La música -sinfónica, energética- es inspiradora. Eriza la piel. Más que acompañar las imágenes de un globo aerostático ascendiendo sobre una cordillera nevada, las impulsa. Entonces, una voz familiar por su correcta pronunciación británica irrumpe en el primer episodio de la serie documental Planet Earth II: “Cuando ves hacia abajo, hacia la superficie de la Tierra, es imposible no impresionarse por la grandeza esplendorosa y el poder de la naturaleza. Ahora podemos mostrar la vida en nuestro planeta de nuevas formas. Nos acercaremos a los animales como nunca antes, mostrando por primera vez nuevos dramas de la vida salvaje”.
El naturalista inglés David Attenborough es el embajador del mundo natural, una de las pocas personas capaces de infundirle a la naturaleza un halo de misterio, solemnidad y majestuosidad potenciando cada imagen, cada primer plano sobre un mamífero, reptil o ave.
En las más de siete décadas que componen su carrera, este narrador de 96 años ha sido quizás el presentador y guionista que con más fuerza ha abogado por la protección y restauración de la biodiversidad. Con mega-producciones millonarias como The Blue Planet (2001), Planet Earth (2005), Life (2009), Planet Earth II (2016), Dynasties (2018), Seven Worlds, One Planet (2019), para enumerar las más recientes, su nombre ya está íntimamente asociado con este género que atraviesa una era dorada. Series realizadas por la Unidad de Historia Natural de la BBC, encargadas por Netflix, NatGeo o la cadena japonesa NHK, narradas no solo por Attenborough sino también por figuras como los actores Morgan Freeman (como Our Universe), Will Smith (One Strange Rock y Welcome to Earth) y Benedict Cumberbatch (Super/Natural), retratan con majestuosidad el mundo natural, transformando cómo lo vemos y concebimos.
Pero más allá del placer estético en 4K u 8K, de las historias inmersivas y bellamente narradas así como promocionadas como tanques de Hollywood, la pregunta en algún momento emerge: ¿Tienen estos shows fastuosos algún efecto real y palpable en quien los mira? ¿Ayudan estas mega-produccciones efectivamente a la conservación de la biodiversidad o resultan un producto de consumo más para expiar culpas y sin ningún tipo de repercusión en la protección de las especies y hábitats amenazados? Hay un hecho innegable: la mayor parte de la vida silvestre se ha desvanecido durante el tiempo que la BBC y otras productoras han estado haciendo estas miniseries.

“A pesar de que los vínculos entre el suministro de información y el cambio de comportamiento son complejos e inciertos, los documentales sobre la naturaleza pueden, al menos en teoría, provocar cambios de varias maneras”.
Si bien programas de este tipo existen desde bien entrados los 60s con esfuerzos realizados por Jacques Cousteau y el propio Attenborough, el gran salto de los documentales sobre la vida salvaje -en presupuesto, en ambición, en alcance global- ocurrió a principios de la década de los 2000s. A su veta informativa y hasta pedagógica se le agregó un nuevo componente: el entretenimiento. Los documentales, además de abrirles a los espectadores las puertas de una región del mundo desconocida, demostraron que también podían volverse adictivos, conmover hasta la médula, abrir bocas en señal de sorpresa y dejar a más de uno sin las ganas de pestañar para no perderse la odisea de una hormiga para conservar un fragmento de hoja.
Impulsados por fundaciones y cadenas como National Geographic, la BBC o en su momento el Discovery Channel, estos shows llegaron a la adultez con la misma misión: la espectacularización de la naturaleza. Hasta hace no mucho, la gran mayoría de estos documentales compartían una omisión: evitaban retratar las amenazas existenciales y los impactos antropogénicos que enfrentan tantas especies silvestres. Más que acosada por la contaminación, el cambio climático, la caza furtiva, el tráfico ilegal y la superpoblación, la naturaleza en estas producciones suele ser retratada como prístina, idílica, es decir, como un espectáculo virgen para nuestro deleite visual. Un mundo de fantasía, una utopía, donde la extinción masiva no sucede.
“La verdadera naturaleza salvaje ha prácticamente desaparecido. Esto nos presenta a los realizadores un dilema. Mientras sostengamos el mito de la naturaleza virgen, nuestros programas encontrarán una audiencia. Y muchos televidentes impulsarán su conservación. Pero si mostramos la verdad y damos malas noticias, los televidentes huirán.” Stephen Mills – Cineasta conservacionista.

Las razones de estas ausencias son complejas. La opinión generalizada entre los documentalistas es que mostrar las amenazas que sufre el planeta ahuyentan al público. “Los directivos que encargan y pagan estas producciones creen que el público ve documentales de vida silvestre porque desea estar seguro de que hay una tierra virgen ahí fuera”, escribió el cineasta conservacionista Stephen Mills en 1997. “Pero la verdadera naturaleza salvaje ha prácticamente desaparecido. Esto nos presenta a los realizadores un dilema. Mientras sostengamos el mito de la naturaleza virgen, nuestros programas encontrarán una audiencia. Y muchos televidentes impulsarán su conservación. Pero si mostramos la verdad y damos malas noticias, los televidentes huirán. La televisión, después de todo, es un medio de entretenimiento y los documentales sobre la naturaleza llenan un espacio escapista, ajeno a controversias”.
Los analistas de medios y conservacionistas han tratado de discernir algún tipo de efecto de estos programas en los comportamientos de la población pero la respuesta nunca ha sido muy clara. “A pesar de que los vínculos entre el suministro de información y el cambio de comportamiento son complejos e inciertos, los documentales sobre la naturaleza pueden, al menos en teoría, provocar cambios de varias maneras”, indican los investigadores Julia P. G. Jones, Laura Thomas-Walters, Niki A. Rust y Diogo Veríssimo en un artículo publicado en 2019 en la revista People and Nature de la British Ecological Society. “Pueden aumentar la disposición de los espectadores a realizar cambios personales en el estilo de vida, aumentar el apoyo a las organizaciones conservacionistas y generar actitudes públicas positivas y, posteriormente, normas sociales hacia un tema, lo que hace más probable el cambio de política”.
