Hagamos el ejercicio de imaginar unos snacks saladitos, un poco picantes, crujientes. O pensemos en cualquier comida de esas que supuestamente nos salvan en el trajín cotidiano de la vida con niños/as: patitas de pollo, ravioles congelados, medallones de pescado, jugos de frutas, galletitas, cereales, postres fortificados, sopas, mezclas para hacer buñuelos o tortas. La lista es tentadora e infinita. Ahora pensemos en que todos estos productos, para nuestra sorpresa, están elaborados a partir de un número acotadísimo de ingredientes, más o menos siempre los mismos, combinados de mil maneras: harinas refinadas, aceites de mala calidad, y azúcar y sal en cantidades siderales. Un combo dañino para la salud “disfrazado” con colorantes, aromatizantes y saborizantes que ayudan a perpetuar, digamos, una ilusión.
Casi sin que nos diéramos cuenta, en los últimos treinta, cuarenta años, los productos ultraprocesados pasaron de ser el gustito o la gaseosa que a veces se compraba en las casas, a instalarse en nuestras cocinas y menúes como héroes absolutos de la practicidad y la rapidez… Siempre apetitosos, ideales, perfectos. El problema es que desde hace rato la ciencia sabe que el consumo excesivo de calorías y de los llamados “nutrientes críticos” que componen estos productos, provoca severos problemas de salud. Según el pediatra y endocrinólogo estadounidense Rober Lustig, reconocido investigador de la Universidad de California, el impactante incremento en el consumo de ultraprocesados (180% en los últimos diez años) ha provocado que un niño actual de ocho años, en cualquier rincón del planeta, ya lleve consumida la misma cantidad de azúcar que su abuelo en ochenta años. ¿El efecto de semejante cambio de hábitos alimentarios? Por lo pronto, la aparición en la infancia de enfermedades que antes eran de personas mayores, como la obesidad, la diabetes 2, la hipertensión, hígado graso y diversas disfunciones hormonales.
En octubre del año pasado, el Senado argentino dio media sanción a la Ley de Promoción de la Alimentación Saludable.
La buena noticia es que soplan vientos de cambio en el mundo, y en sintonía con lo que viene ocurriendo en países como Chile y México, también la sociedad argentina está asomando a un tiempo de debates históricos en torno a la alimentación. En octubre del año pasado, el Senado argentino aprobó casi por unanimidad la Ley de Promoción de la Alimentación Saludable (más conocida como Ley de Etiquetado Frontal), un proyecto integral orientado a regular la promoción y publicidad de productos alimenticios, en pos de proteger especialmente los derechos de niñas, niños y adolescentes.
“Necesitamos que salga esta ley en la Argentina, pues si bien existen regulaciones, ninguna obliga a las empresas a informarnos bien qué contienen sus productos. Es increíble pero real. En la actualidad, no sabemos qué les damos a nuestros hijos”, explica a Qi Magazine la reconocida cocinera Narda Lepes, una de las principales impulsoras del proyecto de etiquetado frontal. “Una ley de este tipo también impediría que las firmas sigan poniendo en los envases frases marketineras, ositos, dinosaurios o superhéroes para inducir a bebés y niños a consumirlos”, asegura.
El impactante incremento en el consumo de ultraprocesados (180% en los últimos diez años) ha provocado que un niño actual de ocho años, en cualquier rincón del planeta, ya lleve consumida la misma cantidad de azúcar que su abuelo en ochenta años.
La iniciativa, que ahora fue girada a cuatro comisiones de Diputados, surge de la unificación de quince proyectos de ley de senadores de distintos espacios políticos, y abreva en aportes de la sociedad civil, áreas de gobierno, sector privado, UNICEF y otras agencias de Naciones Unidas. Hasta el momento, estas comisiones llevaron adelante cuatro sesiones informativas que contaron con más de cincuenta disertantes. En medio de la puja entre expertos en salud a uno y otro lado de la frontera empresarial, el debate que apunta a un nuevo paradigma alimentario recién comienza.
