Quienes en la Argentina se han volcado a la práctica de la agroecología conocen esa chispa de bienestar. La alegría que provoca despertar sabiendo que el trabajo del día estará amparado por el verdor de la naturaleza, por sus murmullos y revoloteos… Por ritmos secretos que invitan
a transitar la vida siguiendo un compás muy distinto al frenético mundo actual. ¿Pero puede ser la agricultura orgánica una alternativa real para alimentar a toda la población argentina? ¿De vedad se pueden generar alimentos a gran escala sin emplear agroquímicos? ¿Cómo cambiar el modelo produc-tivo en un país como el nuestro, pensado en clave agroindustrial desde su semilla?
“Primero aclaremos que la llamada agroindustria de industria no tiene nada, en realidad es un extractivismo”, destaca el naturalista Claudio Bertonatti, investigador de la Universidad Maimónides y asesor científico de la Fundación Azara.
“La llamada agroindustria de industria no tiene nada, en realidad es un extractivismo”, Claudio Bertonatti.
“Hay que actuar desde la agroecología, sumando las nuevas prácticas que van surgiendo a contramano de este modelo convencional que reemplaza ecosistemas silvestres por monocultivos intensivos. Un ejemplo es la propuesta del investigador del CONICET Lucas Garibaldi, quien ha demostrado que dejar franjas de ecosistemas silvestres entre los campos agrícolas no solo aumenta la productividad, sino que estos pueden funcionar como corredores de biodiversidad conectando con áreas ambientalmente protegidas”.
Desde Córdoba, la productora Luciana Sagripanti asegura que mudar de modelo es posible, “pero para encararlo en serio deberíamos primero discutir la tenencia de la tierra y la matriz de desarrollo de la Argentina. El problema más grave que afrontamos para implementar cualquier política agraria, es que más del 60% de la superficie cultivable del país está en manos de grandes empresas que gestionan en tres o cuatro provincias superficies de más de 100.000 hectáreas, imponiendo qué y cómo se produce. La imagen romántica del chacarero con su camioneta no existe más”.
El costo de los agroquímicos
La Argentina es el tercer productor mundial de alimentos y el primer exportador de harinas y aceites de soja transgénica. Según un informe dado a conocer en noviembre pasado por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), en los 36 millones de hectáreas cultivadas en el país se utilizan alrededor de 230 millones de litros de herbicidas y 350 millones de litros de otros productos fitosanitarios, sustancias que llegan a los alimentos por las derivas o las fumi-gaciones directas, y son cuestionadas por sus efectos nocivos para la salud.
La problemática es grave. Una investigación reciente de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Rosario realizada en ocho pueblos fumigados de Santa Fe, confirmó el vínculo directo entre los agrotóxicos y los numerosos casos de cáncer en dichas poblaciones.
“Elegimos cultivar sin pesticidas, con biopreparados. Producimos con menos costos, vendemos productos saludables y cuidamos a nuestras familias”, Carolina Rodríguez, productora agroecológica.
Según el estudio, las personas jóvenes que allí habitan tienen 2,5 veces más probabilidades de morir de cáncer que quienes viven en zonas lejanas de fumigaciones. Los datos se obtuvieron a partir de una pesquisa inédita en el país, que demandó siete años de trabajo e involucró a 27.000 personas.
Percepciones y preocupaciones
¿Se puede hacer agroecología a gran escala? “¡La respuesta es sí!”, destaca Juan Martín Azerrat, beca-rio CONICET y doctorando en ciencia política en la Universidad Nacional de San Martín, quien se en-cuentra actualmente relevando las valoraciones que hacen sobre el ambiente productores agropecuarios que siguen ambos modelos. “En la Argentina existen muchas de estas experiencias exitosas, y de hecho, en la región pampeana se están cultivando sin pesticidas grandes extensiones de soja, trigo y maíz”. Dentro de la agroecología existen tendencias diversas: están quienes hacen rotación de monocultivos pero sin usar agroquímicos, y quienes van más allá, y buscan, además, generar diversidad ambiental. La manera en que cada productor/a lleva adelante estos cultivos tiene que ver con sus experiencias de vida y el motivo que impulsó al cambio: “Algunos transicionan a la agroecología por problemas de salud causados por químicos y otros porque ven cómo estos productos dañan los árboles de sus propios campos”, describe Juan Martín.
