Pablo Bernasconi es uno de los artistas plásticos más reconocidos de la Argentina. También es poeta, músico, un entusiasta de la filosofía y de las ciencias… y un dato que pocos deben conocer: cuando era un pibe veinteañero pasó cuatro veranos apagando incendios en la Patagonia como bombero forestal. Creció y vive actualmente en las afueras de Bariloche, adonde decidió volver en el 2000, ya abrazado a su oficio artístico, porque “trabajar en el ojo de la tormenta de Buenos Aires me generaba mucho disturbio mental”. Sus inconfundibles ilustraciones son un encantador viaje a la búsqueda de sentidos profundos y detalles pequeñitos que se vuelven inmensos, y emplean principalmente la mixtura del collage y la edición digital. Publicó más de treinta libros infantiles y diez volúmenes para adultos. Tiene a cargo, cada domingo, un columna gráfica de opinión en el diario La Nación y publica en importantes medios del exterior como The New York Times, Bergens Tidende (Noruega) y The Times.
Su universo creativo también es volver un poco a la infancia. Pablo nació en Buenos Aires en 1973, pero a los cinco años se mudó con su familia a Bariloche, cuando a su mamá y su papá -ambos científicos- les ofrecieron trabajar en la Comisión de Energía Atómica: a ella en el Instituto Balseiro y a él en los albores de INVAP, la gran empresa estatal desarrolladora de satélites y tecnología de alto nivel. Pablo era un piojito que no había entrado a la primaria, pero ya por entonces la Patagonia y “todo ese rollo familiar con las ciencias” se transformaron en paisajes y palabras que acompañaron el despertar de sus gustos, libertades y afectos… de su manera de mirar.
-En la Argentina, donde tantas cosas pasan por el ombligo de la Capital Federal, vos lograste desarrollarte como artista y trabajar de esto viviendo en el ámbito rural. ¿Cómo hiciste?
-Empecé a teletrabajar hace mucho, en el 2000, cuando decidí volver a Bariloche después de unos años en Buenos Aires. Y regresé con todas las limitaciones que tenía internet en ese momento. Creo que me jugó a favor el hecho de que había generado lazos laborales de mucha confianza.
-¿Qué pros y contras le ves al deseo de muchas familias de abandonar las grandes ciudades para mudarse a comunidades más chicas o a un entorno rural?
-Para mí tiene muchos “pros”. En mi caso como ilustrador, trabajar en el ojo de la tormenta de Buenos Aires, lejos de ayudarme, me generaba mucho disturbio mental. Para entender las cosas necesito cierta distancia, verlas con perspectiva y desde diferentes ángulos: suena etéreo, pero para un ilustrador es bastante concreto. Y cuando tuve la oportunidad de volverme a Bariloche, me di cuenta de que era un gran aliciente para esta forma de mirar que necesito. Tuve que alejarme 2000 km de donde “pasa” todo para lograr una mirada más profunda.
“Trabajar en el ojo de la tormenta de Buenos Aires me generaba disturbio mental. Como ilustrador, tuve que alejarme 2000 km de donde ‘pasa’ todo para lograr una mirada más profunda.”
-¿Y los contras?
-Claramente estás lejos… En mi actividad hace falta figurar en ciertos lugares y círculos, todavía está muy instalado. Se paga caro ser artista y no vivir en Buenos Aires. Pero es una “contra” remediable, más si se puede viajar y establecer relaciones de trabajo de confianza.
La búsqueda infinita
La salida de la pandemia encontró a Pablo enfrascado en proyectos creativos muy lindos: luego de dar a conocer en 2021 los libros Miedoso y Un coso (este último con el escritor Santiago Craig), este año se dio el gusto de publicar con editorial Catapulta Burundi, una serie de siete historias destinadas a la primera infancia que abordan temas de ecología y medioambiente. Además, anduvo itinerando con dos muestras suspendidas por el confinamiento que al fin pudieron ver la luz: “Infinito”, que cruza los universos de la ciencia y el arte, expuesta hasta fines de septiembre en el Centro Cultural de las Ciencias, en Ciudad de Buenos Aires; y “Paisaje interior”, con ilustraciones que giran en torno de la poesía y música de Leonard Cohen, y pudo disfrutarse en octubre en la Feria Regional del Libro, de San Martín de los Andes.
-En tus ilustraciones combinás herramientas digitales con elementos de la naturaleza… A Pepe Mujica, por ejemplo, lo retrataste con hojas de cannabis y tomatitos cherry. ¿De dónde viene esa conexión natural que está tan presente en tu obra?
-Mi relación con la naturaleza es directa porque en Bariloche vivimos en cierto estado salvaje, sujetos a las bondades pero también a las inclemencias de las nevadas y el viento. Hay algo muy primario con las necesidades: en invierno tenés que poner sí o sí las ruedas de nieve y vestirte muy diferente porque sino te morís de frío. Y también surgen razonamientos a partir de esta vida, como estar constantemente mirando el cielo para organizar la rutina: si está lleno de lenticulares, un tipo de nubes, ya sabemos que se vendrá un viento muy fuerte. Y si aparecen loros en el jardín en octubre, algo raro para la época, es probable que tres o cuatro días después se largue otra vez a nevar.
-¿Pero en el plano artístico te moviliza vivir en esta Patagonia que impone sus tiempos?
