En los últimos 50 años, las poblaciones de mamíferos, aves, peces, anfibios y reptiles se redujeron un 68%, según el informe “Planeta Vivo 2020”, de la WWF (World Wildlife Fund). En América Latina la reducción, en promedio, fue del 94% y las principales amenazas son la alteración de bosques, humedales, pastizales y sabanas, la sobreexplotación de especies, el cambio climático y la introducción de especies exóticas, según la Fundación Vida Silvestre.
Además, cada año se deforestan 10 millones de hectáreas de bosques, lo que equivale al doble de la superficie de un país como Costa Rica, con la consecuente pérdida de especies, de absorción de CO2 (uno de los gases responsables del calentamiento global) y de generación de oxígeno.
En los últimos 50 años, las poblaciones de mamíferos, aves, peces, anfibios y reptiles se redujeron un 68%, según el informe “Planeta Vivo 2020”, de la WWF (World Wildlife Fund).
Las actividades humanas están afectando la naturaleza a una escala y un ritmo sin precedentes en millones de años, advirtieron expertos internacionales en un informe conjunto presentado por dos organismos de la ONU: el IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático) y el IPBES (la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas).
La forma en que producimos y consumimos, y el desprecio por el ambiente arraigado en nuestro modelo económico actual, están llevando a los ecosistemas a un punto límite. La Covid-19 es una clara manifestación del quiebre de nuestra relación con la naturaleza y nos muestra además la interconexión entre la salud de las personas y la del planeta.
Desde la revolución industrial, las actividades humanas han ido degradando y destruyendo los bosques, pastizales, humedales y otros ecosistemas importantes, amenazando así el propio bienestar humano. La sobrepesca, la contaminación y el desarrollo urbanístico costero están impactando en los océanos.
Según el informe “Planeta Vivo”, el factor más importante de pérdida de biodiversidad en los sistemas terrestres en las últimas décadas es el cambio de uso del suelo, que convierte bosques, humedales y pastizales naturales en tierras de cultivo, forestación industrial o cría de ganado. Además, una gran parte de los mares han sido sobreexplotados e inundados con basura pĺástica.
Conservar 30×30
En busca de un acuerdo mundial para frenar la acelerada pérdida de especies y áreas naturales, durante la última reunión de las partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), más de 90 países impulsaron el Compromiso 30×30. Se trata de proteger al menos el 30 por ciento de la superficie de tierras y mares del mundo, para el 2030.
Los beneficios económicos de proteger el 30% del planeta superarían los costos en una proporción de al menos 5 a 1, ya que después de la recuperación de la pandemia, el sector de bienes y servicios de la naturaleza crecerá entre un 4% y un 6% por año en comparación a menos del 1% para la agricultura, la madera y la pesca, generando nuevos empleos verdes.
Más de 90 países impulsaron el Compromiso 30×30. Se trata de proteger al menos el 30 por ciento de la superficie de tierras y mares del mundo, para el 2030.
Este acuerdo global que debería haberse firmado en 2020, se vio demorado por la crisis del Covid. La Argentina -si bien aún no ratificó el compromiso 30×30- es un país pionero en la conservación de sus áreas naturales. Desde 1903, en que el Dr. Francisco P. Moreno inició el sistema de Parques Naturales, el país suma más de 40 millones de hectáreas protegidas, que representan el 14,45% del territorio continental y el 7,05% de la plataforma submarina.
“Este esfuerzo de conservación necesita sumar a las comunidades locales y, en particular, a las indígenas”, advierte Emiliano Ezcurra, ex director de Parques Nacionales y fundador del Banco de Bosques. Solo así sería posible garantizar el diseño y la gestión de las áreas protegidas de modo equitativo.
“Invertir en la naturaleza no solo asegura la provisión de servicios ambientales muy costosos o imposibles de sustituir. También genera las condiciones necesarias para impulsar el desarrollo humano”, destaca.
Proyecto Ciervo de los Pantanos
En el Delta del Paraná, a 70 kilómetros del obelisco porteño, se halla uno de los últimos reductos del ciervo de los Pantanos, una especie emblemática del humedal.
La caza furtiva, la desaparición de su hábitat natural y el corrimiento de la frontera urbana y agropecuaria pusieron en peligro de extinción a esta especie herbívora. Es por esto que en 2014 nació el Proyecto Pantano, un programa de conservación en el que participan científicos del CONICET y el INTA, ONGs, empresas y productores. El objetivo era evitar su desaparición. Y tras ocho años de trabajo, “se ha logrado recomponer y aumentar el número de ejemplares, gracias al monitoreo y un manejo que permite unir la producción forestal con la conservación de la biodiversidad”, comenta el biólogo Javier Pereira, investigador del CONICET y director del proyecto.
En un predio de 10 mil hectáreas de la firma forestal Arauco, se instalaron cámaras trampa, que junto al uso de drones y tecnología satelital, permiten hacer un seguimiento de la población de los carismáticos ciervos, conocer sus costumbres, hábitos de alimentación, apareamiento y desplazamiento por el territorio.
Se trata de una reserva natural privada (lindero al Parque Nacional Ciervo de los Pantanos), donde la empresa forestadora implementa prácticas productivas compatibles con la vida y el bienestar de esta especie, al tiempo que la mantiene protegida de sus dos grandes enemigos: los cazadores furtivos, y los perros sueltos.
