Nancy Fraser (Baltimore, 1947) no nació feminista. Llegó a serlo.
“Me volví una activista política radical antes de ser feminista, una militancia vinculada a cuestiones de raza”, dice desde Estados Unidos, donde el radicalismo no es un partido político sino una ideología y una militancia que apunta a cambiar el sistema.
Fraser, docente universitaria, doctora en filosofía, académica de larga trayectoria, para quien los términos justicia social, redistribución y reconocimiento están cargados de sentidos, es una de las mayores referentes del feminismo de su país, pero empezó, dice, por otro lado.
“Me crié en una ciudad donde la segregación era ley”. En tiempos no tan lejanos, en que las personas de color más oscuro que otras no podían compartir los espacios públicos con quienes se veían blancos, esa discriminación se fijó en la subjetividad temprana de la militante estudiantil marxista, que participó en las protestas contra la guerra de Vietnam y contra el racismo.
Si la pregunta que lanza la entrevista es cuándo se volvió feminista, la que sigue es:
¿Cómo fue ese pasaje?
«Esas experiencias influyeron en mi forma de entender el feminismo. Nunca fui feminista de un solo tema».
Y por un solo tema se entiende hablar de cuestiones de género. Porque Fraser comprendió lo que hoy denominamos interseccionalidad, esos cruces que abarcan clase, raza, identidad sexual, y una larga serie de etcéteras que nos atraviesan desde el minuto uno.
Hoy, Fraser cuenta con una prolífica producción escrita. En la Argentina, fueron traducidos, entre otros: Contrahegemonía ya (Siglo XXI), Escalas de justicia (Herder), Prácticas rebeldes (Prometeo) y el manifiesto Feminismo para el 99% (Rara Avis), en coautoría con Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya.
Su escritura es pragmática: no solo describe con lucidez fenómenos sociales y políticos. Sus libros también son un llamado a la acción contra la hegemonía del capital global y permiten abrir otros modos de pensar la cultura.
En una entrevista reciente, se manifestó en contra de la cultura de la cancelación, y dio como ejemplo Lolita, la novela de Vladimir Nabokov. Lógicamente defendió el punitivismo en casos de delitos de género. Cuando Guy Sorman acusó de pedófilo a Foucault, lo que se canceló enseguida es el debate, al menos en la Argentina. ¿Cómo resolver esas contradicciones o cómo habitar en ellas?
El problema no es de la cultura de la cancelación. Mi objeción es que se convierte en funcional a las guerras de la cultura, que chupan todo el oxígeno y no permiten pensar en otras cuestiones acuciantes. La gente no mira la homofobia y otras formas de discriminación institucional. Ese es el modo en que la derecha organiza los debates. Por supuesto que no hay que defender la pedofilia ni la violación. Al contrario. Pero nos enganchamos en la esfera cultural y mientras tanto nada cambia en las instituciones. Y si bien el abuso sexual debe ser castigado, el feminismo carcelario presupone que el sistema judicial es justo, y no lo es, en tanto discrimina a pobres y gente de color. La prisión no es la respuesta. Distraerse de lo importante es conveniente para los poderes. Muchas batallas son distractoras: Trump o Bolsonaro son títeres. El poder es el capitalismo. Nos preocupamos por la cancelación mientras el sistema capitalista predatorio destruye el planeta.
En su libro Contrahegemonías Ya, Fraser propone una alianza de los feminismos con el ambientalismo contra ese poder destructivo.
“Creo que el cambio climático y la crisis ecológica en la que estamos tiene sus raíces en los fundamentos capitalistas que crean incentivos para el crecimiento económico sin responsabilidad. Le pedimos al Estado que arregle las cosas cuando ya es tarde. Lo que planteo entonces es que no podemos tener un mundo sin considerar el vínculo con la naturaleza. El Covid es una en la serie de epidemias, y no será la última. El problema es el cambio climático y la deforestación que trae como consecuencia la convivencia de especies desterradas de sus hábitats, en contacto con otras. Los murciélagos ya portaban virus antes del Covid-19. Lo que cambió es el contacto entre especies que de otra manera no hubieran convivido y este es uno de los resultados del cambio climático. La pregunta es cómo prevenir futuras pandemias.
