Algunas décadas atrás, llegada de la mano de noticias remotas y sin chequeo de fuentes, parecía ciencia ficción. La posibilidad de disparar misiles al cielo –según las versiones más osadas, cohetes lanzados con bazukas– para “hacer llover las nubes”, sonaba irreal. Lo cierto es que hoy no lo es, y no solo en la actualidad, en que el desarrollo de la tecnología mundial ha hecho realidad mucho de lo que parecía imposible, sino desde hace bastante tiempo. Por estos días, las precipitaciones artificiales son tapa de diarios porque China, ese gigante asiático usina de novedades insólitas para Occidente, las está provocando con el objetivo de paliar los efectos de la tremenda sequía que atraviesa esta temporada.
Como se repite casi todos los veranos en el hemisferio norte –2022 no ha sido la excepción, sino más bien todo lo contrario–, las olas de calor son cruentas y terriblemente extensas. Acompañadas por falta de lluvias, las consecuencias afectan severamente no solo a los sistemas de salud sino también a la economía, y la desesperación de los países aumenta. En el caso de China, algunas ciudades experimentan temperaturas diarias de 40°C con sensaciones térmicas de 50°C, y que no descienden de los 25°C por las noches. Así todos los días desde junio. Como, además, las lluvias disminuyeron en un 60 por ciento respecto a la media anual, las alarmas se van tornando rojo intenso.
A la reducción de caudales de los principales ríos y cuerpos de agua del país le sigue la crisis energética y los apagones, que disminuyen las posibilidades de aliviar el calor, y así se completa un despiadado círculo vicioso. En este punto entra la técnica de lluvias artificiales, que en realidad es más bien una siembra de nubes para provocar o adelantar la caída de agua. De la mano de aviones o drones, lo que están haciendo los gobiernos de distintas ciudades es rociar las nubes con yoduro de plata (Agl), un compuesto químico utilizado en fotografía y como antiséptico en medicina, con propiedades antibacterianas, electrónicas, magnéticas, ópticas y catalíticas.
La estrategia de siembra de nubes se prueba y utiliza desde los años ‘40 en distintos países, muchas veces con la intención de adelantar las lluvias antes de que se precipiten como granizo y destruyan superficies cultivadas.
En este caso, se disparan desde el aire o el suelo bengalas llenas de cristales de este compuesto para penetrar nubes que deben tener un grosor y características particulares, y se depositan como núcleos de condensación de moléculas de agua hasta que su peso supera la fuerza de resistencia de las corrientes ascendentes, y caen como líquido. Empleando también otras sustancias como el hielo seco, la estrategia se prueba y utiliza desde los años ‘40 en distintos países, a veces con la intención de adelantar las lluvias antes de que se precipiten como granizo y destruyan superficies cultivadas. Específicamente de China, históricamente han circulado rumores según las cuales se echa mano de estos disparos para tener hermosos días despejados cada vez que se celebra un acto político.
De cualquier manera, la siembra de nubes es un método de manipulación del clima cuyas consecuencias a largo plazo y en distintas latitudes no se conocen a ciencia cierta. Lo que preocupa es, por un lado, la naturaleza del yoduro de plata, que es una sal ligeramente contaminante cuya dispersión en el aire podría tener efectos sobre la salud de las personas. Pero además, algunas voces en contra aseguran que la eficacia del método es muy poca en comparación con la inversión y trabajo que requiere: las principales fallas estarían en “elegir” mal a las nubes blanco, y de esa manera el aumento de las tan deseadas lluvias no superaría el 10 por ciento de lo que se necesita para hacer frente a la sequía.
Por otro lado, el hecho de tratarse de China el país que hoy muestran las noticias provocando lluvias de esta manera añade condimentos especiales a la desconfianza mundial, un poco por la historia de sus aspiraciones geopolíticas y otro por el papel de “la mala de película” que el relato occidental le suele endilgar. Otra de las sospechas es que las lluvias puedan afectar la temporada de monzones de la vecina India, que depende entre otros factores de la diferencia de temperatura entre la meseta tibetana y el océano Índico, y que en este caso podrían ver alterados sus niveles. El “robo” de lluvias de una región a otra o los conflictos de autonomía entre países son dos de los fantasmas que la ciencia y la diplomacia mundial miran por el momento con más atención. Ya se trate de teorías conspirativas o no, lo cierto es que saber que la puesta en práctica de intenciones tan ambiciosas como cambiar el clima o controlar la radiación social son realidades posibles, genera bastante miedo.