Por entonces, las industrias petrolera, química y manufacturera, previendo ganancias sin precedentes, promovieron el plástico -del verbo griego plassein, que significa “moldear o dar forma”- como el material insignia de la modernidad.
El verdadero ‘boom’ había comenzado en 1907 cuando el químico belga Leo Baekeland inventó el primer plástico totalmente sintético, la baquelita. Pero fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando se produjo la verdadera invasión. Fuertes, flexibles y resistentes al calor, los plásticos comenzaron a conquistar cada rincón de la vida cotidiana impulsados por una promesa: la de reemplazar materiales más caros como el papel, el vidrio y el metal y así liberarnos de la dependencia de la naturaleza.
Pronto, no quedaba casi ningún rincón virgen. Bolsas de plástico, envases de yogur, piezas de Lego, recipientes como el famoso ‘Tupperware’ hasta las articulaciones artificiales de cadera y rodilla: no importaba donde se mirara, este material ligero, maleable y versátil estaba en todas partes. Era recibido con alegría y ofrecía la promesa de una nueva democracia material y cultural. Había comenzado la “Edad del Plástico”.
A una velocidad insospechada, no solo hizo posible el desarrollo de computadoras, teléfonos celulares, el auge de la robótica, la mayoría de los avances de la medicina moderna y los trajes de los astronautas. También instauró costumbres. Por ejemplo, cuando en 1973 el empresario estadounidense Nathaniel Wyeth patentó las botellas de bebidas de PET (tereftalato de polietileno, una forma de poliéster). Esto provocó una transformación social: introdujo la “cultura de un solo uso”.
Solo pasarían algunas décadas para que el mundo se diera cuenta de la gravedad de la situación que se avecinaba: las propiedades químicas que hicieron del plástico un material increíblemente útil y duradero dificultaban su eliminación.
Los plásticos se arremolinan desde la cima del Monte Everest así como en los estómagos de toda clase de animales. De un estimado de 8300 millones de toneladas métricas de plástico producidas hasta la fecha, aproximadamente el 60 por ciento flota en los océanos o se acumula en vertederos.
Este año se detectó por primera vez tanto la presencia de microplásticos en lo profundo de los pulmones de personas vivas como en la sangre humana. Si bien el impacto en la salud es aún desconocido, el descubrimiento muestra que las partículas pueden viajar por el cuerpo y alojarse en los órganos. Ya no podemos escapar.
Pese a lo que se cree, el plástico sigue siendo el material dominante. La producción mundial no deja de aumentar: se espera que el uso mundial de plástico se incremente casi un 4 % para 2030.
Ante este panorama, cada vez más sectores consideran que es imperativo promover un cambio de mentalidad. Además de reducir su consumo, se insta a la separación y el reciclaje de residuos, a medida que el plástico se convierte en el nuevo tabú. Por ejemplo, en 2021 la Unión Europea prohibió los cubiertos y vasos de plástico. Pero una transformación radical llevará tiempo. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), menos del 20 % de todos los plásticos se reciclan, lo que deja más del 80 % de los plásticos sueltos en el medio ambiente. Hay científicos que piensan que los polímeros biodegradables, capaces de sustituir a los plásticos convencionales, podría ser la respuesta.
Muy lejos quedaron las épocas de mensajes celebratorios como el texto de Roland Barthes. En nuestra actual crisis climática, el plástico es visto ya como nuestra oscura herencia, una carga para las futuras generaciones.
Junto con las primeras detonaciones nucleares en 1945, los plásticos son uno de los cambios más significativos que los humanos hemos hecho en la composición de la Tierra. La Edad del Plástico ya se extiende como una período temporal junto a la Edad del Bronce y la Edad del Hierro en la historia de la civilización.
Junto con las primeras detonaciones nucleares en 1945, los plásticos son uno de los cambios más significativos que los humanos hemos hecho en la composición de la Tierra.
Investigaciones han mostrado que la contaminación plástica se está depositando en el registro fósil. “El aumento de los plásticos después de la Segunda Guerra Mundial podría usarse para fechar una subcategoría de nuestra época, el Antropoceno, llamada ‘la Gran Aceleración’”, dice Jennifer Brandon, del Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California en San Diego.
Ciertamente, estos residuos serán de interés para los arqueólogos en el futuro porque es lo que sobrevivirá de nosotros. La investigadora Anna Agbe-Davies de la Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos, es una de las científicas que ya llevan adelante proyectos como “Plastic Archaeology”, donde documenta toda clase de objetos plásticos, testigos y delatores de nuestra era de producción masiva, globalizada e irresponsable.
Estos materiales ha redefinido nuestra cultura material y servirán a las próximas generaciones de investigadores para documentar la vida humana: hablarán de las personas que los usaron y que los desparramaron por cada rincón del planeta.