Frente al actual paradigma económico lineal, basado en la extracción de recursos naturales, producción, consumo y descarte, está surgiendo con fuerza un modelo circular que promueve el reciclado y el reaprovechamiento de los materiales en el sistema productivo. Esto no solo representa una oportunidad de generar empleos en la cadena de recuperación, reciclado y transformación de los desechos, sino también de impulsar la innovación y desarrollar materiales más sustentables.
La economía circular abarca a todas las actividades productivas (desde la elaboración de alimentos hasta la moda, el diseño, el transporte y el hábitat) y se basa en tres principios: eliminar residuos y contaminación, prolongar la vida útil de los productos y materiales en uso, y regenerar los sistemas naturales. Está íntimamente ligada a las llamadas “3R” (reducir, reutilizar y reciclar), y comienza desde el diseño de cada producto pensando en cómo reintroducirlo al ciclo productivo al final de su vida útil, evitando su enterramiento o descarte.
En la industria de la construcción, nuevos emprendimientos se dedican a la producción y venta de ecobloques y placas aislantes desarrollados a partir de desechos como plásticos y colillas de cigarrillos, agregando valor a recursos que de otro modo irían a parar a basurales o rellenos sanitarios.
Plásticos: del problema a la solución
Cada día, en Argentina se tiran a la basura 13 millones de botellas PET, según datos de Ecoplas. Apiladas, permitirían construir un edificio del tamaño de las Torres Le Parc (50 pisos), cada 24 horas. Aunque se trata de un material 100% reciclable, sólo se recupera un 30%, tanto por falta del hábito de separar residuos en origen, como por la ausencia de leyes de responsabilidad extendida que obliguen a las empresas que lanzan nuevos envases plásticos al mercado, a hacerse cargo de los residuos post consumo.
Si bien países vecinos como Chile y Uruguay cuentan desde hace años con leyes de reciclado, en Argentina la Ley del Envase descansa desde hace décadas en el Congreso y perdió varias veces estado parlamentario. El problema es que se le está dando un uso efímero a un material que tarda entre 100 y 500 años en degradarse. Sin embargo, si se lo recupera y recicla, con él se pueden fabricar fibras textiles, muebles, caños, baldes, utensilios y nuevos envases.
La economía circular se basa en tres principios: eliminar residuos y contaminación, prolongar la vida útil de productos y materiales en uso, y regenerar los sistemas naturales.
Esta fue la oportunidad que vio Rodrigo Domínguez, cuando hace 11 años fundó en Córdoba Industrias Elypson, una pyme dedicada a la producción e instalación de equipamiento para valorizar residuos.
Por entonces tenía 21 años y jugaba en la reserva del club Huracán. Una lesión lo dejó afuera del fútbol profesional y regresó a su provincia, para trabajar en el taller metalúrgico de su padre.
Allí se dedicó a diseñar y adaptar máquinas trituradoras, cintas transportadoras y extrusoras para el tratamiento de plásticos. “Acá todavía no se hablaba de economía circular ni de revalorización de residuos, y si vendíamos una o dos máquinas por año nos dábamos por hechos”, relata.
“Empezamos con compactadoras y trituradoras, para que los recicladores puedan revender el material con más valor, ya que las botellas de plástico tienen mucho volumen y poco peso”, comenta.
“Luego sumamos lavadoras, secadoras y cintas transportadoras. Y ahora trabajamos en la transformación con máquinas extrusoras, que son las que hacen la magia de convertir los desechos en materiales nuevos, como la madera plástica para muebles y decks”, cuenta.
De a poco, además de sumar productos, fue sumando clientes en todo el país, entre cooperativas, empresas y municipios. “Ofrecemos: desde maquinaria básica como una compactadora o trituradora, hasta plantas llave en mano con cinta, mezcladora y extrusora”.
“El problema es la financiación. Nosotros como Pyme no tenemos la espalda para financiarles a un municipio o a una empresa la compra de estos equipamientos. Sin embargo, el año pasado, en plena pandemia, tuvimos más pedidos que el año anterior”, destaca.
