Es un reconocimiento y una reflexión sobre el aire que nos mantiene vivas y vivos, a su calidad, a la degradación que ha sufrido históricamente y a lo mucho que podemos hacer para minimizar y revertir esos efectos nocivos que afectan a todo el planeta.
Es el Día Mundial del Aire Puro y se celebra el tercer jueves de noviembre desde 1977 a iniciativa de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este año, la fecha concreta es el 18 del mes, y se espera que pueda servir, cuanto menos, para aprender y hacer tomar conciencia a la comunidad sobre los gases perjudiciales que se emiten y su origen, las distintas capas de la atmósfera y qué sucede a nivel de cada una, y las buenas prácticas que es posible promover y llevar adelante para no contribuir con el daño acumulado. Hablar de “aire puro” no es una manera de decir: hace referencia concreta a la mezcla de nitrógeno (N) y oxígeno (O) como elementos básicos en un 99 por ciento, y el resto de gases nobles y trazas prácticamente insignificantes de dióxido de carbono (CO2).
“No es posible identificar una o varias sustancias responsables de la contaminación atmosférica porque el problema tiene diversas causas asociadas. Para abordarlas es necesario reconocer al grupo de sustancias implicadas, pues de ello depende gran parte del éxito de las medidas de mitigación que se apliquen”, expresa Yanina Sánchez, investigadora del CONICET en el Centro de Investigaciones en Física e Ingeniería de la Provincia de Buenos Aires (CIFICEN), en Tandil. En este sentido, puntualiza: “Existe normativa regulatoria sobre contaminantes que reúne a aquellas consideradas relevantes en la calidad del aire a nivel mundial, como el material particulado, el dióxido de azufre, los óxidos de nitrógeno, y el monóxido de carbono. También hay un listado de niveles guía asociados a contaminantes no criterio, es decir cuyos niveles permitidos no están establecidos, y aquellos emergentes que están adquiriendo importancia en las actividades humanas, como compuestos orgánicos volátiles, pesticidas y nanopartículas, entre otros, que tienen consecuencias en la salud”.
Hablar de “aire puro” no es una manera de decir: hace referencia concreta a la mezcla de nitrógeno (N) y oxígeno (O) como elementos básicos en un 99 por ciento, y el resto de gases nobles y trazas prácticamente insignificantes de dióxido de carbono (CO2).
En cuanto a las situaciones o actividades principalmente asociadas a este tipo de contaminación, Sánchez menciona a aquellas propias de la urbanización y relacionadas con la búsqueda de mejoras en la calidad de vida de las personas, como el tráfico vehicular, la calefacción o refrigeración, el tratamiento de residuos, todas ellas debido a los gases que emiten a la atmósfera. “A la fecha existe acuerdo sobre la estrecha relación que hay entre las diferentes actividades antropogénicas y el calentamiento global que estamos experimentando. En referencia a esto, en nuestro país existe un Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de Nación del año 2019 que identifica a la fermentación entérica, es decir el metano generado durante la digestión de rumiantes; a las fuentes móviles, sean vehículos livianos o pesados; y a la generación de energía como las principales actividades relevantes de aporte de CO2 a la atmósfera en Argentina”, añade la experta.
¿Y cuánto sabe o asume la población en general sobre la contaminación atmosférica? Para Sánchez, no tiene las herramientas necesarias para dimensionarla. “Usualmente, aquellas comunidades que conviven con grandes e impactantes industrias en su entorno son las que más elementos tienen porque algunas empresas trabajan en el riesgo aceptable, esto quiere decir que se educa a las y los vecinos en los potenciales riesgos a los que pueden exponerse, como por ejemplo fugas o escapes accidentales de sustancias peligrosas, y les brinda herramientas para actuar en caso de que ello ocurra”. No obstante –continúa la especialista– esto no es lo más frecuente y en general la población “suele elaborar diagnósticos en base a sus hipótesis”. “He observado que muchas veces el árbol tapa al bosque, y entonces ciertas fuentes de emisión usualmente despreciadas pero de alto impacto, no son consideradas dentro de la problemática. Un caso actual son las emisiones vehiculares frente a algunas industrias”.
Los riesgos para la salud de las personas son el elemento primordial que se buscar minimizar en la lucha por un aire más limpio, seguidos de los daños al medioambiente, que por supuesto también repercuten directa e indirectamente en la calidad de vida de todos los seres vivos. De acuerdo a la OMS, “mediante la disminución de los niveles de contaminación del aire los países pueden reducir la carga de morbilidad derivada de accidentes cerebrovasculares, cánceres de pulmón y neumopatías crónicas y agudas, entre ellas el asma”. Por su parte, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) ha elaborado informes sobre los impactos observados por el calentamiento global que el planeta ya está experimentando, y otros proyectados. Algunos relevantes en nuestro país figuran en el inventario nacional antes mencionado, y son los siguientes: alta frecuencia de precipitaciones extremas e inundaciones, retroceso de caudales medios de los ríos de la cuenca Del Plata por aumento de temperatura, aumento del nivel del mar y retroceso de los glaciares.
Como científica, Sánchez trabaja en un proyecto de evaluación de los riesgos por la presencia de distintos contaminantes en áreas urbanas y periurbanas mediante el desarrollo de una metodología basada en sistemas de modelado de dispersión e índices de vulnerabilidad social. El producto consta de tres módulos de procesamiento de información: uno referido a la representación de la amenaza a través de la aplicación integrada del inventario de emisiones, de sistemas de modelado de dispersión atmosférica multifuentes, y del monitoreo del contaminante; otro alusivo a las vulnerabilidades socioambientales; y un último relacionado a la estimación de los riesgos a nivel del receptor. El estudio está a cargo de un grupo de trabajo integrado por profesionales del CIFICEN, el Centro de Investigaciones y Estudios Ambientales (CINEA, UNICEN), el Centro de Investigaciones del Medioambiente (CIM), el Centro de Investigación y Desarrollo en Ciencias Aplicadas (CINDECA), el Laboratorio de Investigación de Nuevas Tecnologías Informáticas (LINTI) y especialistas del Ministerio de Ambiente de La Provincia de Buenos Aires.
“Mediante la disminución de los niveles de contaminación del aire los países pueden reducir la carga de morbilidad derivada de accidentes cerebrovasculares, cánceres de pulmón y neumopatías crónicas y agudas, entre ellas el asma”.
Actualmente, se encuentran elaborando el inventario de fuentes móviles en algunas ciudades bonaerenses para sumar al listado de fuentes fijas disponible. Asimismo, están analizando los datos arrojados por los equipos de monitoreo instalados en distintos puntos. “Nuestra experiencia nos indica, por un lado, que la generación de conocimiento aporta nuevas herramientas para la gestión de la calidad del aire y favorece la formulación de políticas públicas más eficientes y eficaces para salvaguardar la salud de la población y el ambiente. Por otro, que la optimización de recursos para la toma de decisiones es una meta alcanzable con el uso integral de herramientas tales como inventarios de las emisiones, modelos de dispersión y monitoreo en aire. En conjunto, ofrecen información descriptiva para identificar y evaluar el nivel de amenaza que representan diferentes niveles de contaminación en una región determinada. Complementariamente, una descripción de las vulnerabilidades intrínsecas de la población contribuye a estimar el riesgo de exposición a un cierto nivel de amenaza”, concluye.
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Hablar de “aire puro” no es una manera de decir: hace referencia concreta a la mezcla de nitrógeno (N) y oxígeno (O) como elementos básicos en un 99 por ciento, y el resto de gases nobles y trazas prácticamente insignificantes de dióxido de carbono (CO2).