Según Luciana Lirman, Oficial de Salud de UNICEF, en Chile y México, países donde avanzaron con la implementación obligatoria de políticas regulatorias de alimentos y bebidas envasados, “vimos cómo la industria alimentaria reformuló sus productos y logró mejorar su perfil nutricional. La experiencia de Chile, nación pionera en implementar el etiquetado frontal en 2016, muestra que esta medida no generó pérdidas de empleo ni se afectaron los salarios de las y los trabajadores. Cada vez hay más evidencia indicando que es posible fabricar alimentos saludables a gran escala, en el marco de sistemas alimentarios sostenibles.”
Lepes, sin embargo, no ve con tan buenos ojos la experiencia trasandina: “En Chile al final votaron una especie de reformulado encubierto para evitar el etiquetado negro en muchos productos. Espero que acá en Diputados no se modifique tanto la ley, no sea que nos pase como a ellos. En México sí pasa algo auspicioso: es el país más cercano donde rápidamente se notó un impacto positivo en la salud pública a partir de la aplicación del etiquetado frontal en los productos, en octubre de 2020”.
El proyecto en análisis contempla tres ejes fundamentales: el primero, la implementación obligatoria de un etiquetado frontal de advertencia en alimentos y bebidas envasados –octógonos negros– que brinde información clara sobre el contenido excesivo de calorías y de los llamados “nutrientes críticos” (grasas totales, grasas saturadas, azúcares y sodio) y sobre la presencia de cafeína y edulcorantes.
El segundo eje es la regulación de toda forma de publicidad o promoción de alimentos que contengan al menos un sello de advertencia y que estén dirigidos a niñas/os y adolescentes; y el tercero, el mejoramiento de los entornos escolares, al prohibir la oferta y comercialización de alimentos y bebidas con al menos un sello, y de sumar la exigencia de presentar contenidos educativos alimentarios y nutricionales en el nivel inicial, la primaria y la secundaria.
“Cada vez hay más evidencia indicando que es posible fabricar alimentos saludables a gran escala, en el marco de sistemas alimentarios sostenibles” Luciana Lirman, Oficial de Salud de UNICEF.
“Además de reformular los menúes que se ofrecen en escuelas y hospitales, basados en ultraprocesados, la Argentina debería estimular políticas que acompañen y sostengan la lactancia materna, nada menos que el comienzo de toda alimentación”, advierte la médica pediatra y puericultora Sabrina Critzmann, otra férrea defensora de la iniciativa, quien también apunta a los mecanismos de engaño del modelo alimentario actual: “Nos venden papitas con el sello de la Fundación Favaloro y postrecitos para bebés que están avalados por sociedades científicas, aunque sean de mala calidad para la salud. De estos ejemplos hay miles. Lamentablemente, con sus mensajes muchas de las grandes firmas inducen a consumir cosas que provocan daño. Tenemos derecho a saber lo que comemos”.
La periodista y cocinera naturista Nati Kiako, célebre en las redes sociales por sus deliciosas recetas saludables, también clama por nuevas perspectivas y un Estado presente: “Necesitamos que se encaren políticas alimentarias con un enfoque más serio, comprometido y real; y que en la Argentina se controlen de una buena vez las formas en que se producen y comercializan alimentos, sus precios, la publicidad, todo”, admite Kiako. “También queremos ir a la esencia y repensar el concepto de ‘alimento’. ¿Qué productos consideramos tan importantes como para que el Estado deba garantizarlos interviniendo en los precios? ¿Gaseosas? ¿Panificados llenos de azúcar y harinas refinadas? ¿Y las verduras? Tenemos mucho por debatir y esto recién comienza. Pero sin duda, la escuela debería ser un ámbito natural para el aprendizaje de estos temas, y el escenario ideal para que el Estado adopte medidas públicas en pos de una mejor nutrición de la comunidad”.