Los resultados de la Cumbre del Clima en Reino Unido y el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ya tenían un gusto agrio. Luego vino la guerra. Y con ella los justificativos para retraer las ambiciones y dejar el futuro en un segundo plano. Está en juego toda una generación: los niños que nacieron en 2020 tendrán 20 años en 2040 y 80 años en 2100. Ellos serán testigos de los efectos negativos más fuertes del calentamiento global.
“No es que quiera ser alarmista, la situación es muy grave. Durante mucho tiempo hubo un laissez faire esperando el último momento y ese momento llegó. Los negacionistas no quieren ver la realidad, pero estamos ante el punto de no retorno”, resume Irene Wais, bióloga especializada en Ecología y Posgrado Internacional en Evaluación de Impactos Ambientales.
Ese punto de quiebre se siente cada vez más en todas las regiones del mundo, con riesgos crecientes para la disponibilidad de agua, la producción de alimentos y los medios de subsistencia de millones de personas. De aquí en más, si no se hacen recortes drásticos en las emisiones de gases de efecto invernadero el choque anunciado finalmente se producirá ante los ojos de todos. La luz de esperanza reside en que si las acciones son inmediatas todavía se pueden prevenir los impactos más extremos.
«Durante mucho tiempo hubo un laissez faire esperando el último momento y ese momento llegó. Los negacionistas no quieren ver la realidad, pero estamos ante el punto de no retorno». Irene Wais
Como señala Lucas Garibaldi, doctor en Ciencias Agropecuarias por la UBA y participante del histórico informe de Evaluación Mundial de la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Ecosistemas (IPBES), “lo bueno es que cada vez hay más ejemplos positivos, por ejemplo, en las iniciativas para producir alimentos con menores emisiones contaminantes. Hoy sabemos lo que hay que hacer, hace 30 años no estaba tan claro. La otra cara es que los ejemplos negativos también aumentan y a una velocidad más rápida. Por eso estamos cada vez peor”.
Pero, ¿cómo será el futuro de las próximas generaciones si no limitamos el calentamiento global a menos de 2°, preferiblemente a 1,5°, en comparación con la temperatura preindustrial? Sabemos que el calentamiento global ya está modificando gran parte del mundo tal como lo conocimos. Según la evaluación del IPCC, esos impactos se intensificarán en las próximas décadas con profundas implicaciones para todos los aspectos de la vida humana. Nuestros suministros de alimentos y agua, nuestras ciudades, infraestructura y economías, así como nuestra salud y bienestar se verán afectados.
“Estamos en una situación más delicada que el año pasado”, concluye Federico Isla, director del Instituto de Geología de Costas y del Cuaternario de Mar del Plata, porque “después de la pandemia varios países se habían comprometido a reducir las emisiones, pero la guerra va a atrasar todo. Ahora la cuestión ambiental pasó a prioridad 2 y eso es muy preocupante porque Estados Unidos y Brasil se habían propuesto mejorar sus metas, y la Unión Europea, que lideraba estos planes, ahora tiene como cuestión central solucionar el problema de la falta del gas ruso”.
«Lo bueno es que cada vez hay más ejemplos positivos, por ejemplo, en las iniciativas para producir alimentos con menores emisiones contaminantes. Hoy sabemos lo que hay que hacer, hace 30 años no estaba tan claro». Lucas Garibaldi
En este contexto tuvieron lugar en abril las acciones de “desobediencia civil” de decenas de científicos y activistas del clima en distintas ciudades del mundo, que finalizaron su protesta en Madrid arrojando pintura rojo sangre sobre las puertas del Parlamento español, “por los que han muerto y morirán por la crisis climática”.
«Después de la pandemia varios países se habían comprometido a reducir las emisiones, pero la guerra va a atrasar todo. Ahora la cuestión ambiental pasó a prioridad 2». Federico Isla
A menos de una vida
Hablar del mediano plazo (2041-2060) y largo plazo (2081-2100) puede parecer hoy demasiado lejano, pero los chicos que nacieron en 2020 tendrán 20 años en 2040 y 80 años en 2100. El final del siglo está a menos de una vida de distancia.
También debemos tener en cuenta que para 2050 casi el 70% de la creciente población mundial vivirá en áreas urbanas, muchas en asentamientos informales. Como resultado, es más probable que los niños de hoy y las generaciones futuras estén más expuestos y sean más vulnerables al cambio climático y los riesgos relacionados, como inundaciones, estrés por calor, escasez de agua, pobreza y hambre.
Solo un ejemplo: se proyecta que los niños que tenían 10 años o menos en 2020 experimenten un aumento de eventos extremos de casi cuatro veces si las temperaturas globales se mantuvieran por debajo de 1,5° de calentamiento global para 2100, mientras que ese incremento se multiplicará por cinco si se acerca a los 3°. Esa exposición no la experimentará nunca en su vida, bajo ningún escenario, una persona adulta que hoy ronda los 55 años.
El cambio climático afectará la calidad y disponibilidad del agua para la higiene, la producción de alimentos y los ecosistemas debido a inundaciones y sequías.
A medida que los glaciares andinos y los casquetes nevados continúen derritiéndose o desaparezcan por completo, la cantidad de agua disponible irá en constante disminución.
Además, con un fenómeno desatado, el incremento de la frecuencia de los incendios forestales y la incidencia de enfermedades transmitidas por vectores desembocará en un mundo con más pobreza y desigualdad, que empujará a muchas personas a una migración masiva en busca de la supervivencia.
