dentro de las ciudades. Parte de nuestro deber es asesorar a los gobernantes en qué especie de árbol se adapta al entorno y cuál es la que la ciudad necesita. La botánica es la ciencia que va a salvar a la humanidad.
Sembrar árboles dentro de las ciudades es una forma muy eficiente de remover el dióxido de carbono en la atmósfera y mejorar la calidad del aire que respiramos.
En muchas ciudades se talan cientos de árboles por cuestiones “urbanísticas”. ¿Qué se puede hacer para mantener el equilibrio entre la naturaleza y el desarrollo?
Yo creo que sembrar árboles dentro de las ciudades es una forma muy eficiente de remover el dióxido de carbono en la atmósfera y mejorar la calidad del aire que respiramos. Mi esperanza es que las autoridades de cada gran ciudad del mundo se comprometan a plantar cada día más árboles, no a talarlos.
¿Cómo hacer consciente a la ciudadanía de la importancia de los jardines botánicos? ¿Qué rol juegan ustedes en la educación ambiental?
Creo que la educación ambiental es importantísima para la conservación del planeta. Hay muchos errores, porque la gente no sabe las consecuencias ambientales de sus acciones cotidianas. Casi nadie sabe que un kilo de carne tiene entre diez y veinte veces el impacto ambiental de la proteína que se podría obtener de las plantas.
¿Qué estrategias se podrían usar para mejorar la educación ambiental?
Hay muchas cosas que tienen que cambiar. A corto plazo creo que los jardines botánicos tienen que saber contar las historias correctas a sus visitantes; particularmente a los niños, para que el mensaje se les quede guardado en la mente y así les cambie su forma de ver el mundo. Tenemos que despertar la curiosidad, el hambre de conocimiento. Mi esperanza es que el Kew Garden pueda inspirar el interés de las personas en la naturaleza y en las ciencias. También es necesario incluir nuevas materias sobre el cuidado ambiental en el currículum de los colegios y utilizar el poder de los programas de televisión para compartir nuestras experiencias.
Con información publicada en El Espectador.