Mientras más basura producimos más contaminamos. Resulta obvio entonces que para minimizar el impacto ambiental debemos generar menos desechos. Entonces, ¿cómo se explica que la sociedad produzca más basura a propósito? Es el efecto de la obsolescencia programada.
Como consecuencia de la obsolescencia planificada, el consumo acelerado de bienes y productos electrónicos ha incrementado considerablemente la cantidad de residuos tecnológicos que se desechan anualmente en el mundo. La empresas aplican la obsolescencia programada para incentivar a los consumidores a adquirir nuevos productos aunque no los necesiten todavía.
Esta práctica tiene lógicas consecuencias económicas, como tener que invertir más dinero en productos nuevos (a la vez que aumentamos las ganancias de sus fabricantes), pero sus efectos en términos ambientales son mucho más preocupantes y nos afectan a todos.
Más basura, más problemas para el medioambiente
Para la fabricación de productos electrónicos, las grandes empresas utilizan recursos y sustancias químicas altamente peligrosas como los ftalatos DEHP y DBP o el plomo tóxico o el cadmio. Estos materiales no solo causan daño al medioambiente, también pueden afectar la salud de las personas. Algunas de esas sustancias están vinculadas a los problemas de fertilidad y a los índices de cáncer.
Según un reciente informe conjunto de varias agencias de la ONU, cada año se producen aproximadamente 50 millones de toneladas de residuos electrónicos y eléctricos, los llamados “desechos electrónicos”, que equivalen al peso de todos los aviones comerciales jamás construidos.
Países como Pakistán o Ghana reciben gran parte de la basura electrónica que se genera cada año. Los dispositivos electrónicos obsoletos y en desuso son trasladados a lugares distantes como Agbogbloshie en Ghana -considerado el lugar más contaminado del planeta–, que funcionan como inmensos vertederos de computadoras, portátiles y electrodomésticos que no fueron reparados.
Hoy solo se recicla adecuadamente el 20% de los desechos electrónicos. La mayor parte del 80% restante termina enterrado o quemado. Son materiales tóxicos, no biodegradables y cuyo efecto dañino puede permanecer activo por cientos de años.
Un impacto que se podría reducir considerablemente optimizándoles la vida útil.
Una conocida mala práctica
Los orígenes de la obsolescencia programada se remontan a principio del siglo 20. Ejemplos hay muchos: en la industria automotriz, alimentaria, indumentaria, farmacéutica, electrónica, etc. El diseñador industrial Brooks Stevens definió esta tendencia en la década de los cincuenta como “inculcar en el comprador el deseo de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario”. Y esa es la trampa: la urgencia de reemplazar antes de tiempo.
Hubo un momento en que los fabricantes se enorgullecían de fabricar productos que fueron diseñados para durar. De hecho, existen las habilidades y el conocimiento necesarios para construir una tecnología duradera. Pero la obsolescencia programada nos anima a deshacernos de los modelos actuales y comprar más, impulsando un consumismo totalmente innecesario y dañino para las personas y el ambiente.
La resistencia a la obsolescencia planificada existió durante algún tiempo. En 1962, Volskwagen realizó una campaña publicitaria que enfatizaba la durabilidad del modelo al subtitular una página en blanco con la frase “No tiene sentido mostrar el Volkswagen de 1962, todavía se ve igual”. Sin embargo, esta no es la tendencia actual. Tener un coche último modelo sigue siendo la gran aspiración de los consumidores.
Cada año se producen aproximadamente 50 millones de toneladas de residuos electrónicos y eléctricos, de los que solo se recicla adecuadamente el 20%.
Alternativas a la obsolescencia programada
Aun cuando la obsolescencia programada es una práctica muy arraigada en la industria moderna, siempre existen alternativas que ayuden a reducir el consumo acelerado y disminuir el impacto negativo que genera esta práctica empresarial.
Alquiler de productos. Con el alquiler de equipos se busca, en principio, otorgarle utilidad a aquellos productos que han dejado de usarse, dejando la compra como una segunda opción.
Esta práctica facilita el acceso de las personas a determinados productos que en otras condiciones sería muy difícil adquirirlos. También permite el uso de determinados equipos y artefactos por más personas sin la necesidad de producirlos nuevamente.
Además de proteger el medioambiente por un consumo menor de recursos, el alquiler de productos ofrece otras ventajas como el incentivo al consumo local y de proximidad.
Reparación de productos. Para romper con la cadena de comprar, tirar y comprar; se recomienda la reparación de los equipos antes de ser descartados. Muchas veces, con unas pequeñas labores de mantenimiento o el cambio de repuestos, los productos pueden prolongar su vida útil considerablemente.
Reciclar más. Otra de las formas de reducir el consumo y combatir la obsolescencia programada es el reciclaje. Con esta práctica no solo reducimos los niveles de emisión de gases, cantidad de residuos y contaminación ambiental sino que, además, favorece a un mayor ahorro de consumo energético ya que se reduce la extracción de materias primas.
Reutilizar. Darle una segunda vida a los productos permite alargar su funcionabilidad en el tiempo y a contribuir con el cuidado del planeta. Desde sillas, herramientas, botellas hasta partes de computadoras pueden ser objeto de una pequeña transformación que prolongue su utilidad. Aunque con algunos productos no es posible realizar el reciclaje, siempre hay alternativas para darles un uso distinto y evitar descartarlos.
Educar a los consumidores es una sencilla y efectiva manera de hacerle frente a la obsolescencia programada. La concientización de las personas en el modo en que funcionan realmente los productos que consumen facilita la identificación de la posible existencia de una obsolescencia pseudo-funcional.
Cuando los consumidores tienen la capacidad de identificar las ventajas y desventajas de la obsolescencia programada, tendrán la posibilidad de comprar mejores productos, tomar decisiones inteligentes de compra y saber dirigir correctamente sus quejas y demandas a las empresas fabricantes. Un consumidor consciente puede generar un impacto positivo en las decisiones del mercado.
La lección es clara: debemos evitar cambios innecesarios de estilo y moda, comprando lo indispensable y solo productos bien hechos que perduren. Finalmente ahorraremos dinero ayudando a proteger al ambiente que es protegernos a nosotros mismos.