Empiezo con una confesión. He llegado a la entrevista con una moto japonesa. Estoy grabando la entrevista con un móvil chino. Llevo unas zapatillas de alguna marca norteamericana. En alguna etiqueta de mi ropa, debe salir la palabra Bangladesh, Turquía o Marruecos. Buf… Todos tenemos contradicciones. Pero, ¿cuántas contradicciones puede asumir el planeta?
Es buenísimo que todos seamos conscientes del lugar de donde provienen los objetos o la ropa que usamos. Y, si vamos un paso más allá: hay que pensar también donde van a parar todas estas cosas cuando las dejemos de usar. Tenemos un problema sistémico: no puede resolverse sólo con estrategias de consumo consciente individual. Intentar vivir de acuerdo con una conciencia ecologista es casi imposible en las sociedades actuales. La dinámica expansiva del capitalismo coloniza cada vez más ámbitos de nuestra vida privada. Castoriadis, el pensador grecofrancés, decía que la ética puede funcionar como encubrimiento si no somos capaces de pensarla en términos sociopolíticos.
Estas contradicciones respecto a la defensa del planeta han afectado, históricamente, a los partidos de izquierdas. La izquierda marxista clásica no vio muy claro la lucha ecologista. De hecho, Marx, lógicamente, ni hablaba de ella.
A Marx, en un famoso cuestionario, le preguntaron cuál era su héroe favorito, y él dijo: Prometeo. Prometeo era el titán que en la Grecia antigua roba el fuego a los dioses, el fuego divino de la tecnología, y lo entrega a los mortales para que puedan defenderse. Marx y buena parte de la izquierda han confiado mucho en la promesa prometeica de dominación de la naturaleza en las manos de los seres humanos. Hoy sabemos cómo puede ser contraproducente este prometeísmo. El esfuerzo por controlar la naturaleza se ha vuelto contra nosotros mismos.
Ningún partido de izquierda se presenta con un programa económico radicalmente ecologista que defienda frenar el consumo, reducir la industria contaminante al mínimo, poner fin a los coches e ir hacia el decrecimiento. Quizás, ¿porque no les votaría nadie?
Ha habido muy pocas tradiciones de la izquierda comprometidas realmente, y no sólo en la teoría o el discurso, con la defensa de la naturaleza y del clima. Gente como William Morris o Walter Benjamin, en los siglos XIX o XX, deberían tener más fuerza hoy a la hora de formular los programas electorales de las izquierdas. En nuestro país ¿recordamos lo que nos enseñaron el novelista Miguel Delibes o el filósofo Manuel Sacristán? De hecho, la izquierda sabe desde el año 1972, cuando se publica el informe ‘Los límites del crecimiento’, que tenemos un problema para encajar las sociedades industriales en la biosfera terrestre y en la naturaleza. Aquel libro fue un ‘best-seller’ mundial y dio lugar a un gran debate. Pero es muy significativo que poquísima gente de la izquierda asumiera el reto. En general, la izquierda reaccionó diciendo que esto era otra estratagema del capitalismo para ir en contra del bienestar de los trabajadores.
En tu libro ‘Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros’ (MRA, 2019), se destila un pesimismo radical: según tú, vamos hacia la catástrofe e incluso dices que hay riesgo de un genocidio tras el ecocidio.
Hay una probabilidad muy alta de un genocidio en la Tierra a consecuencia del colapso ecosocial y la tragedia climática. Si las cosas van como se esperan, a mediados del siglo habrá unos 10.000 millones de humanos. Pero lo más probable es que la mayor parte de esa enorme humanidad sea exterminada a medida que se agraven la crisis climática, la devastación de la biosfera, el colapso ecosocial…
Pero esto que afirmas es muy duro…
No lo digo yo: lo dicen los científicos que saben de la cuestión del clima, de la energía y de la alimentación. Hay que pensar ahora cómo podrá sobrevivir la humanidad que vendrá. Si la temperatura subiera 4 grados, los climatólogos creen que posiblemente sólo quedaría un 10% de los humanos que habitamos ahora el planeta.
Ponme un ejemplo para entender por qué creeis que vamos hacia la extinción.
De acuerdo, mira, piensa en cómo nos alimentamos hoy en día. ¿Cómo estamos hoy en día cultivando el alimento que da de comer a la mayoría de la humanidad?
Pues… con agua, sol y tierra.
¡No! Así lo hacían, tal vez, nuestros bisabuelos y bisabuelas. Pero ahora nosotros nos alimentamos gracias al petróleo, al gas natural y al mineral de fosfatos. ¿Qué pone los sacos de abono que usan la mayoría de los agricultores? Aparecen tres letras: una N de nitrógeno, una P de fósforo y una K de potasio. Para cultivar, se están utilizando fertilizantes de síntesis, fabricados en procesos químicos que captan el nitrógeno de la atmósfera, utilizando grandes cantidades de gas natural. Por lo tanto, sin gas natural, y sin los fosfatos extraídos de unas pocas minas, la fabricación de fertilizantes se hunde. La explosión demográfica de la segunda mitad del siglo XX tiene mucho que ver con la expansión de la agricultura industrial. Esto no podrá seguir haciéndose así. Dentro de poco tiempo, por esa crisis de recursos, ya no podremos mantener la forma como estamos produciendo cuerpos vivos a base de petróleo y gas natural.