Como siempre, los más vulnerables serán quienes reciban la peor parte. Y en África, el continente con la población más joven del mundo (el 40% tiene menos de 15 años), el golpe podría ser demoledor, con legiones de niños con deterioro del desarrollo físico y retraso cognitivo severo debido a la desnutrición.
¿Qué hacer?
“Necesitamos más cambios, más rápidos”, contesta Garibaldi. “La respuesta tiene que ser multidimensional, aunque no se trata de que todo sea drástico. Con cambios en cada uno de nuestras actividades ayudamos un montón, pero tenemos que cambiar y ya. Lo que cada uno hace importa. Ir dos días en bici al trabajo, comer menos productos industrializados. No hacen falta los dualismos, una cosa o la otra, lo bueno y lo malo, blanco o negro. Hay que ir progresando en un proceso que no terminara nunca: en vez de destruir un poco, hay que regenerar”.
Para Wais, “lo más importante es bajar las emisiones y cumplir lo que dice el Acuerdo de París. Está claro que lo de limitar el aumento de temperatura a 1,5° ya no se va cumplir, pero lo que no se puede hacer es llegar a un incremento de 3° o 4° porque todas las cadenas alimentarias dependen de eso. Un ejemplo: si el insecto acuático del que se alimentan las aves salen antes de tiempo a reproducirse, cuando las aves llegan no tienen alimento, y de allí en más todo empeora por el efecto dominó. Uno no puede pensar en forma antropocéntrica, somos parte de la naturaleza, no estamos arriba de ella. Y la ventana de oportunidad se está cerrando”.
Ventajas y oportunidades
Los efectos del cambio climático golpearán a la Argentina de diversas maneras. Como describe Isla, “el último informe señala tres zonas: la llanura Chaco Pampeana, que soportará más calor y más lluvias, el oeste del país con una disminución significativa de precipitaciones que afectará también las cuencas de Cuyo, y un aumento de temperatura y menos lluvias en la Patagonia y Tierra del Fuego. En esta región, pese a que serán menos recurrentes, las lluvias se potenciarán y serán torrenciales, como las que impactaron en los últimos años a Puerto Madryn y Comodoro Rivadavia”. De todos modos, en su opinión, “la Argentina está mejor en términos ambientales que los países vecinos”.
Un punto de vista compartido por Wais: “Tenemos algunas ventajas sobre América Latina: por empezar, contamos con la ley de Generación Distribuida, la ley de Educación Ambiental para las escuelas y la ley Yolanda para capacitar a los funcionarios en materia ambiental”. Pero advierte al mismo tiempo sobre las oportunidades desaprovechadas. “No me entra en la cabeza como no utilizamos energía geotérmica, algo que podrían tener todas las provincias cordilleranas a un precio accesible. Lo mismo pasa con la energía undomotriz, que estamos en condiciones de desarrollar a partir de la energía de las olas. De hecho, se nos ofreció capacitación gratuita y no la aceptamos”. “Se necesita decisión política”, remarca una y otra vez, aunque aclara que la mayoría de las veces la inacción no se debe a segundas intenciones sino, lisa y llanamente “por ignorancia, por falta de conocimiento”.
“Tenemos algunas ventajas sobre América Latina: por empezar, contamos con la ley de Generación Distribuida, la ley de Educación Ambiental para las escuelas y la ley Yolanda para capacitar a los funcionarios en materia ambiental”. Irene Wais
Garibaldi apunta como factor principal a un cambio en el uso de suelo, “cómo llevamos a cabo nuestros cultivos, animales. El sistema alimentario es uno de los principales causantes de la pérdida de biodiversidad y el cambio climático. Sin embargo, siguen existiendo múltiples intereses que evitan que se pague un diferencial por un alimento que se produce contaminando más”.
“Si seguimos produciendo como hasta ahora no se arreglará nada. Debemos tener en claro que algo hay que hacer. Nosotros dependemos de la naturaleza, vivimos en un sistema ecológico y para respirar aire puro, para que se regulen el clima, las inundaciones, el nivel del mar, para evitar que se dispersen nuevas enfermedades, dependemos de esa interrelación”, resume. En definitiva, es defender la existencia misma: “Son los principios ecológicos que moldearon la vida en la Tierra”.
Impacto Ambiental
Así será el futuro de las próximas generaciones si no limitamos el calentamiento global a menos 2º, preferentemente a 1,5º en comparación con la temperatura preindustrial.
Según la evaluación del IPCC, estos impactos se intensificarán en las próximas décadas con profundas implicancias para todos los aspectos de la vida humana.
IRENE WAIS. Bióloga (FCEyN-UBA) especializada en Ecología (Oregon State University, USA) y Posgrado Internacional en Evaluación de Impactos Ambientales (Universidad Nacional Autónoma de México). Profesora universitaria de grado y posgrado y miembro de la Red de Mujeres en Diálogo Ambiental.
FEDERICO ISLA. Director del Instituto de Geología de Costas y del Cuaternario de Mar del Plata, quien participó del “Informe especial sobre el océano y la criósfera en un clima cambiante”, elaborado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) por más de 100 autores de 36 países y aprobada el 24 de septiembre de 2019 por los 195 gobiernos miembros.
LUCAS GARIBALDI. Doctor en Ciencias Agropecuarias por la UBA. Actualmente es el Director de la Sede Andina del Instituto de Investigaciones en Recursos Naturales, Agroecología y Desarrollo Rural, de la Universidad Nacional de Río Negro. En 2019 representó a la Argentina en la sede mundial de la Unesco, en París, en el informe de Evaluación Mundial de la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Ecosistemas (IPBES).