El posmoralismo es la moral de la posmodernidad. Un juego de palabras que genera redundancia, pero no se aleja de la definición. El “Metamoralismo” está más allá de las concepciones morales previas, de la sociedad tradicional de Max Weber, la cual actuaba como conjunto firme pero poco ético ante los negocios, las relaciones amorosas, la tecnología y la ecología.
La sociedad posmoralista presta atención a lo último mencionado. Se ocupa de recuperar lo perdido en siglos anteriores. Se preocupa por recuperar “el verde” con la conciencia verde, cuando la preocupación ética resurge en las ciencias biomédicas (bioética), en la relación con la naturaleza (moral del ambiente).
Gilles Lipovetsky trata las últimas cuestiones mencionadas en el Capítulo VI de su libro “El Crepúsculo del Deber”, publicado en 1992, donde expone pensamientos como los siguientes:
Cree que “Esgrimiendo el ideal kantiano de la buena voluntad no avanzaremos un ápice en la resolución de los desafíos planetarios de nuestra época; no son los homenajes a la generosidad los que harán retroceder las amenazas ecológicas, (..) La generosidad es una virtud privada, no puede servir de principio de acción para una mejor organización de la vida colectiva”.
También piensa que las nuevas sensibilidades verdes de parte de las empresas, responden a los objetivos de ganancia que tienen estas organizaciones, que “los progresos nunca avanzan sin la dinámica de la inteligencia, de los intereses y de las pasiones. Ciertamente hay motivaciones «interesadas» en la sensibilidad verde: precisamente por eso logra modificar nuestra relación con el entorno”.
Pero no todo son bio-negocios: “Entre las preocupaciones y los ideales de la conciencia contemporánea, nadie duda de que la protección de la naturaleza ocupe una posición particularmente privilegiada: la época posmoralista coincide con el desarrollo de nuevos valores centrados en la naturaleza, con lo que se llama ya una ética del entorno”.
El autor cree que las constantes catástrofes ecológicas debido a las industrias químicas o nucleares, “han dado lugar a una toma de conciencia general de los daños del progreso así como a un amplio consenso sobre la urgencia de salvaguardar el «patrimonio común de la humanidad”
“Sin duda, la cultura ecológica y su preocupación de responsabilidad hacia las generaciones futuras señala un frenazo en la lógica desresponsabilizadora del individualismo radical: sin embargo, la exigencia individualista de vivir mejor y más tiempo sigue siendo el resorte profundo de la sensibilidad de masas verde”
“Son ya numerosos los que aceptan pagar más por productos que respetan los equilibrios naturales; la ciudadanía posmoderna es menos política que ecológica, tenemos más fe en una educación moral y cívica orientada hacia la formación de los sentimientos patrióticos y altruistas, no aspiramos ya más que a una ciudadanía verde”.
El famoso concepto de “Calidad de vida” nace de la posmoralidad ambiental, que es la expresión misma del individualismo posmoderno. Esta óptica busca la ampliación y ejecución de nuevos derechos: derecho al agua pura, derecho a los bosques y una atmósfera no contaminada: “Sin duda, la cultura ecológica y su preocupación de responsabilidad hacia las generaciones futuras señala un frenazo en la lógica desresponsabilizadora del individualismo radical: sin embargo, la exigencia individualista de vivir mejor y más tiempo sigue siendo el resorte profundo de la sensibilidad de masas verde”
Si bien el texto data de casi 30 años atrás, el concepto sigue en auge para quienes piensan y trazan políticas ecológicas. La posmoralidad aún no pasó de moda. Por ahora, nos seguimos ocupando de recuperar lo dañado: la capa de ozono, la corrupción desmedida, la información tergiversada por el periodismo cómplice, machismo o tabúes sexuales.
Si bien esta concepción actual de las obligaciones humanas supera la ética tradicional, no se considera que toda la sociedad pre-posmoralista haya sido poco ética respecto al ambiente. Creo que el cambio se da con el avance de la tecnología de la información donde los problemas ecológicos son visibles y transmisibles globalmente. Esta hipercomunicación de las causas y efectos de los daños al ambiente nos hace “redescubrir la dignidad intrínseca de la naturaleza”.
Federico Forastier es miembro del Área de Comunicación del Centro de Desarrollo Sustentable GEO, de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.