-Hay una profundidad vinculada con lo que a mí me interesa mirar… o con cómo me interesa transmitirlo. Gethe hablaba de algo muy interesante: de un estado de contemplación durante el cual entendemos ciertas cosas o vamos observando cuestiones que tienen que ver con el carácter evolutivo de la naturaleza… Con nuestros proyectos creativos, los artistas seguimos procesos similares a esas maneras en que crecen las cosas en la naturaleza. A mí me gusta notar esa relación. Pero no es que uso hojitas en mi trabajo porque vivo rodeado de árboles. Tampoco que la naturaleza “me empuja” a cambiar mi estilo de vida… De hecho, soy muy urbano, uso objetos más industriales que naturales. Si a veces uso ramitas, pastos, hojas, nieve o barro es porque la ilustración me lo está pidiendo.
-Fuiste bombero forestal. ¿Cómo llegaste a involucrarte en una experiencia de vida tan heroica y extrema?
-Fui bombero de mis 19 a 23 años. Eran los 90, época de incendios forestales tremendos en Bariloche, con María Julia Alsogaray como Secretaria de Medioambiente. Yo vivía en Buenos Aires pero pasaba los veranos acá. Me involucré porque estábamos muy preocupados, veíamos el humo en nuestras casas, se estaba incendiando prácticamente mi jardín. Un amigo se alistó en el Splif, un grupo que combate incendios forestales, y en el Club Andino también empezaron a reclutar gente. Entonces me sumé: me dieron un curso de una semana y nos mandaron de cabeza al monte, a laburar durante jornadas larguísimas que empezaban muy temprano y terminaban tarde… Y así, todos los días durante meses, hasta que en algún momento se empezaba a controlar la tragedia. Lo recuerdo como algo muy sacrificado.
-Habiendo luchado contra incendios desmesurados, ¿qué lectura hacés de la quema intencional de humedales en Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires?
-Esos son incendios provocados por ciertos intereses económicos, la quema para la ganadería. Me parece una barbaridad descomunal, no puedo creerlo. Pero a mí, entre tanta cuestión que amenaza nuestro planeta, lo que más me preocupa es el modelo consumista que tenemos hoy en día. La codicia por comprar y comprar. Las quemas de humedales son graves, pero si hay voluntad son más sencillas de resolver, porque sabés dónde suceden y quiénes las provocan. En cambio la sed de consumo es invisible e imparable.
“Las quemas de humedales son graves, pero si hay voluntad son más sencillas de resolver, porque se sabe dónde suceden y quiénes las provocan.”
-¿Cómo te informás sobre los debates ambientales actuales?
-Leo lo que puedo, pero trato de que sean temas abordados sobriamente y de entablar un diálogo propio con eso que quiero conocer; es que hay mucha verdad contada a medias y mucho interés oculto. Si hablamos del crecimiento sostenido de un país a nivel económico, deberíamos decir también que eso implica un deterioro acelerado de los recursos, y que la economía empuja ciertas cosas para bien pero otras para mal. Los estados lo saben, no están distraídos. Pasa que nadie quiere tomar la ingrata decisión de adoptar otro modelo con el que tal vez se gane menos. Pero necesitamos parar de consumir, de vender, de enriquecernos. Necesitamos mucho menos de lo que consumimos.
-¿Cuáles son las problemáticas ambientales que afectan a tu comunidad, en las afueras de Bariloche?
-Hoy nuestros temas tienen que ver con el avance de la ciudad turística, con el costo desmesurado de la tierra y con cómo esa explotación turística empieza a atropellar entornos naturales que eran vírgenes o muy cuidados por sus habitantes. Ahora nos enteramos de que cerca de donde vivo, en Bahía Serena, Km 12, se vendió un lote para hacer un hotel sobre la playa. El tema nos eriza: sabemos que cuando vayan a poner un piolín de obra, vamos a tirarnos de cabeza para que no suceda. Tres proyectos tuvieron que interrumpirse antes porque toda la comunidad se paró frente a las máquinas.
-¿Por qué se oponen a la construcción de ese hotel en Bahía Serena?
-Por lo pronto, no es un lugar gigante: es una playa bastante chiquita y además es pública, con lo cual, ya no podríamos disfrutarla porque a este hotel habría que hacerlo prácticamente sobre la playa.
En Bariloche también tenemos muchos problemas con el acceso al agua en los lagos, que es un derecho. La gente más pudiente se compra casas con costa de lago y luego pone hasta tranqueras y boyas en el agua: terminan privatizando la costa y el mismo lago. Además se hace cualquier cosa sin saber: hay gente que se construyó tremendo muelle con piedras traidas de otro lado, y con ellas llegaron unas algas invasoras que provocan desequilibrios en el agua del Nahuel Huapi.
-¿Qué acciones realizás en tu vida cotidiana que tengan que ver con el cuidado del planeta?
-A mí me gusta mucho navegar en velero, pero no uso motor. En casa tenemos una huerta, reciclamos basura y hacemos compost. Esto colabora a descomprimir los basureros municipales. Acompaño las iniciativas comunales para armar huertas orgánicas. A la hora de comprar, no vamos al super, sino al almacén y a emprendimientos chiquitos. Tratamos de ir dejando de usar plásticos…
-¿Qué le sugerirías a quienes desean mover fichas y llevar una vida más respetuosa con la naturaleza y su entorno?
-Les recomendaría que miren a sus hijos. Yo me preocupé y cambié mucho mi manera de actuar cuando nacieron ellos y me planteé el mundo que estaba dejándoles. ¿Qué queremos que pase con ellos? Es un puntapié poderoso para cambiar.
Y vuelvo con esto… Mucha gente separa residuos, pero sigue consumiendo de manera desmedida. Es hora de que tomemos conciencia de que debemos consumir menos plásticos, comprar menos ropa, dejar de cambiar el celular todos los años. La urgencia ambiental nos está empujando a tomar esas decisiones.