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“Los agroquímicos atentan contra las abejas y sus ecosistemas”

Estos esmerados insectos son un eslabón esencial para la vida en la Tierra. Y además nos proveen de miel, un superalimento que la Argentina produce en grandes volúmenes, que la ubican como segundo exportador a nivel mundial. Sin embargo, la actividad se ve amenazada por los pesticidas y herbicidas empleados para fumigar los campos en todo el territorio nacional.

POR: XIMENA PASCUTTI FOTOGRAFÍA: EMILIANA RACIGH LAZO – SADA

A closeup shot of a bee pollinating a yellow flower

Las abejas viven revoloteando en un univer­so laborioso y admirable que desencadena muchos procesos de la naturaleza indis­pensables para una vida armoniosa en nuestro planeta. ¿Pero cómo inciden espe­cíficamente estos asombrosos insectos en el equilibrio de los ambientes que nos rodean? ¿Qué aportes hacen a los diversos ecosistemas de la Argentina? Y ya en un plano de absoluto egoísmo humano, ¿qué supondría para nuestras sociedades la merma drástica de las colonias, es decir, un eventual apocalipsis apícola?“

Estas son preguntas que se contestan juntas, ya que la contribución que hacen las abejas al ecosistema las convierte en esenciales”, reconoce a Qi magazine Damián Smuraglia, productor apícola y actual coor­dinador de capacitación de la Sociedad Argentina de Apicultores (SADA).

“El aporte que realizan es tan simple como imprescin­dible, ya que se encargan, a través de la polinización entomófila, de llevar el polen de una planta a otra, permitiendo así que las especies se reproduzcan. Esto parece sencillo, pero es una tarea que no podría lle­varse adelante sin estos insectos -desarrolla el exper­to-. Aclaremos que las abejas polinizan alrededor de las dos terceras partes de los alimentos que consumi­mos habitualmente. Además, es importante entender que la polinización no solo ‘fabrica’ alimentos, sino que además genera las semillas necesarias para la reproducción de las especies; no por nada, las grandes empresas productoras de semillas contratan a los apicultores para que lleven sus colmenas y asegurarse de esta manera la producción de semillas de calidad”.

Dorado tesoro

Y, como si no fuera bastante con ser discretas protagonistas y motoriza­doras de este mundo en que vivi­mos, las abejas nos proveen además de miel, un superalimento cuya producción es muy importante para la Argentina, ya que nuestro país se ubica entre los tres principales productores a nivel mundial, siendo el segundo exportador de miel con un volumen que alcanza las 75.000 toneladas anuales, según datos del Ministerio de Agricultura, Ganade­ría y Pesca de la Nación.

“Estamos cerca de los 3.000 dólares la tonelada, lo que genera ingre­sos de divisas al país de unos 250 millones de dólares anuales”, revela el reconocido productor apícola Roberto Imberti. El consumo interno de miel, en tanto, ronda las 6.000 toneladas pro­medio anuales, según el especialista.

La miel, además de ser una delicia aromática y nutritiva, se destaca por su poder bactericida, antimicro­biano y antiséptico, que colabora en la cura de infecciones y heridas. Al contener compuestos fenólicos, cuenta con propiedades antioxidan­tes, y también es fuente de energía por su contenido de azúcares sim­ples de asimilación rápida.

“En la Argentina prácticamente to­das las provincias producen miel”, comenta Imberti, quien aclara que dentro de este panorama tan amplio, el 60% de los productores se concentra en una zona núcleo comprendida por la Provincia de Buenos Aires, el sur de Santa Fe, el sur de Córdoba y sur de Entre Ríos, “aunque también hay muy buena miel en La Pampa, Mendoza, Cha­co… En esta última provincia se produce especialmente miel orgáni­ca gracias a las óptimas condiciones ambientales”.

Según el último censo del Registro Nacional de Productores Apícolas -RENAPA-, a lo largo y ancho del territorio argentino existen 15.306 apicultores, que manejan 33.477 apiarios y más de 3.500.000 colme­nas. El sector cuenta con un total de 1.209 salas de extracción de miel habilitadas por el SENASA. “De ellos, cerca del 60% es de productores que tienen menos de 200 colmenas, es decir, son personas que to­man la apicultura como un hobby y un cable a tierra… No para hacer grandes cantidades de miel, sino para consumo propio, para regalar a los amigos”.

“Los insecticidas matan a las colonias de abejas, y los herbicidas provocan la desaparición de la flora de interés apícola, impidiendo que puedan alimentarse”.

En las últimas dos décadas se han perdido en el país alrededor del 30% de las colonias de abejas.

 

¡Alerta monocultivos!