Reciclar para cuidar los bosques
Reciplas es una microempresa creada en Esquel, en 2016 por Lucas Sanabria, dedicada a la producción de madera plástica en base a la revalorización de residuos domiciliarios.
La historia del proyecto se remonta a 2011 cuando, tras varios años de recorrer el país como transportista, Sanabria decidió radicarse en la villa turística chubutense junto a su esposa. Y cinco años después tomó otra gran decisión: crear un emprendimiento propio enfocado en el cuidado ambiental.
“Esquel fue una de las ciudades pioneras en separación domiciliaria de residuos, y llegó a contar con una planta de tratamiento municipal que era modelo. Pero lamentablemente, por falta de presupuesto, hoy se está enterrando mucho más de lo que se recupera”, comenta.
Con todo, Sanabria logró un acuerdo con el municipio para proveerse de envases plásticos y tetra brick, con los que fabrica ecoladrillos y madera plástica para decks y muebles de exteriores. “La madera plástica tiene la misma utilidad que la convencional, y además de evitar la tala de árboles, es más duradera”, asegura.
“Estamos procesando unas 3 toneladas de plásticos mensuales, cuando una empresa de la zona como YPF descarta unas 20 toneladas por mes. Me gustaría escalar la producción y trabajar con clientes corporativos. Pero la realidad es que solo tengo tres empleados, a quienes estoy capacitando. Y es difícil siendo tan pocos separar los materiales, producir, entregar los pedidos, y esperar 90 días para cobrar los cheques”, grafica.
Por el momento, sus productos se venden a constructores y clientes particulares a través de las redes sociales. En un futuro próximo, Sanabria espera crear una cooperativa en el municipio vecino de Trevelin, donde se presentó un proyecto para empezar a separar residuos y crear una planta de transferencia y tratamiento.
Un cigadrillo en la pared
Mucha información circula sobre los efectos del cigarrillo en la salud, pero poco se habla del daño que provocan las colillas en el ambiente. Se trata, sin ir más lejos, de uno de los residuos más contaminantes del planeta, incluso más nocivo que las pilas, ya que una sola colilla contamina 50 litros de agua.
Al indagar en esta problemática, Antonio Ramírez, Luciano Carrizo y Luján Fischer, por entonces estudiantes de Arquitectura en la Universidad Nacional de Rosario, comprobaron que casi ningún programa de reciclado contempla a este residuo, tan frecuente en calles, parques y playas. Además de investigar el problema, los jóvenes emprendedores comenzaron a relevar soluciones. Y desde el estudio de arquitectura Axia, que fundaron en 2017, comenzaron a ensayar formulaciones para incorporar las colillas a distintos materiales de construcción.
Este fue el origen del Cigadrillo, una placa aislante que, en su composición contiene celulosa proveniente de las colillas, a las que previamente se descontamina con un procedimiento químico.
“Las colillas están compuestas de celulosa, que es un aislante natural. Nosotros mezclamos la celulosa de los filtros con la proveniente de papeles y cartones y obtenemos un material aislante y termoacústico que reemplaza al telgopor o lana de vidrio”, explica Ramírez.
Para esto, cuentan con la colaboración de la UNR, y actualmente están haciendo ensayos estructurales en el Instituto de Mecánica Aplicada (IMAE) de Rosario. Además, comenzaron a producir ceniceros con el mismo material aislante de las colillas, y los comercializan a empresas junto con un servicio de recolección diferenciada. También impulsaron, junto a ONGs locales, una campaña de concientización en Rosario que culminó en 2019 con una ordenanza que obliga a los edificios públicos y comercios a instalar ceniceros y así evitar que las colillas sean arrojadas junto a otros residuos a la vía pública.
En el sector de la construcción, así como en otros sectores de la economía, el cambio desde un modelo lineal de producción, consumo y descarte hacia uno circular, evitaría la generación de desechos, creando nuevos empleos e impulsando la innovación. También podría ser una de las claves para que Argentina y otros países de la región diversifiquen su matriz productiva, dejando de depender de industrias extractivas y prácticas agrícolas que provocan deforestación, pérdida de biodiversidad y agravan la crisis climática y ecosistémica. Las soluciones posibles están a la vista. Hace falta implementarlas.