La firma Toyota donó camionetas Hilux todo terreno y aportó u$s 70.000 para la iniciativa. “Estamos comprometidos con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, en particular en cuanto al consumo responsable, la economía circular y la conservación de la biodiversidad en la Argentina, a partir del Proyecto Pantano en el Delta y el de Conservación del Macá Tobiano en la Patagonia”, destaca Fernando Lema, Gerente de Comunicación de la automotriz japonesa.
Proteger los recursos genéticos
La jarilla, un arbusto autóctono que crece en la provincia de La Rioja y otras zonas del país, era conocido y utilizado por pueblos originarios como planta medicinal. En 2006, investigadores del CONICET descubrieron casi por azar sus propiedades regenerativas para el cabello. Y a partir de este hallazgo científico, el emprendedor Sergio Garré, fundador del laboratorio Garré Guevara, decidió adquirir la patente del CONICET y llevar adelante la formulación de un producto para la calvicie (EcoHair), basado en extractos de este arbusto.
Conforme aumentaban las ventas de lociones y champúes, el laboratorio se fue quedando sin stock y sin proveedores de jarilla. Entonces comenzó una investigación financiada por la empresa junto con el Instituto Darwinion del CONICET para optimizar la obtención de compuestos activos y la estandarización del proceso de recolección de este arbusto silvestre.
“Este trabajo duró varios años y no solo nos permitió obtener el recurso vegetal sino que certificamos orgánico y aplicamos por primera vez en Sudamérica el Protocolo de Nagoya para la protección de la diversidad genética”, destaca Garré. “Para nosotros es un reconocimiento de que nuestra producción preserva los recursos naturales, respeta la cultura de los pueblos originarios y contempla los intereses de los y las trabajadores”, apunta el emprendedor.
El Protocolo de Nagoya es un acuerdo complementario al Convenio de Diversidad Biológica del PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente), que regula el “acceso a los recursos genéticos y la participación justa y equitativa en los beneficios que deriven de su utilización” en los países en vías de desarrollo.
El laboratorio obtuvo el aval del cumplimiento del Protocolo con la colaboración del Ministerio de Ambiente de la Nación y la Secretaría de Ambiente de La Rioja. El gobierno provincial autorizó la recolección de hojas de jarilla con la aplicación de buenas prácticas, incluyendo el cumplimiento de la normativa ambiental y la capacitación de los recolectores. Asimismo, la certificación le otorgó a La Rioja los derechos exclusivos de uso del recurso genético, protegiendo al país de la biopiratería genética y evitando su apropiación sin consentimiento.
Salvar a los océanos para salvar a la Tierra
Más de dos tercios de la superficie del planeta Tierra están cubiertos por océanos. Y hoy, esas inmensas masas de agua enfrentan enormes riesgos: la acidificación, la contaminación plástica, química y acústica y la depredación de la fauna marina.
Anualmente más de 12 millones de toneladas de plásticos terminan en el mar y el 10% procede de la industria pesquera, como redes y sogas de pesca. Esto genera graves consecuencias en la biodiversidad marina: peces, tortugas, aves, focas y ballenas pueden ingerir plástico o quedarse atrapados en diversos objetos, lo que les produce desde heridas hasta la muerte.
Según el informe “Impacto de redes y sogas de la actividad pesquera sobre las ballenas francas de Península Valdés” realizado por el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), con el apoyo del laboratorio La Roche-Posay, las heridas producidas por sogas, redes y colisiones con embarcaciones afectan en forma creciente a las ballenas francas australes que utilizan como área de cría y reproducción las aguas costeras de la Península Valdés.
Para cuidar a esta emblemática especie, y a otros habitantes de los océanos, el laboratorio, junto al ICB, lanzaron la campaña “Guardianes de los Océanos”.
Anualmente más de 12 millones de toneladas de plásticos terminan en el mar y el 10% procede de la industria pesquera.
“Cuidar a las ballenas es cuidarnos a nosotros”, dice Roxana Schteinbarg, co-fundadora y coordinadora de programas de conservación del ICB. “Son una especie clave en el ecosistema marino ya que en sus largas migraciones distribuyen nutrientes vitales para la vida oceánica. Y además son grandes aliadas en la lucha contra el cambio climático ya que sus cuerpos absorben grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2), principal gas de efecto invernadero. Una ballena a lo largo de su vida captura la misma cantidad que miles de árboles”, afirma la especialista.
Hacia una economía restaurativa
La pérdida de biodiversidad no es una mera cuestión ambiental, sino un enorme desafío para la economía, el desarrollo y la salud. La biodiversidad es necesaria para el aprovisionamiento de alimentos, agua, energía, medicinas y otras materias primas, y también resulta clave para la regulación del clima, los servicios de polinización, el control de inundaciones, sequías y grandes mareas. Además, la naturaleza contribuye con servicios ecosistémicos no materiales, como el bienestar físico y mental, la conformación de la identidad y la cultura.
“Es imperioso revertir la pérdida de biodiversidad que hemos generado durante estos años. Ahora es el momento de restaurar los ecosistemas y modificar nuestros hábitos, para prevenir una crisis climática catastrófica”, dice Manuel Jaramillo, Director General de Fundación Vida Silvestre. Tal vez esta sea la última oportunidad de hacerlo.
Foto portada: Darío Podestá