No hay que remontarse a un pasado muy remoto para ubicar el momento en que esas diminutas fuentes de energía portátil irrumpieron en la vida cotidiana. Las pilas alcalinas, las más usadas, fueron patentadas por primera vez en noviembre de 1960. Tienen apenas 60 años y su penetración es altísima: están en los controles remotos, en los relojes, en las balanzas y en las grabadoras de audio, en los aparatos para medir la presión, en juguetes de todos los tamaños, en linternas y radios, hasta en joysticks de consolas como la Xbox.
Su uso es tan alto que se traduce en una complicación grave para el ambiente. Los componentes químicos de las pilas suelen ser metales, ácidos y sales irritantes, algunos muy tóxicos, como el mercurio, el cadmio y el plomo. Una vez que se descargan, se convierten en residuos peligrosos.
En el mundo se producen unas 10 mil millones de unidades al año. En ese mismo lapso, sólo en la Ciudad de Buenos Aires se consumen 23.182.602 unidades, equivalentes a más de 600 toneladas de pilas.
Las baterías y pilas agotadas representan un 0,01% del total del volumen de los Residuos Sólidos Urbanos, según datos de 2015 de la Facultad de Ingeniería de la UBA. Y de acuerdo a información de las empresas del sector, se estima que el 1% de las pilas y baterías que están en un relleno sanitario contribuyen al 88% de los metales pesados encontrados en los líquidos residuales.
Las baterías y pilas agotadas representan un 0,01% del total del volumen de los Residuos Sólidos Urbanos, según datos de 2015 de la Facultad de Ingeniería de la UBA. Y de acuerdo a información de las empresas del sector, se estima que el 1% de las pilas y baterías que están en un relleno sanitario contribuyen al 88% de los metales pesados encontrados en los líquidos residuales.
En la Ciudad de Buenos Aires, después del reclamo sostenido de muchas organizaciones ambientales y cívicas, diciembre de 2018 fue un momento de quiebre, la Legislatura porteña aprobó un plan de gestión ambiental de baterías en desuso.
La norma, por un lado, consideró a las pilas como residuos sólidos urbanos que deben ser objeto de una disposición especial y, por otro, determinó que los productores, importadores y distribuidores de pilas deben hacerse cargo de su recolección, transporte y tratamiento.
“La recolección diferenciada de este tipo de residuos especiales es indispensable por su contribución negativa al ambiente. Trabajamos el tratamiento y la gestión de las pilas usadas bajo el principio de la Responsabilidad Extendida del Productor, que determina que quienes importan este tipo de productos deben hacerse cargo de su recepción y tratamiento al final de su vida útil. Es una política pública ambiental que también nos exige transformarnos en consumidores responsables y conscientes.”, dijo Renzo Morosi, presidente de la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad.
Para los consumidores, el Gobierno porteño recomienda llevar las pilas a los puntos de recepción. Hoy son más de 150 ubicados en distintos puntos de la Ciudad: 90 están distribuidos en espacios públicos, como plazas y ferias, y otros 60 en sitios privados, la mayor parte en las farmacias del Dr. Ahorro y en las estaciones de servicio Axion.
Tanto en los puntos públicos como privados, los vecinos pueden llevar pilas cilíndricas AA, AAA, AAAA, C, D, N pilas prismáticas de 9V y pilas botón, comunes o recargables, sulfatadas y/o agotadas.
Desde diciembre de 2018, cuando comenzó el plan de gestión de pilas en desuso, hasta agosto de este año, en estos puntos se habían recolectado 31 toneladas de pilas, que representan 1,16 millones de unidades.