Hay dos datos de la Argentina que nadie discute: que tiene una cantidad intolerable de pobres —42%, según los últimos registros oficiales— y que es un país rico en recursos naturales. Nadie discute, tampoco, que la utilización de la riqueza natural ofrece una salida al drama de la pobreza, sin embargo, la forma en la que deberían relacionarse una cosa y la otra abre un debate ríspido, que eventos recientes como la resistencia popular a explotaciones mineras en Chubut y Catamarca pusieron nuevamente sobre la mesa. Mientras que para algunos la discusión entre ambiente y desarrollo esconde un falso dilema, otros lo consideran central para el futuro del país. ¿Es posible explotar a gran escala los recursos naturales y al mismo tiempo no acrecentar la crisis ambiental? ¿Es posible un desarrollismo ambientalista en la Argentina?
“Yo no veo ninguna opción que no sea que eso exista. En la Argentina no nos podemos dar el lujo de sacrificar ninguna de las dos cosas”, opina Andrés López, economista especializado en temas de desarrollo y director del Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP). “La Argentina no puede, como sí pueden hacerlo países del mundo desarrollado, preocuparse por no crecer.
Todavía tenemos mucho por avanzar hacia la frontera mundial de ingresos, elevar el nivel de vida de la población y resolver problemas de larga data que afectan sobre todo a los más vulnerables”, dice López. Sin embargo, cree que no es una discusión que pueda darse “en general” sino analizando caso por caso: por sector, por producto, por región, por comunidad. ¿Minería dónde? ¿de qué manera? ¿con qué objetivo?
Por otro lado, hay voces que consideran que las actividades extractivas no llevan necesariamente al desarrollo económico ni a la mejora de la calidad de vida de la población. “Creo que es fundamental subrayar que en Argentina no hay tensión entre ambiente y desarrollo. No es que Argentina no es un país ‘desarrollado’ porque tiene limitaciones ambientales”, opina el abogado ambientalista Enrique Viale. “El agronegocio, el fracking en Vaca Muerta y la megaminería, todas se llevan a cabo en nuestro país casi sin límites ambientales. Con eso tenemos a más de la mitad de los pibes bajo el nivel de pobreza. Es la historia de América Latina desde la conquista, donde los mapas de la pobreza coinciden con los de la degradación ambiental y el saqueo”, argumenta.
Nadie discute que la utilización de la riqueza natural ofrece una salida al drama de la pobreza, sin embargo, la forma en la que deberían relacionarse una cosa y la otra abre un debate ríspido, que eventos recientes como la resistencia popular a explotaciones mineras pusieron nuevamente sobre la mesa.
Mauro Fernández, investigador y consultor independiente en temas de clima y energía, coincide con la visión de Viale y considera que no se trata de ambientalismo versus desarrollismo, sino de socioambientalismo versus neocolonialismo. Según dice, avanzar en la discusión implicaría una discusión “honesta”, que ponga sobre la mesa la distribución de la riqueza generada (hasta ahora, concentrada en los países del norte), la atención de los derechos sociales básicos y los límites ambientales al desarrollo de políticas industriales verdes. “Profundizar el modelo extractivista sólo aumentará nuestra responsabilidad y los costos a afrontar en el colapso, y nos dejará nuevamente a la retaguardia de un proceso de reconversión industrial global hacia otros modelos de alimentación y generación energética”, sostiene.
Para Elisabeth Mohle, licenciada en Ciencias Ambientales y magíster en Políticas Públicas, el ambientalismo está marcado por su construcción en oposición a actores muy poderosos, como las petroleras, que lo obliga a hablar fuerte para lograr imponer la urgencia de sus demandas y a ser poco conciliador. “Si bien queda mucho todavía por convencer y batallar, me parece que ya estamos en un momento en el que hay que dar el paso de la propuesta concreta, positiva y realista en este país y en el mundo. Hay actores con los que vas a tener que intentar conciliar o vas a ser siempre un movimiento más marginal, que no va a poder hacerse cargo de los lugares de decisión”, apunta.
Si bien considera que cada discusión debe ponerse en su contexto y que no es lo mismo opinar desde Buenos Aires que desde aquellos lugares en que, por ejemplo, se podría en marcha una explotación minera, Mohle señala que tampoco se pueden considerar como válida solo a esas posturas. “Una política nacional no puede representar solo a un grupo, tiene que condensar todas las problemáticas de un país”, resume.
En el Estado el debate no solo está planteado, sino que lo considera urgente. “Necesitamos crecer apalancados en la inversión que constituya plataformas exportadoras y de empleo, al tiempo que el cambio climático y el deterioro del ambiente son una amenaza para el planeta y, lógicamente, el bienestar de las personas”, dice Leandro Mora Alfonsín, director de Desarrollo Regional y Sectorial del Ministerio de Producción de la Nación.