Sin embargo, este panorama que podría ser alentador ahora que muchos, muchas, buscamos estilos de vida más saludables, no lo es tanto debido a una proble­mática que tiene a los productores en estado de alerta: la muerte masiva de abejas y la destrucción de sus ecosistemas debido al uso excesivo de agroquímicos en el campo argentino, en el marco del actual modelo agroindustrial. Por esto vienen reclamando políticas públicas de fomento y la sanción de una Ley Apícola que proteja la actividad. En septiembre del año pasado los productores reunidos en la SADA se manifestaron en el primer Abejazo Nacional tendiente a visibilizar la crisis de la actividad.

“Los productores necesitamos que nos escuchen y nos defiendan ante el avance indiscriminado de los mono­cultivos y todo el daño que estos generan, con reglas claras y sanciones a quienes no las cumplan”, reclama Damián Smuraglia, desde la SADA. “Hoy la tecnología nos permite tener todos nuestros colmenares geolo­calizados, con lo cual, no sería difícil implementar los avisos y los controles necesarios para defender, no solo a las abejas, sino también a todos los polinizadores que son afectados por este modelo agroindustrial”.

En las últimas dos décadas, con el avance desmesurado de la agroindustria de la mano de la soja (Argentina ocu­pa el 3° lugar a nivel mundial del total comercializado de porotos de soja y es el primer exportador de harinas y aceites), los ecosistemas propicios para estos insectos se han visto dañados de manera sistemática llevando a un panorama que ahora se torna preocupante.

“Los insecticidas provocan directamente la muerte de las colonias de abejas, y los herbicidas la desapari­ción de la flora de interés apícola, provocando que las colonias no puedan alimentarse como corresponde. La problemática actual consiste en el desmedido y desregulado uso de estos productos”, precisa Smuraglia. Imberti se suma al reclamo: “Tenemos graves proble­mas con los pesticidas y herbicidas en todo el territorio argentino. El Glifosato no solo afecta la vida humana sino también la de las abejas, porque mata las hierbas y flores que necesitan para vivir. Y ahora también tenemos serios inconvenientes con el Fipronil, un in­secticida de amplio poder residual que permanece en el ambiente y plantas por treinta días… Con lo cual, donde se ha fumigado con Fipronil, durante un mes no circulan las abejas”.

Las abejas polini­zan alrededor de las dos terceras partes de los alimentos que consumimos.

“Los apicultores viejos dicen que en la Provincia de Bue­nos Aires se produ­cían 100 kg de miel por colmena, y hoy estamos hablando de 25/30 kg prome­dio”. Ricardo Imberti

Dulzura en retroceso

Según Imberti, en las últimas dos décadas se han perdido en la Argentina alrededor del 30% de las colonias de abejas… Y a menor cantidad de abejas, menos polinización y menor producción de miel, por supuesto: “En los años 2002, 2003, 2004 producíamos más de cien mil toneladas. Los apicultores viejos di­cen que en la Provincia de Buenos Aires se producían 100 kg de miel por colmena, y hoy estamos hablando de 25/ 30 kg promedio… 50 en el mejor de los casos”.

¿Qué necesitarían los productores para detener este deterioro progresivo de los entornos donde habitan las abejas? “En primer lugar podríamos hablar de regulaciones y, fundamentalmente, de controles en el uso de estos agrotóxicos”, asevera Smuraglia: “Regu­laciones en cuanto a la forma y a los horarios en que se puedan utilizar; el aviso obligatorio a los producto­res apícolas de la zona acerca de cómo y cuándo se va a fumigar y, por supuesto, que si esto no se cumpliera, exista un organismo capaz de investigar y sancionar a quienes no respeten las normativas.”

El especialista señala también la importancia de pro­hibir la fumigación en las banquinas de las rutas, “ya que esos espacios pueden ser fuente de crecimiento de flora de interés apícola”; y destaca la necesidad de establecer que “en cada explotación agrícola se desti­ne una pequeña porción de esa superficie para la flora apícola, o al menos que allí no se fumigue, dejando así que las malezas crezcan libremente”.

 

Los productores necesitamos que nos defiendan ante el avance indiscri­minado de los mo­nocultivos y todo el daño que estos generan”. Damián Smuraglia

¿Qué ocurriría si hubiera un apocalipsis apícola? Quien contesta es Roberto Imberti: “Hay una frase que atribuyen a Albert Einstein: ‘Si las abejas desa­parecieran del planeta, en cuatro años desaparecería también el ser humano’. Yo no sé si es tan así, pero evidentemente el problema es importante si pensa­mos en la producción de alimentos. ¿Por qué? Porque el 70% de los alimentos que se producen en el campo está polinizado por las abejas. Almendros, manzanos, durazneros, hortalizas, frutos… También las pasturas son polinizadas por las abejas: pasturas que son con­sumidas por los ganados… ganados que son consumi­dos por los humanos. Cuando hablamos del bienestar de las abejas, en realidad nos referimos a una larga cadena de alimentación que se vería afectada si estas desaparecieran. Montones de productos dejarían de existir, al menos en la cantidad y calidad en que los tenemos disponibles en la actualidad”.

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