No se puede hablar de buenos y malos. Sí de irresponsabilidades y consecuencias impensadas de ciertas acciones. Pero ciertamente, en lo que refiere a especies exóticas invasoras (EEI) lo que no cabe es culpar a la planta, animal, hongo o microorganismo que, transportado adrede o accidentalmente a un lugar distinto a su hábitat natural, acaba por colonizarlo, aunque los resultados de ese pasaje sean nefastos. Tampoco es acertado dotar a las especies en cuestión de empeño maligno alguno. Es un tema muy complejo, y por eso su abordaje también lo es. El caso de los castores en Tierra del Fuego es emblemático: originarios de América del Norte, fueron traídos al extremo sur del continente en 1946 con la intención de establecer una pequeña población silvestre que alimentara una industria peletera nacional. Eran apenas una veintena de parejas, y el desastre tras su suelta no tardó en llegar. “Sin enemigos naturales como los osos y lobos de Canadá, y con una gran cantidad de recursos naturales disponibles, el castor encontró el mejor escenario para multiplicarse y expandirse territorialmente. Tal fue su adaptación que en los siguientes 50 años superó los 100 mil individuos, ocupando todos los arroyos y ríos tanto del lado argentino como chileno”, explican desde el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación (MAyDS).
Actualmente, está establecido en toda la Isla Grande de Tierra del Fuego, algunas islas e islotes adyacentes, y sectores continentales chilenos. “El castor tiene una capacidad de modificación del ambiente asombrosa y la única condición que necesita para adaptarse es que haya disponibilidad de agua, algo que en esta región está garantizado, con una gran cantidad de ríos, lagos, arroyos y turbales”, señala Eduardo Bauducco, director provincial de Conservación en Tierra del Fuego, y detalla: “Su actividad sobre los ecosistemas incluye la desviación de los cursos de agua con un incremento de las zonas anegadas, alteraciones microclimáticas del bosque, introducción de especies vegetales exóticas junto con una disminución de las nativas, alteración de la dinámica y ciclos biogeoquímicos naturales y de los suelos”. Al momento, se calcula que las poblaciones de este roedor han colonizado el 95 por ciento de las cuencas de la provincia, afectando a más de la mitad de los bosques de ribera, la estepa, y las zonas de transición. Algunas de las especies vegetales que roe hasta derribar para construir diques son lenga, guindo y ñire, árboles que demoran hasta 200 años en recuperarse. “Ya cruzó el Estrecho de Magallanes hacia el continente, y perfectamente podría avanzar al norte y seguir la cordillera, al menos, hasta Neuquén”, añade el funcionario.
De acuerdo al MAyDS, hoy se estima que este verdadero “ingeniero de ecosistemas” afecta un 4 por ciento de la superficie de bosque nativo, lo que equivale aproximadamente a 30 mil hectáreas, o dos veces el tamaño de CABA. La construcción de sus diques daña la producción forestal y ganadera y los servicios que prestan los ecosistemas de turberas, que incluyen la regulación de la provisión de agua y el sustento a la biodiversidad y la retención de carbono. En cuestión de semanas, un arroyo de montaña se convierte en una serie de embalses de agua quieta y muchos seres vivos autóctonos dejan de poder moverse. Por otro lado, los diques abandonados son áreas de ingreso de luz y formación de suelos sedimentarios que permiten el establecimiento de gramíneas exóticas. “De acuerdo a cálculos sobre el impacto económico, puede afirmarse que la pérdida anual estimada por acción del castor es de 66.556.975 de dólares; más de 200 veces los fondos invertidos en Tierra del Fuego en el marco de la Ley de Bosques durante el año 2016”, destacan desde la cartera ambiental. Los perjuicios que traería el avance del animal sobre otras zonas del país son fáciles de imaginar, y preocupan a todos los sectores vinculados a la geografía, recursos y ecosistemas del llamado “fin del mundo”.
El castor ha colonizado el 95 por ciento de las cuencas de Tierra del Fuego. Su actividad sobre los ecosistemas incluye la desviación de los cursos de agua con un incremento de las zonas anegadas, alteraciones microclimáticas del bosque, alteración de la dinámica y ciclos biogeoquímicos naturales y de los suelos.
