El primer hito formal en torno al concepto fue la Cumbre Mundial celebrada en 2002 en Quebec, Canadá, y organizada por la Organización Mundial de Turismo (OMT). En ese encuentro, quedaron establecidos bajo el nombre de Declaración de Quebec los principios del ecoturismo: contribuye activamente a la conservación del patrimonio natural y cultural; incluye a las comunidades locales e indígenas en su planificación, desarrollo y explotación y contribuye a su bienestar; interpreta el patrimonio natural y cultural del destino para los visitantes; se presta mejor a los viajeros independientes, así como a los circuitos organizados para grupos de tamaño reducido. En la práctica, no obstante, las experiencias asociadas a un turismo ecológico ya se multiplicaban en muchas partes del mundo, y de hecho la declaración de Yellowstone (EEUU) como el primer parque nacional del mundo, en 1872, se considera un importante antecedente de esta actividad.
Al igual que en el resto del mundo, en nuestro país esta tendencia también se fue gestando en paralelo a la creación de los parques nacionales y espacios protegidos. En homenaje al naturalista Francisco Pascasio Moreno por su rol fundamental en la comisión que decidió los límites cordilleranos con Chile y que permitió recuperar gran parte del actual territorio patagónico, en 2003 se instituyó el 31 de mayo –su fecha de nacimiento– como el Día Nacional del Ecoturismo. En una de esas porciones de tierra se fundó en 1922 el primer parque nacional argentino: el Nahuel Huapi. De acuerdo al sitio de la Dirección Nacional de Parques Nacionales, Argentina tiene actualmente 36 sitios de este tipo, todos ellos destinos de excelencia para realizar ecoturismo, aunque no los únicos. También hay incontables reservas en todas las provincias, pueblos y parajes en que el turismo ecológico es posible si se toman en serio los principios que lo definen.
De cara a las vacaciones de invierno y a algunos fines de semana largos proyectados para esta temporada, vale resaltar el reciente lanzamiento de La Ruta Natural, un programa de promoción turística que incluye unos 150 destinos al aire libre, algunos nuevos y otros tradicionales, pero con el denominador común de buscar el desarrollo sustentable de las comunidades locales y el acercamiento a la naturaleza.
Los sitios promocionados están agrupados en 17 opciones o “rutas”, que a su vez incluyen unas 50 experiencias distintas para “vivir la naturaleza”: Mar Patagónico, Patagonia Austral, Patagonia Andina, Fin del Mundo, la Estepa, la Puna, la Selva Misionera, el Iberá, el Gran Chaco, Llanuras y la Costa Atlántica, Altos Andes, Desiertos y Volcanes, Litoral y Grandes Ríos, Continente Blanco, Sierras Centrales, Delta y la Ruta de los Valles, Quebradas y Yungas. También incluye un apartado con experiencias recomendadas en cada lugar y una herramienta muy valiosa: un calendario con las fechas en que el avistaje de animales y plantas está en su esplendor.
Para quienes tengan la posibilidad de explorar el ecoturismo cruzando las fronteras, en los países vecinos también hay atractivas opciones. Uruguay, por ejemplo, hace justo alarde del birdwatching o avistaje de aves, gracias a ser una región donde confluyen tres biomas diferentes: las Pampas, el Chaco y la Mata Atlántica, a lo que se le suma el ser parte de la ruta migratoria. Entre las especies que pueden observarse están el petrel barba blanca, el flamenco austral, la gaviota cangrejera y el Carpintero Negro, y las salidas son mayormente al amanecer y el atardecer, aunque la experiencia puede realizarse en horario nocturno para algunos casos como los búhos y lechuzas. Los factores que hacen destacar a Uruguay en esta actividad tienen que ver con que las distancias no son grandes y la vegetación nativa es baja y abierta, lo cual favorece el avistaje de estos animales escurridizos. El punto ideal es el Parque Nacional Esteros de los Farrapos, un sistema de humedales fluviales e islotes en el departamento de Río Negro, sobre las costas del Río Uruguay.
Del otro lado, la vecina Chile, que al sur comparte la geografía de la Patagonia argentina, tiene al norte un paisaje muy particular para ofrecer al mundo: el desierto de Atacama, una árida extensión de 105 mil kilómetros cuadrados de superficie. Las posibilidades aquí son casi infinitas, teniendo en cuenta que hay salares, río, aguas termales y volcanes. Por si fuera poco, existe un pulmón verde en su interior: el municipio de San Pedro de Atacama, un pueblo pequeñísimo que, al estar en la ribera de un río, está rodeado de gigantes algarrobos, chañares y flora nativa. Este sitio ofrece la posibilidad de inmiscuirse en la comunidad local y apoyar su desarrollo consumiendo lo que ofrecen y comprando artesanías y productos. La otra joya de este gran desierto está ubicada sobre nuestras cabezas: los y las amantes de la astronomía tienen aquí su meca. Los 3 mil metros sobre el nivel del mar, la casi nula lluvia y vapor de agua en el aire y otras condiciones lo convierten en una excelente ventana al Universo, y de hecho muchos países del mundo tienen allí apostados poderosos telescopios para sus investigaciones científicas.