Concebimos el trabajo como un bien. Antes que nada, trabajo. Dar trabajo te hace un ciudadano honorable, una organización empresarial que progresa o un Estado pujante. No importa si es de calidad, ofrece adecuada remuneración o si el empleador paga lo que llamamos “cargas” sociales. Dado que generar empleo es un valor sublime de por sí, naturalizamos que haya millones de puestos de trabajo en el mundo que contribuyen a degradar a las personas y al ambiente donde vivimos.
Si hay que cerrar una curtiembre que contamina el Riachuelo y enferma a miles de personas que habitan la cuenca, pero ahí trabajan una decena de operarios, estamos frente a un escenario inconveniente para una eventual clausura del Estado y lo dejamos pasar. Si talan árboles nativos también se justifica porque “es el único medio de vida que hay para sobrevivir en la selva”, como si el fruto de la explotación de esos recursos quedara exclusivamente en las pocas personas que habitan esos parajes. “Por lo menos es trabajo”, decimos. Hasta ahora no importaba si la generación de esos puestos laborales provenía de una curtiembre que envenena, de un pool de siembra que propicia el desmonte o de una central energética que produce gases de efecto invernadero. El resultado de algunas prácticas, especialmente en comunidades pequeñas, entraña una ecuación perversa. Cientos de personas conservan su empleo durante un tiempo pero el resultado invisibilizado de esos esfuerzos es la contaminación del ambiente y de los cuerpos. Te doy trabajo pero te mato.
Generar trabajo, ¿justifica lo que sea?
Estamos formateados para trabajar. Pero, ¿a qué estamos llamando trabajo?
¿Cuál es la calidad de nuestros trabajos? ¿Nos hace bien el trabajo?
¿Es razonable sacrificar el equilibrio ambiental, el decoro y la salud de las personas frente a la necesidad de dar trabajo o debiéramos pensar en empleos que resguarden la naturaleza, contribuyan a la seguridad de las personas y no afecten sino que regeneren los ecosistemas?
¿Queremos trabajar de maestras o profesoras saltando de escuela en escuela, sin tiempo para planificar o reflexionar entre pares? ¿Eso es bueno para los maestros? ¿Es bueno para los chicos? ¿Es bueno para la educación?
¿Queremos trabajar como peones de taxi, unas 14 horas por día para llegar a fin de mes? ¿Eso es bueno para los taxistas? ¿Y para los pasajeros? ¿Es bueno para el tránsito en general? ¿Es seguro?
¿Queremos trabajar de médicos e ir fatigados de guardia en guardia sin parar? ¿Eso es bueno para los médicos? ¿Y para los pacientes? ¿Es bueno para el sistema de salud?
¿Queremos trabajar como recuperadores de residuos urbanos tirando de un carro con nuestros hijos a cuestas por toda la ciudad? ¿Eso es bueno para las mujeres y hombres que tiran del carro? ¿Es bueno para sus hijos? ¿Es bueno para la comunidad?
¿Eso es trabajo? ¿Es sensato? ¿Por cuánto tiempo podríamos sostener este modo de hacer y vincularnos?
¿Es razonable sacrificar el equilibrio ambiental, el decoro y la salud de las personas frente a la necesidad de dar trabajo o debiéramos pensar en empleos que resguarden la naturaleza, contribuyan a la seguridad de las personas y no afecten sino que regeneren los ecosistemas?
Trabajo decente
Llegó la hora de revisar si nuestros trabajos son o no sostenibles. Si son buenos para el ambiente, para mí y para el resto de las personas. Si podré seguir haciendo lo mismo y conservarlo en el futuro o deberé pensar en reformular lo que hago porque ya hay sistemas o herramientas que podrían reemplazar mis tareas y hacerlas aún mejor. Y, en todo caso, ¿cómo debiera reconvertirme para ser útil a la comunidad donde vivo y obtener el sustento que me permita vivir con dignidad?
Los puestos del futuro
¿De qué trabajarán las personas que hoy extraen carbón o petróleo? ¿Qué harán los operarios de la industria del plástico o los que trabajan en una automotriz cuando todos los países deban garantizar la meta de cero emisiones? ¿Y los bancarios o quienes transportan caudales, cuando irrumpan definitivamente las criptomonedas y todas las operaciones se hagan online? ¿Qué será de los escribanos cuando reine Blockchain para respaldar y agilizar nuestras transacciones?
Lo que dejaremos de hacer es poco significativo frente a las ocupaciones que nos demandará el futuro.
La noción de que todo se resuelve con ecuaciones exclusivamente económicas empieza a desvanecerse y se suman valores como la compasión, la cooperación y la empatía para el desarrollo de las nuevas organizaciones. Trabajaremos en tareas de regeneración de ambientes, tanto terrestres como marinos, en la construcción de viviendas más eficientes, en el diseño de nuevas ciudades y en los servicios que requerirán. Nos ocuparemos de quehaceres ligados al cuidado (no solo de personas), al tratamiento de cultivos más eficientes y libres de tóxicos y al desarrollo e instalación de energías renovables (se espera un crecimiento exponencial en los próximos 10 años). Habrá economistas y desarrolladores de negocios especializados en minimizar el impacto de las empresas en el plano social y ambiental, cronistas e historiadores para desarrollar la narrativa de lo que estamos viviendo, artistas capaces de expresar las características del nuevo paradigma a través de la pintura, la música o el teatro; operarios para tareas de reciclado y minería urbana, personas capaces de congeniar y potenciar la inteligencia humana con la Inteligencia Artificial, generadores de contenidos y todo lo relacionado a las ciencias de la computación. “El tiempo presente y el que viene se caracterizan por el aprendizaje constante”, dice Mariano Wechsler, CEO de Teamcubation_ y miembro fundador de Digital House. Afirma que hoy “es posible aprender a programar en 6 meses” y cita las previsiones de Microsoft: “el mundo necesitará, en 2025, 125 millones de programadores”. Hoy hay 25 millones de personas haciendo esas tareas.En tres años habrá trabajo para 100 millones más.
¿Qué tengo que aprender? ¿Qué tengo que revisar? ¿Qué necesito flexibilizar? Son preguntas insoslayables del presente, no ya del futuro.
“Es posible aprender a programar en 6 meses y el mundo necesitará, en 2025, 125 millones de programadores. Hoy hay 25 millones de personas haciendo esas tareas. En tres años habrá trabajo para 100 millones más», Mariano Wechsler.
Certezas sobre el cambio
Jaqueline Pels dirige el Espacio de Negocios Inclusivos (ENI) de la Universidad Torcuato Di Tella. Es académica y respalda cada conocimiento teórico con un ejemplo cercano. Frente a la incertidumbre y los temores que genera el mundo laboral por venir, nos desafía a volver hacia atrás para poder entender mejor lo que vendrá.
“Cuando apareció el primer automóvil no había estaciones de servicio, talleres mecánicos ni carreteras. Los caminos que habían sido diseñados para el trayecto de los animales ahora debían convertirse en una superficie lisa capaz de dar seguridad a vehículos más veloces.” La irrupción de una transformación tan potente disparó una explosión de ocupaciones desconocidas. A partir de ahí, la capacitación y el empleo fueron constantes.
La magnitud de la reconversión que vivimos es inédita y demanda especial disposición para comprender lo más rápido que se pueda que “el cambio es cambio”, dice Jaqueline, señalando con un tono más pausado y penetrante el carácter irrevocable de la frase. No podremos ser sustentables a medias, se acabaron las coartadas. Necesitamos transformaciones verdaderas.
Ilustraciones Pablo Bernasconi.