¿Es optimista en ese sentido?
Creo que la crisis es un arma de doble filo. Trae aparejadas consecuencias graves, pero al mismo tiempo es una oportunidad. Esta es una crisis de hegemonía y eso resulta en que las personas pierden confianza en los políticos tradicionales. Muchos encuentran respuestas en lugares equivocados. Al mismo tiempo, en esta situación hay gente que piensa de forma innovadora. En Estados Unidos, por ejemplo, se está viendo una vuelta a las ideas socialistas. Pero ¿qué es hoy el socialismo? Sin duda, no es el comunismo. De lo que se trata es de reinventar. Está claro que no podemos seguir igual. ¿Podemos imaginar un nuevo proyecto con justicia social que atraiga a un gran caudal de gente? Esa sería una razón para el optimismo: la expansión de posibilidades. Ahora, hay que preguntarse: ¿estamos a la altura?
«Creo que el cambio climático y la crisis ecológica en la que estamos tiene sus raíces en los fundamentos capitalistas que crean incentivos para el crecimiento económico sin responsabilidad».
El presidente Biden pidió que se frene la ilegalización del aborto en Texas. ¿Esa ley es parte de la reacción conservadora contra los avances del feminismo, un avance de las derechas en combinación con el crecimiento de las iglesias evangélicas en América?
La ley de Texas es draconiana. Pone el límite en las cinco semanas. Antes de las cinco semanas: ¿quién sabe que está embarazada? Tiene aspectos de vigilancia: ofrece premios monetarios a quien denuncie un aborto. Es escandalosa. Por eso Biden quiere revocarla. Pero el aborto en Estados Unidos nunca se trató del aborto, sino de crear alianzas políticas de varias fuerzas de derecha. Ya ocurrió en los 70 cuando la vieja derecha anticomunista y segregacionista puso el foco en el aborto. O cuando participaron trabajadores católicos y evangélicos que apoyaron el New Deal. Siempre se trató de otras cosas además del control de la libertad de la reproducción femenina. Por eso, tenemos que conectar la lucha por la reproducción con las luchas de clase y raza.
Una de sus principales críticas es al feminismo liberal, que bautizó como la “mucama del capitalismo”. ¿Puede explicar ese concepto y cómo se articula con la propuesta del manifiesto Feminismo para el 99%?
En Estados Unidos existe una alianza non sancta entre el 1% de la población que acumula los beneficios del capital con un feminismo corporativo que también se da en las fuerzas militares. Ese feminismo del 1% implica que las mujeres sean iguales a los hombres de su propia clase. Es Hillary Clinton yendo a Wall Street para manifestarse a favor del mercado. Eso explica que más del 50 % de mujeres votaran a Trump. Por eso tenemos que dejar de hablar de techo de cristal. Si el horizonte es ocupar los puestos de los hombres en las corporaciones y en las fuerzas armadas, no queremos ese feminismo que bombardea países.
¿La pandemia deja en evidencia que el futuro será ecofeminista, interseccional y transnacional o no habrá futuro?
La pandemia dejó expuestas las contradicciones del capitalismo: dejó en claro que la sociedad reproductiva no es cosa de mujeres, que los “trabajadores esenciales” son los más explotados, lo insano de la distribución de los recursos, sobre todo en la industria farmacéutica y en la transferencia de tecnología. La privatización de los recursos crea una relación disfuncional entre producción y reproducción. Y no tenemos Estado para frenar ese avance. Sin duda, el futuro deberá ser ecofeminista, interseccional y transnacional.
¿Para eso tiene que morir el capitalismo?
No creo que el capitalismo muera antes que el planeta. Pero si muere el capitalismo será por la lucha.
Extracto de un reportaje realizado por Gabriela Saidon y publicado en eldiarioAR