En un momento determinado, en un instante cualquiera, miles de millones de eventos están ocurriendo simultáneamente en el planeta. Mientras un cóndor andino posado en una roca abre sus alas al sol, una ballena emerge del océano en la Antártida, un niño nace en una ciudad y una hoja se desprende de un árbol en la montaña. Todo esto, y mucho más, sucede en un solo momento, en un solo segundo.
La existencia misma es un tejido complejo de instantes que se entrelazan y se superponen, cada uno con su propia historia, su propia energía y su propio sentido. Intentar comprenderlos todos, observarlos todos, es como tratar de contar todas las estrellas del cielo o de abrazar al viento. Pero, ¿y si pudiéramos? ¿Y si pudiéramos abarcar todo el universo en un solo instante, ver todos los eventos y sucesos que ocurren en el planeta al mismo tiempo? ¿Qué veríamos? ¿Qué sentiríamos?
Quizás, en ese momento de revelación, comprenderíamos que todos los eventos, por pequeños o insignificantes que parezcan, están relacionados, formando un todo más grande e interconectado. Probablemente, comprenderíamos que nuestras vidas, por efímeras que sean, tienen un propósito y una importancia en el gran esquema de las cosas. Somos un suspiro en el tiempo. Pero, tal vez, en esa fugacidad de nuestro paso por la tierra, se encuentre la esencia misma de la vida. Quizás sea precisamente porque nuestro tiempo aquí es tan breve, que cada momento adquiere una importancia desmedida, que cada caricia, cada risa, cada lágrima se convierte en algo valioso y precioso.
Y así, quizás, podamos encontrar la felicidad en el transcurso mismo de la vida, en el presente eterno que se despliega ante nosotros como un lienzo en blanco. Una vida efímera, sí, pero llena de sentido y belleza.
Imagen: Gabriel Delasala