Otro fenómeno notorio, dice, es la preocupación creciente de productores convencionales porque una parte de la sociedad está comenzando a verlos como envenenadores: “Es un gran debate en asociaciones de productores o empresarios agropecuarios como la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID), la asociación civil CREA e incluso en la Sociedad Rural. La agenda ambiental está cada vez más instalada y esta visión del agro-químico como veneno creció mucho a nivel social”.
La tierra es nuestro cuerpo
Para Carolina Rodríguez, madre de seis hijos y productora en el Cordón Hortícola de La Plata desde hace quince años, los beneficios de cultivar sin pesticidas son muy valiosos como para no animarse al cambio. “Podríamos producir con químicos, pero elegimos hacerlo con biopreparados que nosotras mismas elaboramos. Producimos con menos costos porque los insumos nuestros son más baratos, le vendemos a la gente productos saludables y también cuidamos a nuestras familias”.
Desde 2015, Carolina conforma junto con cien compañeras de las provincias de Buenos Aires, Corrientes, Misiones y Salta el colectivo Mujeres Trabajadoras de la Tierra, un espacio de construcción feminista, popular y campesina que produce yuyos secos, plantines de nativas, tintura madre y ungüentos, y cuya consigna principal es “Plantar para curar, feminismo para liberar”, cuenta ella por WhatsApp mientras se escucha el viento y a un gallo de fondo: “Además, la agroecología nos permite recuperar la sabiduría ancestral. La tierra es también nuestro cuerpo y tenemos que cuidarla”.
También describe una experiencia “muy positiva” la ingeniera agrónoma Luciana Sagripanti, productora de la finca El Milagro, de Coronel Moldes, Córdoba. Desde 2011 y en una extensión de cien hectáreas, junto a su familia practica la ganadería regenerativa y también la agricultura orgánica oportunista en los lotes que van dejando disponibles los animales. “Además de los parámetros clásicos, como rentabilidad y márgenes brutos, para nosotras se agregan otros, como la alegría con que despertamos para salir a trabajar. Nos fijamos si los animales se enferman o no, si hay erosión, si la biodiversidad sigue progresando, si logramos reconstituir algunos indicadores positivos… Realmente vale la pena”.
“Además de los parámetros clásicos, como rentabilidad y márgenes brutos, para nosotras se agregan otros, como la alegría con que despertamos para salir a trabajar”, Luciana Sagripanti.
Huertas en la vereda
Carlos Briganti trabaja desde hace diecisiete años en la creación de huertas orgánicas comunitarias en la Ciudad de Buenos Aires. En 2006 fundó la primera escuela de huerta urbana La Margarita, en una terraza de 60 m2 en el barrio de Chacarita. Allí empezó a dar charlas y enseñar cómo cultivar alimentos sanos, seguros y soberanos.
La movida fue creciendo y decantó en la formación del Colectivo Reciclador y el grupo Acción Huerta Urbana.
“Nuestra propuesta es hacer huertas agroecológicas en todas las plazas y espacios urbanos ociosos, como el costado de las autopistas”, se entusiasma Carlos, quien en 2020 presentó ante la Legislatura porteña, junto a la legisladora Cecila Segura, del FDT, un proyecto de ley para generar cientos de estas “usinas verdes” en los barrios. Ese año terminó aprobándose una ley similar del legislador Roy Cortina, de JxC, que aún no fue reglamentada. “También logramos que a fines de 2021 se aprobara otra ley que suma la carrera de Huertero/a urbano/a a la oferta de enseñanza oficial en CABA, en los cincuenta Centros de Formación Profesional, pero tampoco se implementó”.
En la pandemia, Acción Huerta Urbana creó treinta huertas orgánicas en las veredas de Buenos Aires y en 2021 Carlos inauguró en el patio de la Carrera de Nutrición de la UBA (Azcuénaga 951, CABA) La Margarita II, su segunda escuela de huerta urbana, un paraíso en medio del cemento donde crecen maizales de cinco metros. “Enseñamos todas las artes del compostaje y ofrecemos cursos gratuitos de huerta. Pueden visitar nuestras redes el reciclador urbano y colectivo reciclador, donde anunciamos todas las novedades”, detalla este reconocido huertero. “El primer paso es tomar conciencia. La propuesta de la industria alimentaria es nefasta porque sus productos nos enferman. Es un mito que no se pueda producir sin usar estos venenos que enriquecen exponencialmente a unas pocas industrias. La agricultura sin pesticidas existe hace 10.000 años».
Foto: Vlada Karpovich