“Una sola Tierra” es el lema elegido para conmemorar el próximo 5 de junio el Día Mundial del Medioambiente. La leyenda no es solamente un mensaje para reafirmar la necesidad de cuidar el único planeta que tenemos, sino que es en sí misma un homenaje a la efeméride: se trata del eslogan original que tuvo esta fecha apenas quedó establecida durante la primera Conferencia de las Naciones Unidas (ONU) sobre el Medio Ambiente Humano (CNUMAH), celebrada en Estocolmo, Suecia, en 1972. Así, en esta edición aniversario –se cumplen 50 años de aquel acontecimiento–, la frase vuelve a cobrar protagonismo, sin dudas con muchísimos avances respecto del estado de situación de aquel momento histórico, pero también con otras tantas cuestiones preocupantes por atender.
Además de la importancia de la designación de la fecha para simbolizar el conjunto de acciones a nivel global en materia medioambiental, otro hito de aquel encuentro fue la declaración de una serie de principios comunes para inspirar a los países en este sentido. Medio siglo después, y siguiendo con el homenaje, Estocolmo volverá a ser la ciudad anfitriona de la reunión internacional, titulada “Estocolmo+50: un planeta sano para la prosperidad de todos —nuestra responsabilidad, nuestra oportunidad”. Sobre el evento, la directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), Inger Andersen, ha expresado que espera que a partir de este año el mundo comience a dejar atrás la pandemia por Covid-19, al tiempo que enunció las tres crisis planetarias que amenazan el futuro: “cambio climático, pérdida de la biodiversidad; y contaminación y desechos”.
De cara a la fecha, el director del Centro de Investigaciones del Medioambiente (CIM), perteneciente al CONICET, la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CICPBA), Andrés Porta, resume en tres palabras lo que en su opinión es la cuestión más urgente a atender en nuestro país: presencia del Estado. “Tenemos organismos de gestión del agua, del aire, de los residuos, de la minería, y más. Ahora bien, lo que muchas veces sucede es que no tienen las herramientas técnicas o tecnológicas ni recursos humanos capacitados en el tema, entonces a la hora de tomar decisiones van para un lado, para el otro, luego retroceden y vuelven a comenzar, y eso no puede ser así”, explica el experto, al frente de un espacio de investigación con más de 40 años de trayectoria en la disciplina.
En este punto –aclara Porta–, quedan incluidos también las universidades y los organismos del sector de ciencia y tecnología, ya que son los espacios desde donde se financian la mayor parte de los proyectos de investigación sobre estos temas. La crítica que hace al respecto radica en que muchos tópicos siguen sin aparecer en la agenda pública, o están pero de manera sectorizada, en lugar de abordarse desde una mirada integral, atendiendo el impacto ambiental de un desarrollo, por ejemplo, pero también “la rentabilidad, los tiempos, la combinación de estrategias”, entre otras cuestiones. “Hay una ausencia estatal importante en la gestión de las problemáticas ambientales y eso me preocupa, porque cuando no regula el Estado, lo termina haciendo el más fuerte, que en general suelen ser las multinacionales o las compañías con mucho dinero”, enfatiza el científico.
Por su parte, desde la Fundación Vida Silvestre Argentina, su director general Manuel Jaramillo opina que el mayor problema ambiental que se presenta tanto a nivel nacional como global “es la disyuntiva entre producción vs. conservación”, y agrega que “esto ocurre por la falta de diálogo y la confrontación entre modelos contrapuestos, algo que muchos pensamos que ya estaba ampliamente superado”. Para ejemplificarlo, menciona dos casos concretos. Por un lado, el mar argentino y sus zonas de influencia, con gran actividad pesquera que es fuente de alimentación para la población y contribuye a crear puestos de trabajo y procesos de industrialización y manufacturación, generando divisas por exportación; y por el otro la explotación de combustibles fósiles en tierra firme y off shore, necesarios para la calefacción, el transporte y el funcionamiento de las fábricas.
“Al mismo tiempo, sin embargo, tenemos una realidad paralela: el mar fuertemente amenazado por la sobreexplotación, el descarte pesquero y la basura plástica generada por la propia actividad, que afectan de forma negativa a la fauna marina y costera; y el aumento de la oferta de fuentes de energía contaminantes y de la generación de gases de efecto invernadero de la mano de la extracción de combustibles fósiles”, explica Jaramillo, y añade: “Por todo ello, hoy se hace imperante revisar y modificar la forma en la cual el mundo asegura la alimentación de sus habitantes, se abastece de energía y genera recursos económicos para el desarrollo de la sociedad. Para esa restructuración es fundamental entender que, más allá de lo que hacemos, lo importante es repensar cómo y dónde lo llevamos a cabo. La promoción de prácticas productivas que incluyan la variable social y ambiental al mismo nivel que la económica es un elemento sumamente clave”.