“Los estudios sobre la adaptación del castor al ambiente fueguino comenzaron en la década del ‘80 con miras a establecer un manejo de la especie, y a partir de 1997 surgieron los primeros programas de control”, relata Bauducco, y continúa: “El problema fue que estas primeras iniciativas implicaban, con diferentes variables, el pago a cazadores por ejemplares capturados, y entonces convertían a esta especie exótica invasora en un recurso económico”. Al generarse un interés económico, la caza de castores pasó a ser una fuente de ingresos para las personas dedicadas a esta actividad, que de a poco se fueron concentrando en los sitios más accesibles –y por ende más rentables– mientras que en zonas más distantes o de difícil acceso, la población continuaba creciendo sin control. “En definitiva, los castores nunca se erradicaban”, resume el especialista. Algunos años después, en 2008, Argentina y Chile firmaron un acuerdo sobre la restauración de los ecosistemas australes afectados por el castor americano (Castor canadensis) mediante el cual se propusieron intentar erradicarlo de su área de distribución en la Patagonia y promover posteriormente medidas de recuperación de los ecosistemas afectados.
Tras esa rúbrica, se trazaron acciones puntuales tales como: realizar un estudio de factibilidad que contuviera aspectos relevantes asociados al proceso de erradicación, destacando los de orden ecológico, técnico profesional, económico, social e institucional, incluyendo una evaluación general del impacto ambiental de dichas medidas; elaborar un Proyecto Binacional Pro Erradicación del castor en la Patagonia y Tierra del Fuego con visión, propósitos, metas, objetivos, y actividades específicas programadas; y confeccionar un plan de contingencia, que incluya acciones de vigilancia y de prevención de posibles reinvasiones. En el marco del acuerdo, y con el apoyo de distintos organismos nacionales y científicos a nivel nacional y provincial, se establecieron áreas piloto y áreas demostrativas elegidas de forma consensuada. Chile hizo lo propio a través de sus instituciones. “Las experiencias de ambos países demostraron que la erradicación es factible pero requiere de un compromiso y trabajo conjunto y coordinado para ser exitosa. También quedó comprobado que los ambientes afectados, si bien no vuelven al estado anterior, lentamente tienden a recuperarse”, apunta Bauducco.
Otra norma más reciente y que sirve de marco general para el acuerdo binacional es la Estrategia Nacional sobre Especies Exóticas Invasoras (ENEEI), adoptada por resolución Nº 211/2022 del MAyDS. Según señalan desde el ministerio, “permitirá gestionar de manera efectiva la amenaza y el impacto que las invasiones biológicas generan sobre la biodiversidad, los servicios ecosistémicos, la salud, los valores culturales y la economía nacional y regional de la Argentina”. Lograda “gracias a un proceso participativo y de consensos” y en el contexto de otras normativas previas, la estrategia se presenta como “una guía para el diseño, implementación y ajuste de políticas públicas destinadas a enfrentar el desafío de las invasiones biológicas”. Para lograr sus objetivos se emplearon herramientas avaladas en otras partes del mundo, incluidas las técnicas humanitarias utilizadas para la captura del castor. Además de las operaciones de manejo del roedor propiamente dichas, contiene un aspecto fundamental: la implementación de una estrategia de comunicación, sensibilización y educación de la población. En este sentido, se hace mención a la necesidad de adoptar un enfoque de género, como así también de inclusión de los pueblos indígenas, organizaciones sociales y ciudadanía en general.
Sobre este punto, Bauducco opina que la dimensión social de esta problemática “requiere de estrategias comunicacionales precisas, ya que sin el acompañamiento y aprobación de la comunidad difícilmente se puedan sostener los planes de acción. En términos de ‘gobernanza’, se podría decir que la comunicación es el hilo que conecta y relaciona a los actores de la sociedad”. Así, el funcionario resalta la importancia del diálogo para llegar a acuerdos indispensables es pos de alcanzar los objetivos propuestos. “En esas instancias resulta necesario promover el conocimiento, revisar y remover prejuicios y dogmatismos para construir una visión participativa, donde los extremos coexistan sin llegar a ser los protagonistas. Por la misma razón, si algún actor se arroga ser dueño de la verdad desde una postura dogmática, resultará necesario fortalecer el sentido crítico de la ciudadanía, apoyar y apoyarse en la ciencia como la brújula que oriente el pensamiento, y abrir espacios de debate que permitan revelar a la sociedad los problemas que a veces, y para muchos sectores, pasan desapercibidos”, dice para concluir.