La imagen de un conejito en una publicidad o logo puede representar distintas cosas, desde las Pascuas y el rico chocolate hasta un ser símbolo de pureza, ternura e inocencia. En el horóscopo chino, es una figura que remite a gracia, bondad y seguridad personal. Pero desde hace varias décadas, también encarna otro tópico menos feliz: el de la lucha contra la crueldad animal, o cruelty-free, tal el nombre en inglés que recibe el movimiento internacional en contra de las pruebas y testeos de productos cosméticos, farmacológicos y de higiene en animales.
¿Y por qué se usan conejos? Porque son pasivos, fáciles de manejar, se reproducen mucho y pueden vivir o, mejor dicho, sobrevivir, amontonados en una jaula comiendo alimento económico. Aunque elegidos por estas “ventajas”, no son los únicos; otras especies sometidas a lo mismo son gatos, perros, anfibios, ovejas, cerdos, roedores, y más. Si bien esta práctica comenzó a ser denunciada en paralelo a otras, como el uso de pieles naturales, a través de grupos proteccionistas en la segunda mitad del siglo XX, con el tiempo fue adoptada por más organizaciones y campañas que la popularizaron a nivel global, obligando a grandes firmas a cambiar los protocolos de trabajo o, al menos, verse obligadas a dar explicaciones.
Hoy, el concepto cruelty-free se combina con otros para definir como seguros y respetuosos a muchos productos tanto en su composición como en sus procesos de fabricación. De esta manera, de la mano de la importancia de no avalar marcas que incluyan manipulación animal entre sus técnicas, también fueron cobrando relevancia distintos atributos como el hecho de no contener ningún ingrediente de origen animal o derivados, por ejemplo lácteos, miel, grasas o colágeno; como así tampoco compuestos químicos asociados a alergias, reacciones adversas, e incluso a ciertos tipos de cáncer, principalmente sulfatos y parabenos, estos últimos utilizados como conservantes y protectores gracias a su acción fungicida y bactericida.
Conforme estas tendencias fueron en aumento, acompañadas por diversas investigaciones que sumaban evidencias a su favor, las empresas tomaron nota y comenzaron a buscar alternativas para evitar ser canceladas, sin perder calidad ni, especialmente, rédito económico. En cuanto a los testeos en animales, realizados para observar la respuesta del organismo frente a los ingredientes y sus proporciones (cómo se distribuye una sustancia al ser ingerida o inhalada, si provoca reacciones cutáneas, hormonales o inflamaciones, si hay efectos tóxicos o acumulativos, etc.), los laboratorios aducen que hay muchos países cuyas normas exigen este tipo de ensayos para obtener la certificación y poder comercializarse. Y no es una falacia empresarial; en efecto, es así.
Sin embargo, afortunadamente la presión social ha sido tan grande que empujó a muchas marcas a prescindir de esos mercados e ir por aquellos que no las tuvieran entre sus requisitos. En cambio, fueron modificando estos procedimientos utilizando cultivos celulares, simulaciones computacionales y, si el caso lo permite, voluntarios humanos. Como sustitución de los parabenos, por ejemplo, fueron tomando fuerza los conservantes naturales, que también cumplen la función de alargar la vida útil del producto evitando el crecimiento de microorganismos. La mala fama de esta familia de químicos llegó de la mano de un estudio científico de 2004 que mostró había restos mínimos pero significativos de parabenos en tejidos mamarios de pacientes con cáncer.
Conforme estas tendencias fueron en aumento, las empresas tomaron nota y comenzaron a buscar alternativas para evitar ser canceladas, sin perder calidad ni rédito económico. Así, los testeos en animales se reemplazaron por cultivos celulares, simulaciones computacionales, y hasta voluntarios humanos.
Entre las alternativas más utilizadas, se pueden mencionar el sorbato de potasio, efectivo contra hogos, levaduras, y en menor medida también bacterias; o ciertos extractos vegetales y esenciales, que permiten aprovechar las propiedades repelentes de algunas plantas. Los productos catalogados como veganos, en tanto, tienen entre sus principales reemplazos a los siguientes: fibras vegetales o sintéticas en lugar de pelo real para brochas; proteína de soja o aceite de almendra por colágeno; vitamina A vegetal en reemplazo del retinol; aceites vegetales en lugar de grasas animales; ácido láurico del aceite de coco en lugar de la leche; aloe vera por miel, entre otros.
Dentro de esta lógica de cosmética e higiene sustentable, saludable y económica, destacan los shampoo y acondicionadores sólidos, que ganan cada vez más adeptos a medida que se difunden sus ventajas. Es que estos productos no solo prescinden de los ingredientes químicos mencionados antes y otros, sino que también son más rendidores: una pastilla de 100 gramos equivale a 3 botellas de los tradicionales, con lo cual resulta en un significativo ahorro económico. Como lleva menos agua en su elaboración, no necesita incorporar parabenos para evitar la proliferación de microorganismos. Además, al usar ingredientes biodegradables –lo es incluso el envoltorio–, el agua del lavado no es contaminante.
El de los envases es otro tema que también da que hablar. A la par de comprender las ventajas de acompañar las nuevas tendencias y aggiornarse a un sistema ecofriendly, el rubro cosmético, dermatológico y de cuidado personal en general debe lidiar con seguir sosteniendo cierto glamour o estilo para acaparar la atención de las y los consumidores. Este importante aspecto visual añade un desafío mayor al sector, que debe redoblar esfuerzos por lograr un packaging reutilizable pero elegante y económico pero atractivo. En este sentido, han aparecido algunas estrategias interesantes. En nuestro país, el cuadro se completa con la puja de un proyecto de ley de envases con foco en las gestiones municipales de reciclaje que busca imponerse pese a la resistencia de un gran sector empresarial. Pero eso ya es otro capítulo.