Apocalipsis, fin del mundo, juicio final, Arca de Noé y otras expresiones extremistas son las que rodean a las noticias sobre el Banco Mundial de Semillas, un búnker subterráneo ubicado en la remota y helada localidad noruega de Svalbard, a orillas del océano Glacial Ártico. Sin ser alarmistas, las alegorías mencionadas cobran sentido cuando se conoce lo que guarda la bóveda: miles y miles de semillas de especies cultivables de todas partes del mundo.
¿Con qué propósito? Como reserva de alimentos en caso de que una catástrofe mayúscula amenace el porvenir de la humanidad o, tal vez más realista, una crisis que amenace la seguridad de uno o más cultivos. Inaugurada en 2008, la construcción fue pensada como un segundo respaldo de especies agrícolas que a su vez ya están a resguardo en bancos de germoplasma de diferentes países y regiones. La iniciativa surgió del gobierno noruego, que se hizo cargo de la obra y administra el banco junto con la ONG internacional Global Crop Diversity Trust, con apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y el Centro Nórdico de Recursos Genéticos (NordGen).
Aunque no abre al público, el sitio recibe la visita de turistas que llegan y se toman una foto en el portón de ingreso, donde se luce la obta Perpetual Repercussion, una instalación artística de la noruega Dyveke Sanne. La fortaleza de hormigón yace en la ladera de una montaña y está preparada para resistir el paso del tiempo, la actividad volcánica, los terremotos y la radiación. A 150 metros de profundidad, sus cámaras de refrigeración redoblan el gélido clima exterior y lo llevan a -18°C. En ellas descansan –envasadas al vacío y minuciosamente clasificadas– hasta el momento 1 millón 125 mil muestras de semillas, apenas un cuarto de la capacidad total de la bóveda. Ese número representa el 40 por ciento de la diversidad alimentaria del planeta, con unas 550 especies, entre las cuales predominan los principales granos comestibles en la historia de la humanidad: el trigo, el arroz y la cebada. Le siguen unas 50 mil variedades de sorgo, 40 mil de frijoles, 35 mil de maíz y 25 mil de soja, entre muchas otras. Un dato más: solo se guardan semillas reproducidas naturalmente, y quedando afuera aquellas patentadas, creadas artificialmente, o ilegales.
No hay que pensar en episodios apocalípticos para imaginar cuándo podría ser necesario utilizar sus reservas: los procesos de agricultura moderna y el cambio climático ya vienen provocando pérdida de biodiversidad agrícola.
El país con más cantidad de granos depositados es India: nada menos que 90 millones, seguido por México, y vale decir que hasta Corea del Norte ha confiado en Svalbard para resguardar sus cosechas. Provenientes de Argentina, se atesoran poco más de 5500 muestras. Cabe mencionar que el depósito es gratuito, con lo cual Noruega es dueña del búnker, pero lo que se guarda en él sigue siendo propiedad de cada país o banco de origen.
Aunque todo parece ciencia ficción, no es necesario pensar en episodios apocalípticos para imaginar cuándo podría ser necesario echar mano a sus reservas. En las últimas décadas, los procesos de agricultura moderna, incluyendo las maquinarias, insumos químicos y consecuencias sobre los suelos, han contribuido a la pérdida de gran parte de la diversidad de cultivos en muchas partes del mundo. Por otro lado, el clima y sus variaciones también suelen tener consecuencias destructivas, sobre todo cuando su advenimiento es abrupto y no da tiempo de adaptación a las distintas especies. Ninguno de estos ejemplos es fantasioso sino más bien todo lo contrario: son reales y ya están sucediendo. El antecedente más triste data de 2015, con la primera apertura de la bóveda para retirar semillas: fue a pedido de Siria, en reemplazo de las almacenadas en un banco genético de la ciudad de Alepo dañado por la guerra.