Mucha gente piensa que con el calentamiento global, simplemente, hará más calor. Nos han venido a decir que el problema será que en Barcelona hará la temperatura de Málaga. Pero ¿qué significa, hablando claro, que el planeta aumente su temperatura en 2 o 3 grados?
Hagamos una comparación para que se entienda qué significa que la temperatura suba o baje 3 grados de media en la Tierra. ¿Sabéis qué diferencia hay entre la temperatura actual media y la temperatura media en la época de la glaciación? Tres grados o cuatro menos. Con tres grados menos, los glaciares bajaban por toda Europa casi hasta el Mediterráneo. Esto nos da la idea de lo que significa que la temperatura media del planeta aumente tres grados. La mayor parte de las tierras que queden sobre el nivel del mar pueden ser inhabitables en ese caso. Un infierno. Y todo esto, lo sabíamos hace ya cuarenta años. Pero se impuso el negacionismo climático; y más allá del mismo, el negacionismo referido a los límites biofísicos del planeta Tierra contra los que están chocando las sociedades industriales.
Citas en el libro que T. S. Elliot escribió: “Los seres humanos no somos capaces de soportar demasiada realidad”. Esto que denuncias tú ahora es insoportable para la mayoría de la población.
O reaccionamos, o desapareceremos. Los humanos habremos sido una anécdota en la vida de la Tierra. O nos hacemos cargo de lo que está pasando y cuáles son las perspectivas reales, o adiós. Uno de los movimientos ecologistas más conocidos hoy en día se llama Extinción o Rebelión. No es un nombre elegido al azar.
Pero la mayoría de los gobiernos del mundo, la ONU y muchos científicos e intelectuales como Yuval Noah Harari aseguran que, si hacemos un esfuerzo de contención en la contaminación y apostamos por la tecnología verde y la energía renovable, podríamos salvar la Tierra de un calentamiento por encima de los 2 grados.
Hay una nueva fe religiosa que se llama tecnolatría. Ésta es la fe básica de esta sociedad. Resulta llamativo cómo Harari, por ejemplo, ignora las dimensiones básicas de los problemas ecosociales.
Pero es cierto que la humanidad, gracias a la tecnología, siempre ha descubierto cómo salvarnos de la extinción y de las catástrofes. Y, como dicen más o menos ahora la mayoría de películas de ciencia ficción, si la Tierra muere, los humanos nos iremos a otros planetas a vivir.
Hoy en día esto es inviable. Y, además, yo ya escribí hace algún tiempo un libro que se titulaba: ‘Gente que no quiere viajar a Marte’.
¿Por qué defiendes que es imposible ninguna transición ecológica, ningún ‘Green New Deal’, ninguna posibilidad de un capitalismo verde que reconduzca la situación?
El problema es que alguien puede estar tentado de hacer una transición ecológica dentro de los muros de su mundo social, intramuros como suelo decir yo… y así planear nuevas tecnologías que sólo servirían a largo plazo si hubiera una cantidad de minerales ilimitada en la Tierra. Existe la idea, entre gente progresista y preocupada por el medioambiente, de que es posible electrificar nuestra vida y basarla en fuentes de energías renovables dentro del sistema capitalista actual. Pero es imposible. El planeta Tierra no da abasto: estamos dilapidando la riqueza mineral de la corteza terrestre.
¿Pero por qué no?
Los combustibles fósiles han proporcionado hasta ahora una sobreabundancia de energía que nunca podrá proporcionar nada de lo que tenemos ahora a nuestra disposición. Comparemos la energía que dan los combustibles fósiles con la que nos da la biomasa, que potencialmente sí que sería una fuente de energía renovable: los combustibles fósiles están dando hoy 400 veces más energía de la que podría dar toda la biosfera terrestre en su conjunto -desde las algas verdes de los océanos hasta los bosques tropicales- durante un año. No es realista pensar que toda la humanidad -esa humanidad enorme de 8 ó 10.000 millones de personas- se puede pasar a la biomasa en su abastecimiento de energía, con los valores dominantes y las pautas de consumo actuales. Y, además, hemos malgastado de manera imperdonable en muy pocas décadas los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) que nos había dado la naturaleza.
O reaccionamos, o desapareceremos. Los humanos habremos sido una anécdota en la vida de la Tierra. O nos hacemos cargo de lo que está pasando y cuáles son las perspectivas reales, o adiós. Uno de los movimientos ecologistas más conocidos hoy en día se llama Extinción o Rebelión. No es un nombre elegido al azar.
Eres crítico con la electrificación como solución de la economía basada en los hidrocarburos: ¿el coche eléctrico —como símbolo— no es ecológico?
Los minerales que tenemos en la Tierra son también finitos, ya lo apunté antes. Y el coche eléctrico necesita minerales como el litio o el cobalto para las baterías, una gran cantidad de plástico en su estructura…
¿Y qué hacemos entonces?
