La semana pasada se celebró el Día Mundial contra la Minería a Cielo Abierto, una fecha establecida cada 22 de julio desde 2009 con el fin de generar conciencia acerca de los daños medioambientales –y por ende, sociales, sanitarios y económicos– que deja esta industria. Se trata de la obtención de metales del suelo a nivel superficial a través de la exploración y explotación de grandes extensiones, donde el procedimiento consiste en la remoción de los sedimentos y aplicación de productos químicos muy contaminantes para lograr la separación de los elementos buscados. Esta práctica, también llamada megaminería, utiliza cantidades enormes de agua, combustibles y electricidad, y deja tras de sí la desaparición de montañas y otros terrenos, y con ello profundos daños a la biodiversidad regional. En Latinoamérica, la fecha cobra una relevancia especial por ser una de las partes del mundo con mayor concentración de este tipo de emprendimientos llevados adelante por empresas multinacionales, en parte debido a sus grandes reservas de oro, plata, y cobre, entre otros. También, es una buena excusa para hablar de otra actividad que, con los mismos fines, hace foco en un concepto radicalmente diferente, procurando causar el menor impacto ambiental posible, como así también ahorrar recursos tecnológicos y naturales.
La megaminería es un negocio millonario con un alto riesgo ambiental.
Los protagonistas de la biominería no son las grúas, los explosivos ni el cianuro o el ácido sulfúrico. Si se les quisiera tomar una foto, incluso, sería muy complicado: se trata de microorganismos que, mediante distintos procesos biológicos, provocan la extracción de metales a partir de rocas. Estos organismos son extremófilos, es decir que pueden vivir en condiciones extremas como temperaturas bajísimas o, por el contrario, superiores a 100°C; en medios con pH muy ácido o alcalino, ausencia de oxígeno, o ambientes con radioactividad. Esta capacidad de supervivencia viene atada a un conjunto de reacciones químicas que dan como resultado transformaciones de los elementos que los rodean, provocando en este caso la recuperación o remediación de metales. Si bien su existencia se descubrió gracias al estudio de las operaciones químicas involucradas, con el avance de las investigaciones en biología molecular se fueron hallando muchas especies, fundamentalmente de bacterias y unos individuos unicelulares similares llamados arqueas. Su principal mecanismo de acción es la biolixiviación, o biooxidación en el caso de metales preciosos, consistente en la oxidación de hierro y azufre, generando átomos metálicos solubles que luego pueden ser refinados.
“La biominería surge como alternativa en la búsqueda de metodologías que tengan un menor impacto ambiental y que a la vez sean económicas”, explica Camila Castro, investigadora del CONICET en el Centro de Investigación y Desarrollo en Fermentaciones Industriales (CINDEFI), y continúa: “La técnica más utilizada para la obtención de metales es la pirometalurgia, que consiste en el tratamiento mineral a elevadas temperaturas para generar sus óxidos y luego, mediante la acción de algún reductor fuerte, se obtiene el metal en su estado elemental. Al requerir altas temperaturas, este proceso utiliza muchísima energía y además genera emisiones de polvos y gases a la atmósfera, entre ellos el dióxido de azufre y el dióxido de carbono, dos precursores de graves problemas ambientales como la lluvia ácida y el efecto invernadero”. El caso sirve para entender la importancia que cobra el reemplazo total o parcial de estas prácticas, y de ahí los esfuerzos por encontrar nuevas opciones. En este escenario, la biominería multiplica sus ventajas: requiere menor infraestructura y recursos tecnológicos, es simple de operar, y es exitosa en el tratamiento de minerales de muy baja ley, es decir, cuya concentración de metales es tan reducida que no resulta económicamente rentable para la metalurgia tradicional.
Los protagonistas de la biominería son microorganismos adaptados a condiciones de vida extremas que, mediante distintos procesos biológicos, provocan la extracción de metales a partir de rocas.
Además de los mecanismos de acción descriptos, los microorganismos son utilizados para todo otro conjunto de prácticas denominadas biorremediación, que alude precisamente al uso de medios biológicos para sanear una situación de polución. Para estas prácticas, se aprovecha la acción de los organismos que habitan el lugar que hay que remediar porque están acostumbrados a esas condiciones y tienen desarrolladas estrategias de supervivencia y de resistencia a elementos como arsénico, cobre, níquel o cadmio. En algunos casos, simplemente a través del propio metabolismo, las bacterias logran precipitar un metal, es decir hacerlo desaparecer de un efluente líquido, una habilidad que a mayor escala podría utilizarse para sanear un curso de agua, por ejemplo. A pesar de los aportes reales y eventuales de esta actividad, hay que mencionar al principal factor que la pone en desventaja: los tiempos, ya que sus procesos son mucho más lentos, y en esa línea también se investiga para lograr acelerar los resultados. “Fuera de eso, se podría aplicar prácticamente a cualquier mineral para la obtención de metales, y de hecho ya funciona en algunas minas como complemento de las metodologías tradicionales para un aprovechamiento máximo del recurso”, asegura Castro
Si bien en Argentina no se aplica, otros países de la región como Chile, Perú y Brasil sí la llevan adelante desde hace tiempo. “Los principales metales recuperados mediante esta metodología son el cobre y el oro pero también otros como el níquel, el cobalto y el zinc”, relata Castro. Chile, que comparte cordillera y recursos mineros con nuestro país, obtiene aproximadamente el 30 por ciento de su cobre mediante métodos de biominería. “Para implementar alternativas de este tipo es necesario contar con políticas de Estado que las fomenten, e igual de importante es el compromiso y la articulación de distintos sectores como el científico, tecnológico y productivo, de manera tal de desarrollar tecnologías eficientes, limpias y económicas”, reflexiona la científica, y enfatiza: “Y del mismo modo, hay que contar con procesos de tratamientos de residuos confiables y baratos”. Es difícil y hasta utópico imaginar la vida actual sin la explotación de metales: los niveles de consumo de tecnología hablan por sí solos. No obstante, las y los expertos insisten en que los perjuicios de la minería sobre el medio ambiente están directamente relacionados a las malas prácticas y la desidia de los sectores responsables. “Un manejo consciente y fuertes políticas de control estatal son la clave” para un funcionamiento armonioso de las distintas metodologías posibles.