El funcionario señala que se trata de una discusión global, que sin embargo cada país debe resolver de acuerdo a sus propias posibilidades y necesidades. “Tenemos que pensar cómo vamos a abordarla; si parándonos en posiciones extremas o bien buscando el punto de equilibrio donde nos cuestionemos cómo producimos, con qué tecnología, con qué controles, normas de calidad y procesos de aprendizaje”.
Según considera, la Argentina tiene el potencial para incidir en mercados de alto potencial internacional y en la fabricación de productos que son críticos para otras cadenas de valor, como la minería metalífera. “Las claves para conciliar el aprovechamiento de este potencial es la inclusión de tecnologías de frontera que cumplan los requerimientos y estándares de calidad y cuidado internacionales, fortalecer capacidades estatales para eficientizar el control y los mecanismos sancionatorios en caso de incumplimientos y profundizar los mecanismos y prácticas de economía circular allí donde haya brechas que zanjar”, apunta.
Para Mora Alfonsín, decir que esta es una mirada neocolonialista no se condice con lo que se observa en las experiencias internacionales de países desarrollados que aprovechan su capital natural. “Países como Canadá o Noruega basan su matriz productiva en el aprovechamiento de sus recursos naturales y exhiben altísimos niveles de desarrollo”, señala.
El funcionario menciona a la actividad foresto-industrial como un ejemplo de conciliación entre el potencial productivo y el cuidado del ambiente. Según explica, la existencia de una demanda de madera crea incentivos para forestar más. A su vez, fortalecer esa demanda intensifica el aprovechamiento integral del recurso natural, generando menos residuos. Por otro lado, el consumo de madera en sus distintas formas promueve la generación de oxígeno a través de la forestación, como así también la absorción de CO2.
Para Maximiliano Scarlan, economista de ABECEB, la Argentina está un paso atrás de la discusión de los países desarrollados, sumida en los problemas de la coyuntura. Sin embargo, considera clave impulsar la búsqueda de equilibrio entre desarrollismo y ambientalismo, por tres motivos. Uno, por obligación: “el escenario global actual y futuro (más post-pandemia) obliga a todos los países a redefinir su norte estratégico y adaptar su matriz productiva y de servicios a una nueva lógica y dinámica de actividades”. Dos, por necesidad: “Las condiciones coyunturales obligan a buscar modelos alternativos aprovechando ventajas comparativas estáticas y promoviendo ventajas comparativas dinámicas, con el fin de reencauzar al país en la senda del crecimiento”. Tres, por disponibilidad de recursos: “Tenemos con qué hacerlo”, dice.
Andrés López
“La Argentina no puede, como sí pueden hacerlo países del mundo desarrollado, preocuparse por no crecer. Todavía tenemos un nivel de pobreza tremendo y mucho por avanzar hacia la frontera mundial de ingresos, elevar el nivel de vida de la población y resolver problemas de larga data que afectan sobre todo a los más vulnerables, pero también al grueso de la sociedad. Venimos de una larga decadencia”.
Leandro Mora Alfonsín
“Las claves para conciliar ambas cosas es la inclusión de tecnologías de frontera que cumplan los requerimientos y estándares de calidad y cuidado internacionales, fortalecer capacidades estatales para eficientizar el control y los mecanismos sancionatorios en caso de incumplimientos y profundizar los mecanismos y prácticas de economía circular allí donde haya brechas que zanjar”.
Enrique Viale
“El agronegocio, el fracking en Vaca Muerta y la megaminería, todas se llevan a cabo en nuestro país casi sin límites ambientales. Con eso tenemos a más de la mitad de los pibes bajo el nivel de pobreza. Es la historia de América Latina desde la conquista, donde los mapas de la pobreza coinciden con los de la degradación ambiental y el saqueo”.
Maximiliano Scarlan
“Argentina está un paso atrás en la discusión, sumida en los problemas de la coyuntura, pero es clave impulsar la búsqueda de equilibrio entre desarrollismo y ambientalismo, por múltiples causas. Una por obligación: el escenario global obliga a todos los países a redefinir su norte estratégico y adaptar su matriz productiva y de servicios a una nueva lógica y dinámica de actividades”.
Elisabeth Mohle
“Si bien queda mucho todavía por convencer y batallar, me parece que ya estamos en un momento en el que el ambientalismo tiene que dar el paso de la propuesta concreta, positiva y realista en este país y en el mundo. Hay actores con los que vas a tener que intentar conciliar o vas a ser siempre un movimiento más marginal, que no va a poder hacerse cargo de los lugares de decisión”.
Mauro Fernández
“Profundizar el modelo extractivista sólo aumentará nuestra responsabilidad y los costos a afrontar en el colapso, y nos dejará nuevamente a la retaguardia de un proceso de reconversión industrial global hacia otros modelos de alimentación y generación energética. Avanzar en la discusión implicaría una discusión honesta, que ponga sobre la mesa la distribución de la riqueza generada”.