¡El modelo de movilidad debe cambiar! Nuestro hábito de movernos con vehículos de motor, aunque sean coches eléctricos, no puede seguir como hasta ahora. Lo siento, ¡hay que olvidarse de ello ya! El petróleo y el gas natural se están acabando. Pero, incluso, antes de que se acaben, hay que hacerse una pregunta: ¿cuándo dejarán de exportar petróleo y gas países como Arabia Saudí, Argelia o los otros grandes productores?
¿En 40 o 50 años?
No. Pueden dejar de exportar en unos diez años. Hacia el 2030; y cuando ellos dejen de exportar, nuestro sistema de movilidad se hundirá en unos cuantos meses (y otras bases de nuestra sociedad petrodependiente). ¿Nos hacemos ya cargo de la realidad? ¿Podemos comportarnos como adultos? ¿O seguiremos funcionando como si fuéramos un niño que no quiere soltar su juguete a pesar de todos los peligros y riesgos que hay?
Llamas al siglo XXI el siglo de la Gran Prueba. Cuéntanos por qué.
Desde mediados del siglo XX, vivimos bajo la sombra de una posible autodestrucción humana a través de las armas de destrucción masiva. Ahora, sin embargo, hay algo que ha cambiado. Antes, sufríamos por si una cadena de errores y conflictos hacía que alguien pulsara el botón nuclear; ahora, el problema es que el funcionamiento ordinario de las sociedades industriales capitalistas, debido al calentamiento global y otros procesos destructivos, nos lleva hacia un escenario similar al de una guerra nuclear generalizada en el planeta.
Hay una frase tuya muy conocida: “El cambio climático es el síntoma, pero la enfermedad es el capitalismo”. Naomi Klein decía en su libro ‘Esto lo cambia todo. El capitalismo vs. el clima ‘que “hay una guerra entre el capitalismo y la Tierra, y el capitalismo la está ganando”. ¿Pero cómo argumentas que es imposible frenar el cambio climático dentro del capitalismo?
Si viviéramos en un planeta con recursos infinitos, quizás sería posible un capitalismo verde. De hecho, la economía convencional funciona como si viviéramos sin límites. Vivimos, como decía el economista Kenneth Boulding, ya en 1966, en una “economía del cowboy”, donde siempre conquistamos nuevas fronteras que nunca se acaban, y deberíamos haber pasado ya a una “economía de la nave espacial”, pensando la Tierra como un sistema finito en cuanto a materiales, donde, al igual que en las naves espaciales, todo debería reciclarse y reutilizarse. Tenemos una cultura que cree que hay una capacidad infinita de conseguir recursos y derrochar energía. El problema fundamental no es el libre mercado en sí mismo, sino la dinámica autoexpansiva de la acumulación de capital. Hay que poner fin a esa dinámica autoexpansiva que nos está llevando a chocar violentamente contra los límites biofísicos del planeta. ¿Esto significa una sociedad donde no haya ningún tipo de mercados? No debería ser así necesariamente; aunque ése no sea nuestro problema principal.
En el libro denuncias que hay un problema de fondo: el cultural, nuestro modelo de consumo y nuestras maneras de vivir. Parece más difícil cambiar nuestra mentalidad que cambiar el capitalismo.
El problema es que lo ecológicamente necesario es hoy cultural y políticamente imposible. Ahora ya sabemos cómo funciona el sistema climático y sabemos que, si nos descontrolamos, acabaremos en un ecocidio y un genocidio. Los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que hacen unos estudios científicos muy prudentes, dicen que, si queremos tener alguna opción de subir sólo 1,5 o 2 grados, tal como marca el Acuerdo de París, las sociedades sobredesarrolladas como la nuestra debemos reducir anualmente las emisiones en un 8% o un 10%. Por lo tanto, esto significa que los gobiernos y las grandes industrias deben contaminar menos y, al mismo tiempo, significa que todos debemos cambiar nuestros hábitos. Un cambio completo del modelo de producción y consumo.
Defiendes que el crecimiento sostenible es un oxímoron… y que hay que iniciar ya la apuesta por “una contracción de emergencia”: la teoría del decrecimiento (que inspiraron hace años Serge Latouche y otros) no ha terminado de cuajar, ni siquiera en ningún programa de izquierdas.
Es la única alternativa para colapsar mejor. Yo, si pudiera aconsejar al lector, le diría esto: por un lado, piense cómo puede organizarse de manera colectiva, no individual, en su vida cotidiana y las cosas cercanas para alimentarse, moverse, vivir de un modo lo más sostenible posible. Y, por otro lado, en paralelo, piense como luchar políticamente ante los grandes retos como la movilidad, el modelo energético, un programa agroecológico global… El objetivo final es muy difícil, sí. Mientras tanto, sin embargo, hay que hacer cosas. Pero no en soledad ni de manera aislada. Lo que podemos hacer es organizarnos de forma que, cuando las señales de la gran catástrofe sean ya visibles para la gran mayoría de la población, tengamos margen suficiente para poder responder lo mejor posible.
Publicado en: www.elcritic.cat